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Crítica: El Cuarteto Modigliani se une a Amihai Grosz y Pablo Ferrández en el «Liceo de Cámara XXI» del CNDM

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Autor: David Santana
18 de diciembre de 2020

Cuartetos sobre la disonancia

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 15-XII-2020. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Split Apart de Mark-Anthony Turnage; Cuarteto de cuerda n.º 3 en mi bemol menor, Op. 30 y Sexteto de cuerdas en re menor, «Recuerdos de Florencia», op. 70 de P. I. Chaikovski. Cuarteto Modigliani, con Amihai Grosz [viola] y Pablo Ferrández [violonchelo].

   No recuerdo ni cómo llegó a mi estantería una vieja Enciclopedia de la Música de un tal Frank Onnen que de vez en cuando utilizo para asegurarme de que determinados términos que uso son los correctos. Hoy, la palabra que he buscado ha sido «Disonancia» y dice lo siguiente: «Conjunto de dos o más sonidos cuyo efecto es insatisfactorio para el oído y que pide una resolución».

   Una definición sencilla y escueta, pero con las palabras muy bien elegidas. Split Apart, estreno mundial de Mark-Anthony Turnage por encargo del CNDM, es un cuarteto que, al igual que el KV 465 de Mozart se basa en la disonancia, ¿quizás como caracterización de las relaciones entre la Unión Europea y Gran Bretaña a las que alude el título? Quizás.

   Sin embargo, entre Mozart y Turnage hay notables diferencias, como no podría ser de otro modo. Por ejemplo el ritmo en Split Apart es etéreo y se crea a partir de motivos rítmicos que se repiten en el chelo y la viola y que crean la base para que los violines puedan cantar, lo que permitió lucirse al violín primero del Cuarteto Modigliani, Amaury Coeytaux, que mostró unas líneas muy melódicas y bien timbradas que destacarían aún más con las largas frases de Chaikovski.

   Pero volvamos a Turnage. Es muy interesante cómo juega con las líneas melódicas, pareciendo en ocasiones completamente independientes para, de repente, confluir en unos interesantes fragmentos corales en los que el Cuarteto Modigliani supo mostrar una gran capacidad de cohesión. Le queda pendiente a Turnage la cuestión de la «forma», difícil de captar al oído –si es que la hay– y que da la sensación de falta de dirección, como si la obra no llevase a ninguna parte. Aunque, si la obra habla del Brexit... tal vez esté hecho a propósito.

   En Turnage es más complicado apreciar la calidad del Cuarteto Modigliani, pero en Chaikovski no hay duda. Excelentes timbres, destacando el agudo del violonchelo de François Kieffer al comienzo del primer movimiento del cuarteto. Interesante igualmente el contraste entre la claridad del violín y la oscuridad de la viola en el Allegretto. Muy destacable el momento coral, religioso del Andante en el que de nuevo pudimos apreciar el prístino timbre de Coeytaux y la parte de los pizzicatos, ejecutados con un gran sentido de la dirección y el fraseo.

   Para formar el sexteto se unieron al Cuarteto Modigliani Amihai Grosz a la viola y Pablo Ferrández al violonchelo. Ambos encajaron de forma excelente aunque destacó especialmente Ferrández, quien tuvo una parte solista al principio del primer movimiento junto con Kieffer, mostrando el español un timbre más oscuro ideal para encajar en el entramado armónico construido por Chaikovski.

   En los movimientos tercero y cuarto el compositor ruso nos vuelve a hacer pensar en Mozart, pero no me refiero ya solo al uso de citas musicales como la de Las bodas de Fígaro al final del Allegro vivace, sino al tratamiento de las melodías folklóricas rusas mediante la repetición que provoca que uno salga a menudo del Auditorio silbando o tarareando la parte de los violines y, sobre todo, al movimiento, a la dirección que tienen estos movimientos que, mediante a un uso inteligente de la disonancia se desbocan hacia un final explosivo.

   Dos formas de usar la disonancia diferentes y, sin embargo, parecidas en algo: Turnage se regodea en esa insatisfacción como una especie de protesta. Chaikovski también se regodea, pues es propio de los románticos extender las resoluciones de las disonancias hasta el límite. De este modo, podemos apreciar dos filosofías: la resignación del hombre moderno, frente al heroísmo del hombre romántico. El segundo tenía asegurada una resolución de sus disonancias vitales ya fuera en la vida o en la muerte; el primero, nosotros, no.

Fotografías: Elvira Megías/CNDM.

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