El conjunto español firmó la que fue, con diferencia, la peor actuación en esta edición del festival madrileño, un compendio de despropósitos que requieren una necesaria reflexión acerca del sistema español en cuanto a las recuperaciones de nuestro patrimonio musical
Una serie de catastróficas... malas decisiones
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid, 2-IV-2022, Capilla del Palacio Real. XXXII Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid [FIAS 2022]. Requiem. José de San Juan (1685-ca.1747). Exordium Musicæ | David Santacecilia.
¡O cuánto sobresales,
antigua Iglesia Hispana!
No es ya mi canto, no, quien te celebra,
sino las mismas obras inmortales
de Patiño, Roldán, García, Viana,
de Guerrero, Victoria, Ruiz, Morales,
de Literes, San-Juan, Durón y Nebra.
Tomás de Iriarte: La Música, poema [canto III, 1779].
No acostumbro, pero por esta vez seré [un poco más] breve. Urge empezar a plantearse qué se está haciendo en este país con respecto al asunto de las recuperaciones del patrimonio musical español. ¿Se está haciendo adecuadamente? ¿Es necesario modificar el enfoque? ¿Sirve realmente la forma en que estas recuperaciones se están llevando a cabo? ¿Puede mejorarse el sistema? ¿Están todos los actores implicados en este proceso realmente preparados para realizar una labor que resulta de una importancia muy sustancial para la cultura musical de un país? Estas y otras numerosas preguntas pueden surgir cuando uno se enfrenta a este siempre espinoso asunto. Sin duda, son muchos los avances que se han llevado a cabo desde hace años en este aspecto, pero estamos todavía años de luz de un país vecino como Francia, por ejemplo. Y no, no es acudir al argumento fácil, es sencillamente plantearse por qué un país que comparte frontera con el nuestro trata a la cultura y la música como cuestiones de estado, mientras aquí las seguimos apreciando como poco más que meros divertimentos.
Es cierto que el Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid [FIAS], desde su renovada etapa con la llegada del nuevo asesor musical allá por 2016 es una de las instituciones que más esfuerzo e interés ha puesto en la reivindicación de ese patrimonio tan nuestro –no se le puede restar valor al trabajo realizado a lo largo de estas ediciones, por supuesto–, pero desde hace tres ediciones, especialmente, se está convirtiendo es una especie de «coladero» –me van a permitir la expresión– de agrupaciones que bien no están al nivel esperado, bien presentan programas que resultan un despropósito, por ser un bolo de proporciones inadmisibles, o bien no presentan mucho interés porque si la calidad de la música no es excepcional, la de la interpretación resulta todavía más difícil de calificar.
Como se decía, son muchos los factores que forman parte de un proyecto de recuperación como este que aquí nos ocupa –sirva de ejemplo para los otros que suelen protagonizar las programaciones de algunas instituciones del país–, comenzando por quien realiza el trabajo de estudio, transcripción y realización de una edición crítica que pueda ser útil para llevarse a cabo su interpretación. Este primer paso es fundamental, pues los musicólogos de turno deben cribar con acierto las obras que puedan ser interpretadas. Como suele decirse, algunas duermen el sueño de los justos con razón. Primer aspecto a tener en cuenta, pues: si la música realmente no merece la pena ser redescubierta, mejor no invertir el esfuerzo y dinero de nadie en hacerlo. Ello implica quitarse los egos –sí, en la musicología también hay de esto, y en cantidades muy notables–. Si alguien quiere asumir el papel de recuperador, amo y señor, además de la referencia a nivel mundial ligada a este o aquel compositor, probablemente el rigor a la hora de seleccionar qué y qué no quedará nublado por todas esas supuestas hazañas y anhelos. Y me van a perdonar, pero no es de recibo que la persona que ha realizado el estudio y transcripción –Miguel Ángel Ríos, en este caso, con quien colaboró Carlos González– de la obra a interpretar quiera erigirse como protagonista del evento. La musicología no debe ser una estrella, sino un factor más. Una cosa es darle el protagonismo que merece como parte fundamental del proceso que es, pero otra bien distinta querer ponerse estrellas en la solapa que no vienen a cuento. Digo esto, porque el musicólogo en cuestión no puede salir antes del concierto a sacar pecho de su trabajo y erigirse como «el culpable de que estemos aquí». Puede parecer anecdótico, pero en absoluto lo es. Por lo demás, si se vende la música a interpretar poco menos que como uno de los descubrimientos más importantes de los últimos años, las expectativas del público automáticamente ascienden a cotas elevadísimas. De nuevo una falta de rigor. No se deberían verter juicios de valor antes de un concierto, precisamente porque pueden condicionar la escucha.
