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Crítica: «Gran éxito» de Ainhoa Arteta en San Lorenzo de El Escorial

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Autor: Raúl Chamorro Mena
28 de julio de 2020

El carisma y comunicatividad de Ainhoa Arteta

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. San Lorenzo de El Escorial, 25-VII-2020. Teatro Auditorio. Recital de Ainhoa Arteta. Orígenes. Música Española. Javier Carmena, piano. Obras de Jesús Guridi, Francisco de la Torre, Carlos Guastavino, Ariel Ramírez, Antón García Abril, Ernesto Halffter, Miquel Ortega, Féliz Lavilla, Enrique Granados, Jesús García Leoz, Joaquín Turina, Giacomo Puccini, Pablo Luna y Gerónimo Giménez.

   El Festival de San Lorenzo de El Escorial ha seguido el camino abierto por el Teatro Real de Madrid y no ha querido faltar a su cita de 2020, aunque sea con una versión reducida y sin ninguna producción operística, como suele ser habitual en el mismo. Desde estas líneas se alaba la iniciativa, la valentía y determinación, en lugar del fácil «no hacer nada» y esperar a que la «normalidad» nos caiga del cielo.

   Pasada la gloriosa generación de las Caballé, Berganza, Lorengar, De los Ángeles… [todas ellas recordadas por la protagonista del recital junto a sus compañeros masculinos de tan inolvidable generación], Ainhoa Arteta es la soprano española más popular, mediática y prestigiosa de los últimos años, la única que podemos asociar con el concepto de «diva». No me cansaré de subrayar la acepción positiva que siempre tuvo este término, no la que le pretenden dar en la «ópera de ahora» ayuna de verdaderas personalidades y particularmente interesada en proscribir a los divos en -su mejor concepto- en el denodado afán de ensalzar un anodino «concepto global» de la lírica.


   Sólo una diva, una artista carismática, con personalidad y comunicatividad puede sostener este recital con un constante diálogo con el público, que si era necesario por una parte, dada la ausencia de programa de mano por el protocolo anti Covid 19 escrupulosamente respetado por el Auditorio escurialense, ella amplió explicando el argumento de las canciones en euskera, más complicadas, lógicamente de seguir por el público y estableciendo un constante diálogo con la audiencia.

   En la larga alocución inicial, Ainhoa Arteta recordó que hace un año había debutado Madama Burtterfly en el mismo escenario, recalcó que son ya 30 años de carrera a sus espaldas y que el recital ha sido parte fundamental de la misma junto a la ópera. Dedicó especialmente el evento a Teresa Berganza, de la que lamentó su ausencia por culpa de una reciente caída, aunque la eximia mezzo madrileña le envió un espectacular Bouquet de flores. El evento dedicado a la canción española, toda de autores patrios junto a alguna presencia de músicos de las tierras hermanas de hispanoamérica, se remontó en su comienzo a la infancia de la artista, con dos canciones del folklore vasco de Jesús Guridi (1886-1961) sobre textos en euskera, Aritz adarrean y Ala baita. En esta última el timbre de Arteta se fue soltando y mostrando los primeros pasajes de expansion vocal.


   El timbre de la soprano tolosarra mantiene su belleza y generosa sonoridad de los últimos tiempos, con cierto vibrato y un centro que ha ganado en anchura, aunque se aprecia la pérdida de algo de tersura y flexibilidad (los filados no tienen la factura de antaño). Igualmente el registro agudo ha perdido desahogo y conserva más timbre que punta. Cierto es que se echó de menos una articulación del texto un punto más nítida, pero el fraseo resultó siempre cuidado, elegante, bien calibrado y, cómo no, permanece su empaque y rutilante presencia escénica que ya impactó -junto a su atractivo timbre- en su debut en Madrid en 1993, en el que estuve presente, con La canción del olvido de Serrano en el Teatro de la Zarzuela con una bellísima producción de Pier Luigi Pizzi y una Gilda de Rigoletto [el famoso montaje de Jonathan Miller de ambiente mafioso neoyorquino], apenas un mes posterior.

