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Crítica: Concerto 1700, Carlos Mena y Ars Hispana recuperan cantadas sacras de Antonio Literes, en el FIAS 2021 de Cultura Comunidad de Madrid

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Autor: Mario Guada
11 de marzo de 2021

El conjunto madrileño vuelve a unir fuerzas con el contratenor vitoriano y con Ars Hispana para rescatar la producción musical, inédita hasta el momento, en el ámbito de las cantadas para alto de Antonio Literes, de una calidad más que notable.

Sí, música italiana y francesa en un español

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 04-III-2021. Iglesia de San Marcos. FIAS 2021 [XXXI Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid]. De aquel fatal bocado. Cantatas inéditas de Antonio Literes. Obras Antonio Literes, Tomaso Albinoni y Arcangelo Corelli. Carlos Mena [contratenor] • Concerto 1700 | Daniel Pinteño [violín barroco y dirección artística].

Antonio Literes, insigne músico, pero no tan único que repugne la compañía de un D. Joseph de Torres, de un maestro S. Juan, de un Nebra, de un Serqueira dulcísimo, de un asombro del gusto y la destreza, Archangelo Coreli, de un Albinoni, profundísimo en todas sus composiciones, de un Vivaldi, celebrado de todo ejecutor de buen gusto, cuyas extravagancias dicen bien de los escalones que subió de primor en este género de composición.

Francisco Corominas: Aposento anti-crítico [1726].

   Reconozcámoslo, o no –porque reconocer algo a veces resulta una tarea difícil–: negar a estas alturas de la partitura la valía de varias generaciones de compositores españoles de los siglos XVII y XVIII resultar poco menos que un ejercicio de estulticia de monumentales dimensiones. Cualquiera que aprecie la música de calidad puede ser consciente de ello de una forma u otra, bien sea a través de los conciertos que poco a poco van poniendo a algunos de estos grandes nombres algo más cerca del lugar que por pura justicia artística merecen, bien sea través de las grabaciones que algunos valientes se empeñan todavía en dedicar a obras, inéditas hasta el momento, de los compositores que jalonan la historia de la música española en ese período que hoy conocemos como Barroco. En concierto, sin duda la recuperación patrimonial le debe mucho –y creo que este papel no será calibrado en su justa medida hasta que se mire con perspectiva dentro de unos años– a Ars Hispana, la asociación española conformadas por los musicólogos mallorquín y riojano Antoni Pons y Raúl Angulo, quienes llevan años rescatando del olvido joyas de un valor musical y artística de indudable talla. Pero dicha labor sirve de más bien poco sin que los intérpretes le tiendan la mano para colaborar de manera estrecha. Es el caso de Concerto 1700, conjunto historicista madrileño, fundado por el violinista barroco Daniel Pinteño, sin duda una de las agrupaciones más comprometidas con el patrimonio sonoro de nuestro país, al que le dedican la mayor parte de sus esfuerzos. Es de justicia reconocerles a todos ellos esta impagable labor cultural, aunque no podemos olvidar en esta ecuación a los gestores que con verdadera vocación de servicio público se empeñan en programar de manera permanente, y con criterio, estos proyectos de recuperación patrimonial de suma importancia para un país con la riqueza musical como la que atesora España. Por ello, la tarea llevada a cabo por Pepe Mompeán al frente del FIAS [Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid] resulta de una importancia absoluta, por componer la tercera pata de un trípode que de otra manera quedaría cojo.

