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Crítica: El Ensemble Aedes abre los conciertos matinales del 67.º Festival Internacional de Música y Danza de Granada

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Autor: Mario Guada
27 de junio de 2018

El exquisito conjunto vocal francés ofrece un magnífico concierto, con un programa inteligentemente bien estructurado que fue interpretado con insultante solvencia.

Mirar hacia atrás con respeto

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Granada. 23-VI-2018. Monasterio de San Jerónimo. 67.º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Música de Francis Poulenc, Tomás Luis de Victoria, Manuel de Falla y Pau Casals. Ensemble Aedes | Mathieu Romano.

Y ahora veremos por dónde el presente musical vuelve a unirse en cierto modo, con el pasado más remoto, con el principio natural de la música. / Vamos a ver como […] la música novísima es pura y simplemente la renovación de aquella otra por tantos siglos olvidadas.
Manuel de Falla: Introducción al estudio de la música nueva.

   Los conciertos matinales del Festival Internacional de Música y Danza de Granada son, sin duda, uno de los momentos más destacados y esperados por parte del público de la ciudad que acude a «los festivales». Por la imponente e increíble iglesia del Monasterio de San Jerónimo han pasado mucho de los conjuntos más destacados del panorama mundial de la música antigua, por ejemplo, pero no solo. El conjunto encargado de inaugurar estos matinales en la 67.ª edición del festival ha sido otro buen desconocido para la mayor parte del público español, entre otras porque no se prodiga nada por los escenarios españoles –quizá ahora que Pablo Heras-Casado ha abierto la puerta al programarlos, otros vengan detrás y tomen nota–: el Ensemble Aedes, que fundó y dirige desde sus inicios Mathieu Romano. Se trata de una agrupación vocal de cámara, con un amplio espectro musical, pero que se especializa en la música contemporánea, como da buena muestra de ello su notable discografía, que está jalonada por nombres de la talla de Debussy, Ravel, Britten, Fauré, Bernstein, Berio, Schafer, Martin, Hindemith, Messiaen, Ligeti y otros muchos. Especialmente interesante resulta su acercamiento a la música francesa de la primera mitad del siglo XX.

   El concierto se estructuró en torno a dos nombres principales: Francis Poulenc (1899-1963) y Tomás Luis de Victoria (c. 1548-1611), organizados, a su vez, en relación con los dos tiempos más importantes –y para los que más música se ha escrito– del calendario litúrgico, la Pasión y la Navidad. La inteligencia con la que se presentó el programa es de agradecer, demostrando una vez más la importancia de realizar un programa de interés musical, pero sobre todo hilvanarlo de forma reflexiva. Protagonizado, principalmente por los dos ciclos motetísticos más trascendentes del autor francés, a saber: Quatre motets pour un temps de pénitence, FP 97, y Quatre motets pour le temps de Noël, FP 152, el repertorio fue intercalando estas piezas de Poulenc con algunos motetes del abvlensis, sobre el mismo texto. De esta forma, los textos Tenebræ factæ sunt, O magnum mysterium y Quem vidistis pastores tuvieron una triple resonancia, pues al primigenio ejemplo del genial autor hispánico se sumó el del autor galo, además de una rareza musical que muy pocas veces se escucha en directo; me refiero a las llamadas Revisiones e interpretaciones expresivas de Manuel de Falla (1876-1946), una serie de versiones sobre motetes de Victoria que realizó el autor gaditano a lo largo de varios años, sobre todo coincidiendo con su estancia en Argentina. Son versiones que aportan anotaciones de dinámica y agógica a los originales, además de algunos añadidos extra en su escritura, como frases extra o alteración de algunos pasajes con el fin de añadir un mayor dramatismo a las composiciones de Victoria –¿es acaso esto posible?–. Estando absolutamente virgen a este respecto –estas obras apenas se interpretan y, que se sepa, no han sido registradas discográficamente–, me parecieron unos aportes que, como curiosidad y en un marco de concierto como este, pueden ser de cierto interés, pero más como una curiosidad musicológica que como una composición musical superlativa. Poco a lo ya brillantemente creado por la mano de Victoria añade Falla que sea justo merecedor de halagos. Y en realidad, como una ejemplificación de la visión que en la primera mitad se tenía en España de estas composiciones, el resultado es óptimo, pero en general los añadidos en cuanto a tempo y dinámicas no hacen sino perjudicar claramente a la escritura polifónica, desvirtuando de manera evidente el original.