   Uno de los mejores momentos de la primera parte del recital fue la interpretación de la magnífica Alfonsina y el mar del compositor argentino Ariel Ramírez (1921-2010) sobre texto del poeta Félix Luna. Arteta dotó de fraseo aquilatado y sentida expresión a la espléndida pieza. La soprano guipuzcoana quiso recordar al público que la música de Antón García Abril (1933) estaba presente desde siempre en nuestras vidas como autor de inolvidables bandas sonoras televisivas  -El hombre y la tierra, Fortunata y jacinta, Anillos de oro…- para encuadrar su interpretación del Tríptico de Antonio Gala compuesto por el músico turolense sobre textos del citado poeta. Entre ellas destacó No por amor, no por tristeza en una interpretación que aunó emotividad y fraseo bien construido por parte de Arteta con plena colaboración del pianista Javier Carmena, que alcanzó un notable nivel toda la noche. Efectivamente, el pianista toledano no se conformó con ser un impecable colaborador de la solista, también dotó de relieve a los pasajes a solo de las canciones, además de ofrecer unas metirorias interpretaciones solistas de la habanera de Ernesto Halffter (1905-1989) y el Intermedio de Goyescas [en transcripción para piano] de Enrique Granados (1867-1916) con un sonido, quizás falto de un punto de pulimiento, pero de estimable presencia y variedad de colores. En las tres canciones de Miquel Ortega (1963) sobre textos de su admiradísimo Federico García Lorca cabe destacar la bella Romance de la Luna, Luna y la racial La canción del jinete, ambas apropiadamente expuestas por Ainhoa Arteta.


   Volvió el euskera con las cuatro canciones vascas de Félix Lavilla, especialmente dedicadas a Teresa Berganza y cuyo argumento relató al público la soprano tolosarra, siempre desenvuelta y comunicativa. Bellamente cantadas las cuatro, cabe destacar la canción de cuna Loa-loa y el agitado pulso rítimico de Aldapeko Mariya, adecuadamente traducido por soprano y pianista. Muy emotiva y sensible la interpretación por parte de Ainhoa Arteta del El cant dels Ocells, la emocionante y justamente famosa canción popular catalana, que dedicó a todas las víctimas de la pandemia y que permitió la presencia en el recital de otro de los idiomas con los que se enriquece la cultura española.

   La poesía del gran Federico García Lorca sirve también de base al tríptico de canciones de Jesús García Leoz (1904-1953), que Arteta delineó con una atractiva fusión de musicalidad, buen gusto, gracejo y desenvoltura, destacando la tercera de ellas, la magnífica A la flor, a la pitiflor.

   Como broche de oro del recital, Ainhoa Arteta y Javier Carmena ofrecieron una notable interpretación del justamente célebre Poema en forma de canciones de Joaquín Turina (1882-1949), obra formada por una introducción pianística [Dedicatoria] y cuatro canciones sobre textos de Campoamor. Ya desde la intensa introducción a cargo del piano de Javier Carmena pudo apreciarse todo el andalucismo de la mejor ley y los acentos apasionados tan genuinos y raciales de la música de Turina, a los que se sumó una calurosa Arteta, que con algún ascenso un tanto duro, bien es verdad, incluso, aunque no sin cierta pesantez, sacó adelante el intrincado pasaje de coloratura de Cantares.


   En el capítulo de propinas, Arteta comenzó «lanzando un guante» en sus propias palabras, pues interpretó el aria Vissi d’arte del segundo acto de Tosca de Giacomo Puccini y ya que el pasado año había debutado Butterfly en El Escorial, «podrían montar una Tosca». Buen legato, un ascenso al SI bemol 4 más bien esforzado y con cierto descontrol y una magnífica escala descendente posterior presidieron la interpretación de la soprano guipuzcoana. Una afirmación de españolidad, de su orgullo como española, acogido con fervor por el público, incluidos gritos de «¡guapa!», fue certificada por la soprano con la interpretación, plena de entusiasmo y entrega, de De España vengo de El niño Judío de Pablo Luna, en la que Arteta introdujo un pequeño cambio de letra «De españa vengo, soy española y mi cara de vasca (en lugar de «mi cara serrana») lo va diciendo». Chispeante y divertido el zapateado La tarántula de La tempranica de Giménez que dio paso a la tan inspirada como popular Oh mio babbino caro de Gianni Schicchi de Puccini, bien delineada y fraseada con clase, pero en el que ya asomó fatiga vocal, lógica dada la respetable duración del recital que no contó con descanso alguno al objeto de evitar aglomeraciones en cumplimiento estricto del protocolo anti Covid. Gran éxito.

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