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Crítica: David Afkham dirige la 'Sinfonía nº 2' 'Resurrección' de Mahler en reducción de José Luis Turina con la OCNE

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Autor: Aurelio M. Seco
14 de octubre de 2021

«Cuando David Afkham asumió la dirección artística de la Orquesta y Coro Nacionales de España se comprometió a dar cabida a los más importantes artistas españoles del presente, algo que no sólo no está sucediendo sino que podemos decir que algunos de nuestros más destacados músicos, muchos de ellos entre los mejores del actual contexto internacional, ni siquiera han debutado con la OCNE o lo harán en condiciones indignas para su talento».

David Afkham  y la OCNE

Resucitar a medias

Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Auditorio Nacional, 9-X-2021. Temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España [OCNE]. Sinfonía nº 2 «Resurrección» de Mahler, ofrecida en una reducción de José Luis Turina. 

   Hay un tipo de grandiosidad que tiene que ver con lo cuantitativo, que se puede encontrar en Wagner, Bruckner y Mahler,  por ejemplo, pero no en Vivaldi, Sebastián Durón o Mozart. Es una magnitud que, respecto al cuerpo de la música (hablamos de «cuerpo» entendiendo aquí la Música como lo hace el Materialismo filosófico, como un volumen tridimensional), está relacionada con el número de instrumentos, independientemente de lo que haga con ellos el director a la hora de poner en sonido la partitura. Y hay otra grandiosidad puramente interpretativa, que puede contener a la primera pero que también puede ser independiente  [la de Jorge Luis Prats tocando la Mazurka glissando de Lecuona, por ejemplo] y que depende del talento del intérprete a la hora de dar sentido al material musical.

   Esta grandiosidad corporal que sin duda es propia de la Segunda sinfonía de Mahler, se vio mermada «por cuestiones sanitarias» en la versión presentada en esta ocasión por la OCNE. Esta pérdida, fundamental, no resta ni un ápice de importancia al admirable trabajo de reducción realizado por José Luis Turina, pero fue una renuncia innecesaria que empobreció el concierto, usando para su programación un criterio gestor, conmemorativo, pero no musical. Si no era posible hacer la Segunda al completo por la pandemia, podría haberse hecho otra obra y no hubiera pasado nada. Nos parece un gesto desafortunado cambiar la esencia de una obra maestra de la literatura sinfónica universal.

  «El efecto», explicaba en su día el propio Mahler refiriéndose al último movimiento de la sinfonía, «es de una grandeza increíble. Si expresara todo lo que pienso sobre esta gran obra, daría la impresión de ser presuntuoso. Pero que el Fundus instructus de la humanidad se ha engrandecido gracias a ella es absolutamente indudable para mí».

   Los gestores a veces se obsesionan con cuestions secundarias. Hace pocos años se impuso la moda de poner rótulos sofisticados a las temporadas, títulos temáticos que hoy parece que ya no son necesarios. Las modas, tantas veces ridículas, cambian, pero la partitura permanece como una invariante sustancial que hay que actualizar dependiendo de las circunstancias. Así que el siglo XXI, que lamentablemente es el de las conmemoraciones en tiempos de pandemia, dejó ver en Madrid una Segunda sinfonía de Mahler reducida y, al mismo tiempo en La Coruña, la Cuarta del mismo compositor  puesta en sonido con todo su esplendoroso cuerpo por la Sinfónica de Galicia. Es complicado saber el recorrido que tendrá esta versión reducida que ha presentado la OCNE en el futuro, pero resulta difícil imaginar que alguien que pueda oír la Sinfonía resurrección completa y en toda la grandeza instrumental concebida por Mahler, elija oírla en una versión más pequeña, por muy meritoria que esta sea, una versión que hizo diferente a la obra, que se alejó bastante de la épica sonoridad mahleriana.

   ¿Y cómo fue la versión ofrecida por David Afkham? Pues meritoria sin duda, por la eficacia conductora, pero dentro de un ejercicio casi gimnástico que nos sorprendió por su perspectiva un tanto enjuta, controlada en exceso, con una obvia preocupación por el detalle más que por la idea general de la obra, sopesada con cierto ánimo de pulcritud, pero sin dejar  respirar del todo una versión que, aún conteniendo impresionantes pero no grandiosos fortísimos, nos dejó algo fríos. Hubo algunos problemas importantes durante la noche. El escaso número de cuerdas relegó su sonoridad a un tercer término y puso en un resonante primer plano durante toda la velada a los metales y la percusión, cuyos componentes estuvieron espléndidos.