   El conjunto vocal francés es un lujo coral, así de claro. Un equilibrio excepcional entre sus veinte voces –no se antepone ninguna línea a otra, como sucede a veces en otras formaciones–, de tal forma que los cinco cantores por cuerda se imbrican en unas interpretaciones dotadas de una calidad vocal de primer nivel, a la que sumar la notable juventud de sus miembros, su exquisita dicción del latín –a la italiana, por cierto; quizá hubiera sido de agradecer una pronunciación a la francesa para las obras de Poulenc–, un balance entre líneas impoluto, una pulcritud en la afinación milimétrica, un sonido bellísimo y totalmente refinado… En definitiva, un ejemplo excepcional de lo que ha de ser un buen conjunto vocal que aspira a la máxima excelencia. Pocas veces podrá escucharse una asimilación tan imponente de la escritura vocal de Poulenc en interpretaciones en directo. Es, sin duda, un repertorio que se adapta al conjunto como un guante. De ello dieron buena fe las angelicales sopranos, de emisión llímpida y un breve aporte de vibrato en algunos momentos, que aportó mucho empaque y expresividad a su línea de canto. La línea de altos –sin contratenores– es de una sonoridad tremendamente noble, poderosa e impactante, sobria, pero brillante, con una densidad no especialmente habitual en conjuntos de este tipo. Los tenores, que mostraron algunos momentos de poderío sonoro fantástico –Hodie Christus natus est, por ejemplo–, fueron, sin embargo, la línea menos rotunda, con una emisión en ciertos momentos algo blanda y excesivamente abierta, de color un punto blanquecino. Por su parte, los bajos suponen un sustento firme, aposentado en un grave de notable carnosidad, con un brillante equilibro entre el registro agudo y el grave, muy bien compensado.

   Impresionante, como decía anteriormente, la concepción de su director, Mathieu Romano, de la música de Poulenc. Otro cantar supone el terreno del abvlensis, con una visión demasiado contemporánea, con una elección de tempi excesivamente rápidos –por momentos no tan lejanos de las versiones de Falla– y un abuso de las dinámicas que no favorecen la propia escritura contrapuntística de Victoria, cuya factura está muy lograda casi únicamente con seguir el fraseo del propio texto. Con Victoria muchas veces menos es más, y aquí hubo más más que menos. Por lo demás, el tactus resulto muy desigual y desconcertante en varios pasajes, dando como resultado que algunos giros se convirtieran casi en filigranas barrocas, creando además algunos desajustes rítmicos entre las distintas líneas. En definitiva, ni Romano ni el Ensemble Aedes se mueven con la misma comodidad en el contrapunto estricto del XVI –y eso que Victoria es ya bastante avanzado en su escritura– que en el dramatismo extremo del Poulenc coral, del que sencillamente me atrevo a decir que son un referente, tras lo que tuve la oportunidad de escuchar. De mayor interés su versión del Quem vidistis pastores a 6, de Victoria, aunque la versión a uno por parte –más madrigalística que de la estricta polifonía sacra– le resta solemnidad a la composición, aunque le aporta un extra de dramatismo expresivo. Se completó el concierto con dos versiones del bellísimo texto O vos omnes, una de ellas de Victoria, y la segunda en la célebre composición del catalán Pau Casals (1876-1973), en una versión refinada y absolutamente memorable del conjunto, especialmente de las voces graves.

   Ante tan excelso concierto, el público se vio recompensado con un breve, pero hermoso regalo, una magnífica armonización del conocido villancico A la nanita, nana, que fue cantado con delicadez y dulzura maravillosas, además del aporte solista de Laia Cortés, alto de procedencia española, que paladeo el texto con sumo gusto y una dicción casi corpórea. Sin duda, un lujo máximo que deberíamos tener el placer de disfrutar en más ocasiones en nuestro país, y todo un ejemplo del buen hacer que los franceses también tienen con los conjuntos vocales, a veces injustamente ensombrecidos por la calidad de sus conjuntos instrumentales, a los que nada tienen que envidiar...

Fotografía: Festival de Granada/José Albornoz.

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