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Crítica: El Cuarteto Casals y Juan Pérez Floristán en el «Liceo de Cámara XXI» del CNDM

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Autor: Ana María del Valle Collado
13 de mayo de 2022

Dos de las referencias actuales más potentes de la música española se unen para ofrecer este recital en el ámbito del Centro Nacional de Difusión Musical, interpretando obras de Franz Joseph Haydn, Dmitri Shostakovich y Antonín Dvorak

Cuarteto Casals y Juan Pérez Floristán: el equipo total

Por Ana María del Valle Collado | @ana.budulinek
Madrid, 6-V-2022, Auditorio Nacional de Música. Liceo de Cámara XXI, Centro Nacional de Difusión Musical. Cuarteto de cuerda en sol menor, op. 20, n.º 3, de Franz Joseph Haydn; Cuarteto de cuerda n.º 9 en mi bemol mayor, op. 117, de Dmitri Shostakovich y Quinteto para piano y cuerdas nº 2 en la mayor, op. 81, de Antonín Dvorák. Juan Pérez Floristán [piano]. Cuarteto Casals: Vera Martínez Mehner y Abel Tomàs Realp [violines], Jonathan Brown [viola], Arnau Tomàs [violonchelo].

   Han pasado los años y el que fuera considerado como «prometedor cuarteto de cuerda español» se ha consolidado, concierto tras concierto y a fuerza de cultivar un sonido lleno de personalidad y de perfecto equilibrio sonoro, en una de las agrupaciones a tener muy en cuenta dentro del universo camerístico internacional actual. El Cuarteto Casals es invitado habitual del Liceo de cámara, de hecho, aún resuena aquel Contrapunto de verano de hace cerca de diez años en donde a lo largo de siete conciertos abordaron 14 de los 20 cuartetos de cuerda que compusiera Schubert –inacabados incluidos– junto con parte de la obra de cámara del también vienés Anton Webern.

   Tras un aplazamiento por motivos de salud que trasladó este concierto de febrero hasta mayo, pudimos ver al Casals junto al pianista Juan Pérez Floristán. En estos tiempos de imprevisibilidad por el Covid son habituales los bailes de fechas en unos ciclos de conciertos programados con mucha anterioridad pero, al menos en este caso, la espera mereció mucho la pena.

   La obra elegida para comenzar fue el tercero de los cuartetos de cuerda del paradigmático op. 20 de Haydn, auténtica obra maestra que marcaría un antes y un después en el género. Si en cuartetos previos a menudo el vienés había fusionado las partes de la viola y el chelo en una sola línea melódica, ahora cada instrumento posee una voz independiente. Aspecto manifiesto en el Casals que sabe dotar a cada uno de sus instrumentos de carácter propio sin por ello perder la visión y el sentido de conjunto que les caracteriza. La limpieza de sonido y un fraseo delicado, especialmente en manos del primer violín de Abel Tomàs, estuvieron presentes a lo largo de toda la interpretación, así como el  equilibrio sonoro entre las voces, algo especialmente delicado si tenemos en cuenta el amplio rango de dinámicas de este cuarteto. Fácil hubiera sido caer en una interpretación triste y oscura, asociada comúnmente a la tonalidad de sol menor (recordemos en Quinteto con viola de Mozart), sin embargo el Cuarteto Casals supo abordar a la obra de Haydn con energía tormentosa, al nivel de las altas pretensiones estéticas y emocionales de una obra cercana al Sturm und drang y de un Haydn influenciado por las nuevas tendencias filosóficas que recorrían Europa.

   Tanto en el primer como cuarto movimiento, los más expresivos, con unos inspirados y significativos silencios repentinos, fueron ejemplo de sonoridades apropiadas a la obra, justo equilibrio entre lo medido y la musicalidad desbordante. Especialmente bonito y lírico el sonido del primer violín cuando en la sección de trío del Minueto se debe de enfrentar a los otros tres instrumentos en un difícil contrapunto, más que duelo, manteniendo la personalidad del cuarteto pero con mesura, sin acaparar protagonismo ni perder de vista la sensación de conjunto.

   A la sombra de grabaciones de agrupaciones de peso como el Cuarteto Emerson o el Borodin, el Casals se atrevió a continuación con el Cuarteto n.º 9 de Shostakovich, una obra difícil, muy exigente, y quizás por eso mucho menos interpretado que el octavo, más conocido y resultón. Este noveno cuarteto  anticipa alguna de las características que se verán en los posteriores, con glissandi, complicados acordes en pizzicato, escalas cromáticas, etc, a lo largo de los cinco movimientos que lo componen y que fluyen uno tras otro sin interrupciones. A lo largo de toda la interpretación tanto la viola como el chelo estuvieron correctísimos, pero fueron los violines, con Vera Martínez en este caso ocupando el primero de ellos, ejemplo de entendimiento y arcos justos y medidos, especialmente en los pasajes estilo fanfarria de la polka que esconde el tercer movimiento. El tour-de-force del cuarto movimiento culminó una brillante interpretación, tras el paso por una fuga extenuante. El Cuarteto Casals derrochó vitalidad, energía y algo mucho más difícil, coherencia.

   Con el Quinteto para piano y cuerdas n.º 2 de Dvorák apareció en escena el pianista Juan Pérez Floristán. No era la primera vez que actuaba junto al Cuarteto Casals, de hecho ya habían aparecido juntos en el Liceo de cámara XXI del pasado año. Si en las obras anteriores el protagonismo había recaído en los violines, ahora fue el violonchelo el encargado de aportar lirismo y carácter al conjunto, si bien con un tempo a veces algo lento. Sí que hubimos de notar cierta rigidez y un fraseo poco fluido en algunos pasajes de la viola, pero el conjunto seguía hablando un lenguaje común, en adición ahora con el piano. Un instrumento el de Pérez Floristán que dialogó con las cuerdas de igual a igual, introduciendo y resaltando temas con una dinámica muy medida sobre el resto de instrumentos. Su fraseo fue casi perfecto en la Dumka, al inicio del segundo movimiento, con el piano en solitario. Pese a los contrastes dinámicos y de tiempos encontrados, en ningún momento vimos que se perdiera la coordinación de los cinco.

   Para terminar, y ante el entusiasmo del público, Juan Pérez Floristán y los integrantes del Cuarteto Casals recurrieron al segundo movimiento del Quinteto para piano de Brahms, obra de la que hace tiempo se vienen sirviendo a modo de propina en el cierre de sus actuaciones juntos. No es este segundo movimiento precisamente uno de los más cortos, si bien sí de un gran lirismo y elegancia, lo cual fue especialmente meritorio dada la intensidad y exigencia del programa de la noche.

Fotografías: Elvira Megías/CNDM.

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