El segundo factor es el programador. Obviamente, si no se conoce la música y no se ha tocado ni grabado nunca, y su compositor es prácticamente desconocido, es complicado poder tener un criterio formado al respecto. Ese no es el problema, pero sí lo es si se acepta que un conjunto cualquiera –en este caso Exordium Musicæ– pueda hacer cualquier tipo de repertorio, por más que esté bastante alejado de su campo de acción habitual. Para entendernos: si un conjunto está especializado en música de cámara alemana del siglo XVII, será complicado que pueda acometer con garantías la interpretación de una obra que requiere un estilo, plantilla y forma de trabajar casi opuesta a su labor habitual, pongamos una zarzuela barroca española. Lo sucedido aquí sería un caso de este tipo. Y es la obligación del programador conocer la trayectoria –más en el caso de un grupo como este, que ya tienen algunos años de historia– del conjunto, cuál es su campo de acción habitual o qué ha venido asumiendo a lo largo de los últimos años. Fiarse del criterio del musicólogo y del director de la agrupación a la hora de comprar un proyecto es un criterio, cuando menos, bastante cuestionable. Y el problema es que no es la primera vez que esto pasa en las últimas ediciones del FIAS.
En tercer lugar está la parte de la praxis, quizá la más evidente, en tanto que es la que hace al escuchante percibir y llevarse la idea final de una obra y un compositor. Debe entenderse, por tanto, la enorme responsabilidad que ello conlleva. Si un conjunto exhuma de un archivo una obra de José de San Juan (1685-c. 1747), autor que prácticamente va a sonar para cientos de personas por vez primera desde hace siglos, deber comprender que lo que está haciendo es posicionar no solo esa obra, sino en última instancia el nombre de ese compositor en el imaginario de un público. De su interpretación dependerá, en gran medida, que los escuchantes se vayan para sus casas con la creencia de que la música de San Juan es mediocre o de calidad notable. No es, pues, una cuestión baladí, sino una carga extra que conlleva este tipo de trabajo. Lo sucedido interpretativamente aquí es difícil de definir con minuciosidad, en primer lugar porque hubo de todo menos trabajo, ganas y esfuerzo. Un director [David Santacecilia] totalmente desbordado, al que se le veía totalmente perdido en este repertorio y sin preparación para sumir ante sí una plantilla de este tamaño –con hasta tres coros vocales y casi una decena de instrumentistas–. El desconocimiento –y mal asesoramiento por parte de quien hizo el estudio, no podemos eliminarlo de esta ecuación– de aspectos tan relevantes aquí como las tesituras de las voces, el equilibrio sonoro entre los diversos coros, el trabajo textual o la concepción retórica fue tan sumamente apabullante, que el dislate resultó mayúsculo. Pero, además, ni siquiera se apreció un trabajo solvente en aspectos que cualquier intérprete debe dominar, como afinación, empaste, balance sonoro o pulcritud técnica. La desidia, las caras de circunstancias de algunas personas frente a otros gestos de asumida negligencia, o la pasmosa falta de cualquier tipo de rigor fue tal, que no merece la pena ensañarse. Si a esto le sumamos otro de los principales problemas que tenemos en España, que no es otro que la calidad bastante mediocre de la mayoría de los músicos de bolos –especialmente cantantes, más que instrumentistas– que copan buena parte de muchos conjuntos –sobre todo en Madrid–, el resultado es el que se pudo presenciar en esta velada. No puede dejarse un conjunto descabezado y que el resultado final dependa de los esfuerzos y el criterio individual de cada uno de los músicos. Así no funciona, y el mero hecho de que alguien pueda plantearse esto resulta tremendamente significativo del problema de enfoque que existe en este país en muchos de los ensembles historicistas que sobrepueblan el panorama nacional. Quizá el hecho de preparar un programa de esta envergadura para ser interpretado una sola vez, sin la mínima oportunidad, además, de ser llevado a una grabación, implica un cierto desaliento en parte de los intérpretes. Pero jugar en este terreno implica asumir las reglas. De lo contrario, mejor rompamos la baraja y dejemos hacer a otros…
Que estas obras de San Juan no están en la cúspide de la creación española del siglo XVIII, por supuesto, pero culpar únicamente a la calidad de la música resulta una vía muy fácil y absolutamente indigna en la que no se puede incurrir. Los culpables están claros. Por supuesto, hubo excepciones, pues podía observarse a algunos intérpretes dejarse casi la vida para lograr salir de ese pozo en el que se convirtió esta versión, aunque de manera infructuosa. Unos pocos no pueden contra unos muchos… No es necesario dar nombres, ni para defenestrar ni para ensalzar. Al final todos estaban en el mismo barco, un navío desgobernado, a la deriva ante la planificación de una travesía sin sentido desde el primero minuto, y más preocupados, parece, por lograr la fama de quienes comendaron el proyecto que en lograr que, no ya la excelencia, pero al menos sí una mínima dignidad artística, pudiera sobresalir de todo esto. Conciertos como este son el ejemplo de todo lo que no se debe hacer a la hora de recuperar patrimonio, pues no favorecen, sino que ensucian y ponen en cuestión el trabajo de otros que se molestan en hacer las cosas de otra manera –que la hay–. Lamentablemente, todos están en el mismo saco, compartiendo un festival cuya irregularidad en los últimos tiempos está empezando a manchar el buen nombre construido años atrás. Deberían hacérselo mirar, no vaya a ser que todo lo hecho no haya servido para mucho. La gente olvida rápido, y lo más reciente es lo que se mantiene más vivo en la memoria.
Fotografías: Patrimonio Nacional.
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