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Crítica: Cuarteto Belcea y Raphaël Merlin en el «Liceo de Cámara XXI» del CNDM

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Autor: David Santana
28 de enero de 2022

No estamos lejos de la verdad si presuponemos que el programa que escuchamos finalmente fuera improvisado, pero el concierto final que nos ofrecieron los miembros del Cuarteto Belcea junto con Raphaël Merlin no fue solo estupendo en cuanto a la ejecución, sino también desde el punto de vista estético.

Unos buenos sustitutos

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 25-I-2022, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Cuarteto de cuerda en do menor, Op. 51, n.º 1, de Johannes Brahms y Quinteto de cuerda en do mayor, D. 956, de Franz Schubert. Cuarteto Belcea [Corina Belcea y Axel Schacher, violines; Krzysztof Chorzelski, viola; Antoine Lederlin, violonchelo] y Raphaël Merlin [violonchelo].

   Tenían razón con lo de «nueva normalidad» en que poco a poco vamos viendo como «lo normal» que nuestros planes se trunquen en el último momento. Los abonados al Liceo de Cámara XXI esperaban poder disfrutar el pasado martes de los octetos de Enescu y de Mendelssohn pero unos pocos días antes nos enteramos que no iba a ser posible debido a la imposibilidad de viajar para tres de los miembros del Cuarteto Ébène.

   Creo que no estamos lejos de la verdad si presuponemos, por tanto, que el programa que escuchamos finalmente –el primer cuarteto de Brahms y el último quinteto de Schubert– fuera improvisado. Quizás fuera por las bajas expectativas que crea el que algo se improvise en el último momento ­–algo que, si bien muchas veces resulta cierto, en otra ocasiones, como esta, resulta injusto–, pero el concierto final que nos ofrecieron los miembros del Cuarteto Belcea junto con Raphaël Merlin no fue solo estupendo en cuanto a la ejecución, sino también desde el punto de vista estético.

   El programa nos contrapuso el primer cuarteto de Brahms con la última obra que escribiera Schubert. Dos obras sublimes, en el primer caso por el tiempo que llevó su composición –más de ocho años–, y en el segundo por ser el canto de cisne de un compositor cuya música marcó la frontera entre el Clasicismo y el Romanticismo al tomar el testigo de Beethoven en la fusión entre lo emocional, casi religioso y lo más popular. Algo que, por cierto, escuchamos de forma clara en este Quinteto de cuerda en do mayor.

   El Cuarteto Belcea destacó, de hecho, bastante más en esta segunda parte de la velada. Si ya en el  Cuarteto de cuerda n.º 1 en do menor de Johannes Brahms pudimos apreciar grandes cualidades como la capacidad tímbrica de Corina Belcea, quien supo sacar a su violín un brillante sonido de solista y al momento enmascarar la melodía para imbricarse dentro de las líneas de sus compañeros. De igual manera, pudimos también escuchar a Axel Schacher alternando entre las partes más rítmicas del tercer movimiento y las elegantes melodías del último.

   En general escuchamos un sonido ágil y natural capaz de resaltar unos contrastes que, si bien ya encontramos en Brahms, son aún más palpables en el Quinteto de cuerda en do mayor de Franz Schubert.

   Ya desde el primer movimiento pudimos apreciar en las respiraciones a coro y en el ritmo que tomó Raphaël Merlin una gran atención por parte de los músicos por mantener la direccionalidad de la música. Algo que se vuelve sustancial al llegar al Adagio, cuando el tempo deja de caminar para sumirse en una especie de estado de levitación en la que la melodía se mueve perezosa por inercia del violonchelo. Fue en este movimiento en el que pudimos apreciar un bellísimo timbre sobre el complicado pianissimo espressivo que marca el compositor. El timbre de Corina Belcea rozó una perfección que hubiera sido absoluta si la conexión en cuanto a los matices con Raphaël Merlin hubiera sido más precisa. El violonchelista, de quien ya habíamos escuchado en el primer movimiento como una pieza clave para mantener la dirección de la línea melódica, ejecutó unos pizzicati excelentes con un gran rango de matices.

   Impactante y muy contrastado el cambio a fa menor. El ensemble supo sustituir en cuestión de segundos la pureza del mi mayor por la arrolladora pasión de la nueva tonalidad que, por si fuera poco, irrumpe envuelta en ritmos que denotan agitación.

   El Scherzo y el Allegretto final son un soplo de aire fresco, repletos de ritmos aportan a la pieza un carácter popular y heroico que no puede sino rememorarnos al estilo del «gigante» que marchaba detrás de Brahms. Acentos y síncopas se suceden en nos movimientos que invitan a la danza. El Cuarteto Belcea junto con Merlin interpretaron con gran precisión todos y cada uno de ellos sin destacarlos tanto como otras agrupaciones más habituadas a un repertorio clásico, pero con gran musicalidad y buen gusto, lo que quizás fuera el elemento que cohesionó, en definitiva, todo el concierto.

   Los miembros del quinteto lograron que no nos diese tanta pena no escuchar aquella noche a Enescu y a Mendelssohn, más de uno quizás ni se acordase de que aquel no era el programa original. Algo así resulta, sin duda, muy meritorio.

Fotografía: Elvira Megías/CNDM.

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