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Crítica: Jacky Terrasson y su trío visitan el ciclo «Jazz en el Auditorio» del CNDM

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Autor: Juan Carlos Justiniano
20 de enero de 2020

Unos tienen la fama y Jacky carda la lana

Por Juan Carlos Justiniano
Madrid. 18-I-2020. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Jazz en el Auditorio]. Jacky Terrasson Trio: Jacky Terrasson [piano y piano eléctrico], Sylvain Romano [contrabajo] y Lukmil Pérez Herrera [batería].

   De la presente temporada del ciclo Jazz en el Auditorio del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM], especialmente destacada por su cartel de Liga de Campeones, el nombre de Jacky Terrasson es de los que más desapercibidos pueden haber pasado. Es cierto que no ayuda que el pianista franco-alemán apenas se prodigue a este lado de los Pirineos, pero en ningún caso pueden buscarse las razones cuestionando sus méritos artísticos o cayendo en la tentación de compararlo con otros rutilantes nombres merecedores de los fastos que suponen abrir la puerta grande del Auditorio Nacional de Música –véanse los Herbie Hancock, los Chick Corea o los Wynton Marsalis–. Tampoco es que Jacky Terrasson sea una figura menor en la escena jazzística, ni mucho menos, como avalan una dilatada carrera de más de dos décadas y un buen número de registros discográficos, algunos de ellos junto a cantantes tan populares como Cassandra Wilson (Rendezvous, Blue Note, 1997) o Cécile McLorin Salvant (Gouache, SunnySide Records, 2012). El público y la crítica internacionales hace mucho que vienen elogiando la trayectoria de Jacky Terrasson, pero, como sea, en España su fama sigue siendo más bien discreta. Por eso mismo la visita del pianista a la sala de cámara del auditorio madrileño (¿menos iluminada de lo habitual?) se disfrutó doblemente, y es que es un músico tan excepcional como su propia presencia en los escenarios españoles.

   El pianista se presentó en la capital junto a Sylvain Romano al contrabajo y Lukmil Pérez Herrera a la batería, quienes completaron el formato predilecto del francés, el trío. Y así, durante hora y media repasaron muchas de las composiciones que integran la última grabación del pianista, 53 (UMG Decca Records France, 2019). Quizá porque no cruzó ni media palabra con el público –bien agradecido y dispuesto, por cierto– Jacky Terrasson pudo aprovechar al máximo los noventa minutos concentrando una docena de temas bien reveladores de su particular propuesta musical. Su caso es el de un enorme intérprete y creador, pero también el de un melómano ejemplar, heterodoxo y completamente abierto a todo tipo de influencias musicales. En su imaginario musical tienen cabida el pianismo clásico y académico, Mozart, Mendelssohn, un poco de Harlem, Oscar Peterson, Bud Powell, mucho blues, góspel, rock, pop y algo del Caribe. Y todo ese bagaje lo plasmó el pasado sábado en forma de baladas, tempos rápidos, deconstruyendo a Mozart [«Lacrimosa»], los Beatles [«Come Together»], Charles Chaplin [«Smile»], o recodificando un clásico del calipso como «Poinciana» a través de la óptica –esto es, a través de la lectura o la versión– de Ahmad Jamal, precisamente una de las grandes influencias de Terrasson.

   La concepción del trío de Jacky Terrasson no es plenamente evansiana, no es del todo camerística. El pianista ejerce de líder, él es el solista, lo que no está reñido, eso sí, con que se nutra del toque de sus compañeros, que observaron con total complicidad la poética «terrassoniana». En este sentido, el trío siguió al francés exhibiendo maestría en todos los registros que abarca el planteamiento estético de este: la contención más absoluta, el lirismo preciosista, pero también la hiperactividad, los riffs y los ritmos aceleradísimos, efectistas e incombustibles. El trío se movió, en definitiva, en la dialéctica más radical de la música, la que opone el silencio –que no el reposo, si es que en música, manifestación que fundamentalmente es movimiento, existiera la noción de reposo– y la tensión. La síntesis de ambas proposiciones, por histriónica y efectista que en ocasiones pueda parecer, es la consecución más significativa de la música del francés.

   También, por excepcional y ciertamente por más que adecuada, destacó la comedida amplificación que planteó la sala madrileña. Esto es algo digno de mención debido a la enorme dificultad de amplificar a un trío de jazz, un instrumento a la vez tan desnudo y expuesto como incontrolable en espacios que como en este caso no están construidos para según qué músicas y donde una mala sonorización puede dar al traste con todo. La planificación técnica fue en este sentido todo un acierto, pero la inteligencia del trío también tuvo mucho que ver con el resultado. Ni la batería de Lukmil Pérez, que prácticamente no se movió de su sitio en ningún momento, ni el piano de Terrasson, siempre cauto con el pedal, ensombrecieron a quien suele acabar como convidado de piedra en estas situaciones, el contrabajo. Por el contrario, una perfecta ecualización y una gran dosis de generosidad de pianista y batería impulsaron el potentísimo instrumento de Sylvain Romano, implacablemente rítmico de principio a fin, tanto acompañando como asumiendo el papel de solista.

   Uno se pregunta por qué Jacky Terrasson puede parecer el tapado de la rutilante programación del ciclo madrileño 2019/2020 cuando va sobrado de méritos para brillar por sí mismo. Será porque también en esto la vieja Europa, en la que podría comprenderse la música del francés, acusa su decadencia; será porque Mozart, Mendelssohn, Satie o el mismo Chaplin hace tiempo que fueron eclipsados por Nirvana, la música negra, el hip hop o Star Wars. O simplemente por lo de siempre: porque unos tienen la fama y otros, como Jacky, cardan la lana.

Fotografía: Rafa Martín/CNDM.

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