   Seiji Ozawa nos habla en un libro recientemente publicado de dos tipos de dirección: «Existe un tipo de dirección detallada y también otra más amplia», explica Ozawa, que destaca la perspectiva de Karajan (la segunda de ellas), creyendo que lo importante es «mantener una larga línea gruesa». Aunque «algunos detalles concretos no llegaban a funcionar bien, no debíamos preocuparnos», añade en el libro Música, sólo música. El trabajo de David Afkham fue en la dirección contraria, a fuerza de marcar detalles, se perdió un poco la grandiosa línea general. Fue impresionante, muy llamativa, la colocación del Coro Nacional de España en el Audiorio.

   Hubo un encomiable interés del director por ofrecer sonoridades exquisitas, tanto en pianísimos como en fortísimos, pero  como efectos un tanto aislados, sin terminar de encajar con el conjunto. La entrada del coro, por ejemplo, se ofreció en un planísimo muy bien templado. Un gran coro el Nacional. Pero tan piano que la entrada de la flauta y, después, la de la trompeta, resultaron demasiado bruscas en el contraste. Por parecidas razones, los fortísimos los sentimos  algo excéntricos. No ayudó el mencionado desequilibrio sonoro en el cuerpo de las secciones. Tampoco entendimos el nerviosismo gestual del director, quien permaneció dando saltos durante todo el concierto de arriba a bajo y moviéndose constantamente de lado a lado. Nos sorprendió este hipnótico ejercicio coreográfico para todo un director de la Orquesta Nacional, quien a nuestro juicio debería tener en cuenta lo incómodo que resulta el efecto para un espectador deseoso de centrarse en la música y no en el director.

   Las solistas, de calidad, ofrecieron una perspectiva artística poco clara. La mezzo Karen Gargill posee una dúctil y bonita voz que no terminó de mostrarse, un tanto temerosa, como intentando matizar en exceso una línea de canto que para ser emotiva no debería renunciar a cierta entereza y volumen sonoro.  No se aprovecharon las cualidades canoras de ambas cantantes, ofreciendo una perspectiva, más que sensible, algo sensiblera, debilitada, sin redondear, como a medio camino. Faltó decisión. Algo parecido sucedió con la soprano Julia Kleiter, cuya voz parecía ir y venir un tanto indecisa, sin terminar de centrar el tono dramático de su canto. Las voces deben oírse bien y con claridad ante todo, para decir cualquier cosa, incluido el susurro más emotivo del mundo. En general, creemos que no es posible entender bien el último movimiento de esta obra desde una especie de pulcritud sonora equilibrada. Uno debe abandonarse un poco ante la obra y su granciosa intencionalidad, a costa incluso de ser excesivo. Si no se es excesivo en este final, cuándo se va a ser. La versión de David Afkham resultó placentera, sin duda, pero parca en palabras, como de una elegancia demasiado ensayada. 

   Hablando ya no del concierto sino en general, queremos terminar haciendo una reflexión sobre el trabajo de Afkham en el seno de la OCNE. Cuando David Afkham asumió la dirección artística de la Orquesta y Coro Nacionales de España se comprometió a dar cabida a los más importantes artistas españoles del presente, algo que no sólo no está sucediendo sino que podemos decir que algunos de nuestros más destacados músicos,  muchos de ellos entre los mejores del actual contexto internacional, ni siquiera han debutado con la OCNE o lo harán en condiciones indignas para su talento. ¿Cuáles son los criterios que usa David Afkham para programar? O  Afkham desconoce la calidad de nuestros más destacados músicos, lo que sería grave, o simplemente los ignora atendiendo a criterios que no tienen que ver con su mérito artístico. Observamos con sorpresa la facilidad con la que ciertas agencias sitúan a sus representados en la temporada. Y con extrañeza las dificultades que encuentran otras para que se preste la debida atención a sus proyectos y artistas, a pesar de ser estos importantes.

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