   Dicho lo cual, y sin que debamos olvidarnos de esto más a menudo de lo que solemos hacerlo, el presente concierto estuvo protagonizado por una de esas figuras trascendentales en la historia de la música de nuestro país: el mallorquín Antonio Literes y Carrión (1673-1747). «Nacido en la localidad mallorquina de Artá, Literes se trasladó hacia 1686 a Madrid, donde ingresó en el Real Colegio de Niños Cantores, institución en la que llegó a ejercer como maestro de música interino entre 1692 y 1694. En 1693 fue nombrado ‘músico de violón’ de la Real Capilla, cargo que ocupó hasta su muerte en 1747. A partir de 1709, tres años después de que el maestro Sebastián Durón se exiliara a Francia, se encomendó a Antonio Literes y a José de Torres la composición de música para la Real Capilla, una labor que continuó realizando Literes tras el ascenso de Torres en 1720 al magisterio de dicha institución. […] Además de participar como músico en las funciones de la Capilla Real y en los festejos cortesanos, Antonio Literes se convirtió en uno de los principales compositores de música escénica de las dos primeras décadas del siglo XVIII. […] Su fama le llevó también a trabajar para diversas casas nobiliarias. Antonio Literes falleció en su casa de la calle Jacometrezo de Madrid, el 18 de enero de 1747 y fue enterrado en secreto en la parroquia de San Martín. Varios hijos suyos llegaron a ser también músicos de la Capilla Real, como José Literes Sánchez, violón de la Capilla Real, fruto de su primer matrimonio con Manuela Sánchez de Aguiar. De su segundo matrimonio con Luisa Benita Montalvo nació Antonio Literes Montalvo, que llegó a ser organista de la Capilla Real», como indica el propio Pons, autor de las ediciones utilizadas en el presente programa y de las notas críticas de la reciente grabación que los protagonistas de esta velada acaban de sacar al mercado con este mismo programa de cantadas inéditas de Literes, bajo el título Sacred Cantatas for Alto. Comenta el propio Pons –en la edición del primer volumen de las cantadas sacras– que en la actualidad se conservan un total de quince cantatas conocidas del autor, albergadas trece de ellas en el Archivo Arquidiocesano «Francisco de Paula García Peláez» de Guatemala –a las que pertenecen las tres interpretadas en este concierto–, una más en la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y la restante en el archivo musical de la Catedral de Salamanca.

   De las cuatro cantadas que se han registrado en esta reciente grabación, el contratenor Carlos Mena y los instrumentistas de Concerto 1700 acometieron la interpretación de tres de ellas, a saber: «De aquel fatal bocado», Cantada sola al Santísimo para contralto con violines y oboe [1730], «Si el viento», Cantada al Santísimo con violines y oboe para contralto [c. 1725] y «Ya por el horizonte», Cantada al Santísimo de contralto, con violines, oboe y clarín [1728]. Aunque se trate de pocas obras, el número interpretado supone una cantidad significativa dentro del total de cantadas conservadas, por lo que es posible dibujar un paisaje bastante descriptivo de la calidad y la capacidad de Literes al enfrentarse a este género, siendo además obras muy tardías en su producción, todas ellas correspondientes a finales de la década de 1720, por lo que es posible notar una clara evolución de su música con respecto a buena parte de la producción, tanto sacra como profana, de inicios del XVIII. Dice Pons –y dice bien–: «De Literes sorprende su excepcional capacidad para asimilar el estilo compositivo de otros países, en particular el francés y el italiano, que empezaban a imponerse en el mundo hispánico. […] La llegada a la corte de Madrid de músicos y compositores de procedencia italiana era constante. […] Sabemos, además, que formó parte del conjunto de músicos que participaban en las comedias que representaban los Trufaldines, una compañía de actores italianos pertenecientes a la llamada Commedia dell’Arte que contrató Felipe V en 1702. […] Sin embargo, en la obra de Literes se aprecia, más que en ningún otro compositor cortesano de la época, la influencia de la música francesa, que podemos observar en algunas de sus melodías en compás ternario, inspiradas en los minués franceses».

