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Crítica: Fred Hersch y Avishai Cohen inauguran en el CNDM un mes de mucho jazz en la capital madrileña

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Autor: Juan Carlos Justiniano
5 de octubre de 2021

La grandeza del formato dúo es inherentemente artística principalmente porque constituye todo un verdadero tour de force. Y es que el diálogo entre instrumento armónico e instrumento melódico es enormemente exigente porque sus miembros quedan completamente expuestos, enfrentados indefensos a sus propias capacidades.

Una maravillosa contingencia

Por Juan Carlos Justiniano
Madrid, 3-XI-21, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Jazz en el Auditorio]. Fred Hersch – Avishai Cohen Dúo: Fred Hersch [piano] y Avishai Cohen [trompeta].

   No era Avishai Cohen, sino Enrico Rava quien estaba previsto que compareciera junto a Fred Hersch en el primero de los conciertos de la nueva temporada del ciclo Jazz en el Auditorio del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]. El reemplazo, por más que uno se esfuerce, es imposible de valorar cualitativamente; es, como dirían los lógicos, un impredicable o, cuando menos, un dilema imposible. A pesar de que se doblan en edad, tanto Cohen como Rava constituyen dos instituciones, dos auténticas autoridades en el «género»: ambos están a la vanguardia de la trompeta de jazz contemporánea, solo que uno llegó antes por puras razones biológicas. Entre ellos se observan incluso paralelismos en el modo de enfocar sus carreras, por ejemplo en sus devaneos vagabundeando por todo tipo de estilos. (Para ninguno de los dos opera la máxima wittgensteiniana, en ningún caso los límites de sus lenguajes son los límites de sus mundos). El primero, a lo Miles, enfundándose unas futuristas gafas de sol luminosas, recientemente ha grabado con una banda de rock [Avishai Cohen Big Vicious, ECM, 2020]. Pero es que el segundo ya se subió a la pista de baile dedicando un disco a la música de Michael Jackson [Rava on the Dance Floor, ECM, 2012]… Más allá de la anécdota, «si Cohen o Rava» es una elección imposible. Por ello, sobre cómo han acordado resolver (imagino que el propio Rava, Hersch y Cohen) la convalecencia del trompetista italiano, solo cabe considerar la grandeza de una comunidad como la jazzística para sobreponerse a las contingencias. Ante el panorama todavía incierto de muchas de las programaciones musicales que siguen anunciando cancelaciones hay que elogiar la capacidad de estos jazzistas para, en vez de hacer mutis por el foro, improvisar. Claro.

   Así, aparentemente de improviso, con un juego de nombres resuelto a última hora del que muchos nos enteramos hace apenas unos días, se inauguró ayer un mes de mucho jazz en la capital. Porque con la visita a Madrid de Fred Hersch y Avishai Cohen no solo echó a andar la temporada 2021/2022 del ciclo Jazz en el Auditorio, también lo hizo el Festival Internacional de Jazz de Madrid 2021. El JazzMadrid este año ha seguido profundizando en su deslocalización diversificando aún más el cartel y proponiendo una nueva y atractiva fórmula: el ciclo Villanos del Jazz, un juego anfibológico en el que entra tanto aquello que tenga que ver con la Villa y Corte de forma genérica como, en esa otra acepción (que es la primera que viene a la mente), las propuestas artísticas más fronterizas o rayanas con lo supuestamente indecoroso.