   Se inició el concierto con «De aquel fatal bocado», Cantada sola al Santísimo para contralto con violines y oboe [1730], que da nombre al programa, una cantada en cuatro movimientos que alternan dos recitados con sus respectivas arias, presenta al Pan consagrado como vía de salvación para el hombre penitente, y lo hace con una inmensa capacidad melódica, legando algunos momentos de una belleza y creatividad pasmosas. Contar con una voz como la de Carlos Mena es siempre una garantía. Gustos aparte, el contratenor vitoriano tiene una presencia escénica –atesorada a lo largo de casi tres décadas de carrera– y una musicalidad fuera de toda duda, y ha logrado mantener su vocalidad en un estado muy notable con el paso de los años –muchos son los contratenores de carreras notablemente cortas–, merced a una selección muy inteligente de los proyectos y los repertorios interpretados, y seguramente de haber logrado no sobrecargar a su voz de trabajo en estos años. Mena posee un timbre muy particular, que tiende hacia tonalidades diría más obscuras que brillantes, con un paso entre los registros de pecho y cabeza pulimentados de manera muy homogénea, además de una dicción exquisita por momentos, con una concepción de la prosodia exquisitamente engarzada en la línea vocal. Así quedó patente en esa cantada inicial, cuyas arias, «Pan de llanto» y «Elévate a ese velo» presentaron un trabajo de concentración interesante, dando la presencia necesaria a la voz solista y equilibrando con solvencia el discurso orquestal entre las líneas, en versiones a una voz por parte –lo que ayuda a la diafanidad de texturas, pero sin duda evita la oportunidad de escuchar estas obras con un planteamiento sonoro más opulento, especialmente en la cuerda–.

   Correcto el unísono inicial entre los violines barrocos, protagonizados a lo largo de la velada por Daniel Pinteño –a la sazón fundador del conjunto y director artístico del mismo– y Marta Mayoral, así como de estos con el oboe barroco de Jacobo Díaz –instrumentista, por lo demás, de hermoso sonido y probada solvencia, que lidió con algunos pasajes muy exigentes con notable suficiencia–. Sin destacar especialmente el trabajo en los violines, con algunos desajustes a lo largo de la noche en afinación y empaste, sí desarrollaron un discurso en general vívido, con buena gestión de la energía, elaborando con fluidez las brillantes melodías planteadas por Literes. Mena atacó el da capo en ambas arias con solvencia, sin presentar unas ornamentaciones excesivas en la línea vocal, al igual que sucedió en los instrumentos melódicos –muy trabajadas, dado que podría decirse que son prácticamente las mismas que pueden escucharse en la grabación–. Posee el vitoriano una proyección muy potente para lo habitual entre los falsetistas, y aunque el registro agudo no suele adolecer de estridencia, en sus subidas al registro agudo –normalmente por medio de intervalos amplio–, especialmente en las cadencias de la sección A, antes de dar paso a la sección central de las arias, el sonido se abre y la emisión resulta quizá menos cálida de lo deseable. Correcta la desenvoltura en la coloratura, sin resultar esta excesivamente compleja para un cantante de nivel. Interesante en general el aporte de una nutrida sección del continuo, conformada por Ester Domingo al violonchelo barroco, Laura Asensio al contrabajo, Pablo Zapico a la tiorba e Igancio Prego al clave y órgano positivo. Especialmente interesante la elaboración del discurso rítmico, muy bien sincronizado en las secciones que exigen de un diálogo paralelo con los instrumentos melódicos, pero también dando vida a unos recitativos en los que la variedad tímbrica y el ambiente sonoro presentado en general sustentaron con inteligencia el planteamiento vocal –especialmente brillante en este sentido el aporte de Zapico y Prego–.

   Similares derroteros en la segunda de las obras vocales, «Si el viento», Cantada al Santísimo con violines y oboe para contralto, comenzando con un recitado «Si el viento busca ave placentera» muy expresivo, especialmente por el trabajo de tiorba y órgano positivo. Destacó Mena en un registro medio-grave bastante homogéneo en el aria «Es el divino centro del hombre», al que ayudó un equilibrio bien planteado entre voz y orquesta, en la que destacó el interesante trabajo de bloques entre la voz los violines y el oboe. Un tanto desajustado el puente transicional a la sección B del aria en el violonchelo y el continuo, dando lugar después a un da capo de elegante fraseo en la voz, realizando un refinado trabajo en la prosodia musical. Fantástica las progresiones melódicas en el inicio del aria «Como alegres placenteros», construidas con sentido por violines y oboe. A pesar de que el inicio no resultó vocalmente cómodo para Mena, fue remontando hasta plantear un aria muy enérgica con solvencia, plasmada además por el pulcro trabajo en las articulaciones sobre la escritura rítmica de la sección B del aria, y una concertación muy correcta a lo largo del da capo.