   Fred Hersch y Avishai Cohen plantearon un concierto a dúo. Piano y trompeta y viceversa. En muchos conceptos todo un acierto empezando por lo acústico, puesto que una plantilla así permite sortear la amplificación de una sala un tanto problemática donde casi todo lo eléctrico acaba resultando infausto (si bien hay que admitir su indiscutible utilidad en ocasiones como las de ayer, cuando apenas pudimos escuchar las tímidas palabras de Hersch entre tema y tema). Pero, ya más en serio, la grandeza del formato dúo es inherentemente artística principalmente porque constituye todo un verdadero tour de force. Y es que el diálogo entre instrumento armónico e instrumento melódico es enormemente exigente porque sus miembros quedan completamente expuestos, enfrentados indefensos a sus propias capacidades y porque reclama, si se quiere salir del cliché y no confundirse dentro de una típica y tópica escena de hall de hotel caro, una inteligencia y un talento musical de primer orden. El dúo reclama, al fin y al cabo, lo que es radicalmente el jazz, eso que Gunther Schuller llama «la expresión libre e irrestricta del artista» –realmente la verdadera constante de un lenguaje musical ya con mucha historia y que literalmente contiene un océano de estilos–. En un dúo esa expresión personal debe aflorar y brillar en cada nota que articule el músico y no únicamente –que también– en el momento improvisatorio.

   No había ninguna duda de que Hersch y Cohen iban a convertir ese lance cargado de obstáculos en un momento mágico. Pero las expectativas se superaron con creces, porque, esto es inopinable, el concierto de ayer formará parte de la historia del jazz en Madrid. Y lo fue seguramente también para pianista y trompetista, que pudieron sentir a un público completamente entregado. Durante noventa minutos interpretaron páginas de Thelonious Monk –quien abrió y cerró la visita madrileña del duó con «Bemsha Swing» y «Let’s Cool One»–, bordaron una descomunal lectura de «Airegin» de Sonny Rollins, repasaron dos temas de Parker («Confirmation» y «Yardbird Suite») –especialmente redondo el segundo–, así como otras tantas composiciones propias del pianista, algún blues disfrazado y un par de baladas exquisitas que removieron al público.

   Lo memorable del concierto también recayó en lo sumamente variado que acabó resultando o, lo que es lo mismo, en la capacidad de ambos músicos para cambiar el paso y sorprender. De hecho, el arte pianístico de Hersch se podría definir como versátil y camaleónico a pesar de que en el imaginario colectivo está asumido que es un seguidor, cuando no un epígono, del mensaje de Bill Evans (de quién si no). Pero realmente Hersch se ha planteado escapar del tópico ocultando y apartándose de ese delicioso horror vacui armónico de Evans y prefiere definir un pianismo bastante más crudo que conjuga, combina y recombina todo tipo de texturas, estilos (también la balada, claro) y que emula distintos roles tanto acompañando como a solo. Por su parte, Avishai Cohen dio ayer una lección de estilo y distinción en todos los sentidos posibles. El trompetista israelí (ojo también a sus hermanos Anat y Yuval) es puro jazz en la más estricta noción de Schuller. Avishai Cohen es puro jazz porque su expresión individual resulta inconfundible a la vez que deslumbra y fascina. Porque aturde, porque pasma a cualquiera que lo escuche con solo comenzar a soplar. De Cohen lo primero que uno percibe es que posee un sonido de una belleza subyugante, un sonido enormemente característico que extrae de una Monette hecha a medida, un instrumento con el que consigue una proyección y una calidez exquisitas en cualquier lugar de la tesitura. Pero una escucha más atenta te convence que el israelí está ungido de unas capacidades improvisatorias estratosféricas, de una facilidad natural, una intuición y un control superdotado tanto del discurso musical como del ritmo, que exprime imponiendo una precisión cronométrica al servicio del swing. Y todo ello lo adorna con un control portentoso del instrumento y un dominio de la técnica que, lejos de entregarse a un virtuosismo gratuito, emplea contenidamente, pero que también le permite imitar el toque errático a lo Monk o jugar con todo tipo de vibratos y de golpes diafragmáticos.

   Fuera en mayor o menor grado un capricho del destino, el encuentro del pianista estadounidense y el trompetista israelí devino en una maravillosa contingencia precedida, por cierto, por una larga cola en la madrileña plaza de Andrés Segovia. Tampoco sabemos si esta se debió a méritos propios (de Cohen y de Hersch), a méritos sobrevenidos (de Rava y de Hersch), a un golpe de suerte o al renovado estado de ánimo que ha despertado el levantamiento de las restricciones de aforo.

Fotografías: Rafa Martín/CNDM.

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