   La última de las obras, «Ya por el horizonte», Cantada al Santísimo de contralto, con violines, oboe y clarín, contó con la participación del trompetista Ricard Casañ, que planteó una línea del clarín firme, con notable seguridad y una emisión cuidada, como demostró en el aria inicial «Suene el alboreada», manteniendo un diálogo muy equilibrado en fuerzas con Mena, apoyándose e imitándose con inteligencia. La energía general desbordante de esta aria resultó en algunos momentos algo desatada, funcionando mejor cuando las fuerzas se equilibraban sin dar rienda suelta a una libertad excesiva. Bien construido el contraste de carácter y el paso a una sonoridad más íntima en el Grave «Ay, que si yo pudiera», en una sonoridad muy expresiva y delicada en la voz de Mena. Las Coplas (Airoso) «Si a gozar» dieron la oportunidad a Literes de introducir ese toque más «españolizante», bien delineadas en sus planos rítmico y melódicos por los intérpretes. El aria final «De su aplauso en el empleo» presentó algunos desajustes de equilibrio sonoro, con mucha presencia inicial del clarín –a pesar de su correcta desenvoltura en la línea–, con Mena logrando un mayor éxito en su virtuosismo canoro que en la plasmación del texto con una dicción diáfana, alzándose de forma más solvente en el ámbito de la exigencia técnica que en el refinamiento. Un aria que presenta una orquestación más densa, en la que se echó en falto un mayor trabajo para clarificar líneas y plantear una concertación con mayor detalle y detenimiento en el trazo fino.

   Como complemento instrumental, intercalado entre las cantadas, dos obras de autores italiano mencionados por Corominas al nivel de Literes: Tomaso Albinoni (1671-1751) y Arcangelo Corelli (1653-1713). Del primero se interpretó su Sonata da Chiesa n.º 5, extraída de su Op. 4 [Amsterdam, 1708/09]. Sin ser Pinteño un virtuoso de primer orden, presentó una visión de correcta afinación general –aunque un punto mejorable en varios momentos–, ornamentando con gusto, sin excesos y de sonido luminoso, aunque faltó algo más de balance entre el solista y un continuo en varios momentos excesivamente presente. Del genial compositor de Fusignano, el conjunto acometió su Sonata a quattro, WoO 4 [Österreichische Nationalbibliothek, EM.98b], una de esas obras atribuidas con cierta seguridad a su mano, y que en el manuscrito albergado en la capital vienesa presenta cinco movimientos en una plantilla con oboe y violines. Presenta un carácter impetuoso y una escritura que a veces se acerca más a la trompeta que al oboe –de ahí que muchas versiones se realicen con dicho instrumento–. Buen trabajo de Jacobo Díaz, con mimada emisión, un discurso muy fluido y vigoroso, fraseando con elegancia y adoptando una lectura certera en lo virtuosístico. Fue arropado con solvencia por el conjunto, destacando especialmente la aportación de un continuo muy sólido.

   Velada de nuevo disfrutable y que pone el foco, una vez más, en la enorme calidad de nuestros compositores. Éxito ante el público, que se vio recompensado con un extra firmado por Antonio Vivaldi (1678-1741) –quien el 4 de marzo celebra efeméride–, de quien se interpretó –sin mucho éxito, ni vocal ni instrumental– su subyugante «Cum dederit» del Nisi Dominus, RV 608. Ojalá este paradigma de la recuperación continúa de manera decidida por musicólogos, intérpretes y programadores, y lo haga todavía de forma mucho más arriesgada y convencida. Todos saldremos ganando…

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