Envuelto en ese halo de artista maldito, casi de mito fáustico y como arrebatado por una fuerza sobrenatural (a uno le viene la imagen de otro Kühn, el manniano Adrian Leverkühn), el pianista alemán afrontó cada tema como si un fanático de Led Zeppelin tuviera enfrente la mismísima sonata de Liszt.
Power Kühn
Por Juan Carlos Justiniano
Madrid, 6-XI-21, CentroCentro. Festival Internacional de Jazz de Madrid [JazzMadrid21]. Joachim Kühn [piano].
Joachim Kühn es uno de esos músicos de gran personalidad y rasgos inconfundibles. También un caso prácticamente prototípico de hibridez. El alemán es un jazzista íntegro pero con maneras de pianista clásico hasta en la forma de agradecer los aplausos. A sus casi 80 años, llevados con notable agilidad, Joachim Kühn ha explorado una multitud de registros participando en proyectos bien heterogéneos y tocando con músicos tan exigentes como Ornette Coleman. En su juventud formó parte de la escena de la fusión setentera militando en un grupo como Association P.C. de Pierre Courbois. Y en el campo del jazz más «convencional» (por decirlo de alguna manera porque Kühn siempre ha imprimido un pulso vanguardista a toda su música) participó, si no lideró, un maravilloso trío junto a Jean-François Jenny-Clark y Daniel Humair; una rítmica explosiva, adictiva, con la que grabó, por cierto, algunos álbumes sublimes del jazz de los años ochenta y noventa entre los que podrían destacarse Easy to Read (Owl Records, 1985), From Time to Time Free (CMP Records, 1988) o el directo en el Théâtre de la Ville de París en 1989 (CMP Records, 1990).
Pero el Kühn que visitó el Auditorio Caja de Música de CentroCentro el pasado sábado en el marco del Festival Internacional de Jazz de Madrid 2021 [JazzMadrid 21] fue uno escorado eminentemente a sonidos como el del rock especialmente de los años setenta. El pianista, que aún conserva incluso la condición de melenudo, glosó al micrófono algunos claves de su programa y no obvió mencionar su predilección por la música popular de los años sesenta y setenta. Se colaron de hecho un par de versiones de los Doors o la «Redemptión Song» de Bob Marley, lecturas todas ellas bien aderezadas de fuertes dosis de improvisación y profundamente travestidas (como todas las versiones que caen en manos de Kühn). No obstante, su inclinación explícitamente rockera realmente se expresó, más allá de las intenciones y de referencias explícitas, en la manera de acometer estilísticamente un concierto que podría definirse como una gran improvisación. El alemán planteó desde los primeros compases una música construida sobre texturas marmóreas, sobre una vehemente mano izquierda incesante en su aporreo de octavas y quintas vacías, esto es, una música planificada sobre recursos eminentemente guitarreros, rockeros, puros power chords. Eso sí, mientras tanto exhibiendo una mano derecha de agilísima digitación, libérrima, casi atonal y eminentemente académica.
El pianista abrió el concierto con dos largas improvisaciones entre las que se infiltraron si no citas desde luego homenajes a músicas variadas y a obras de Keith Jarrett como la Survivors’ Suite (ECM, 1977). Pero realmente el nombre propio que dominó el programa de Kühn fue Ornette Coleman, uno de los maestros que, en palabras del propio intérprete, mayor impacto han provocado en su lenguaje musical. A este dedicó recientemente un disco muy recomendable a piano solo, Melodic Ornette Coleman, Piano Works XIII (ACT, 2019) del que rescató varias composiciones como «Somewhere» o «Lonely Woman», esta última, página perteneciente al álbum The Shape of Jazz to Come (Atlantic, 1959), uno de esos primeros trabajos del controvertido saxofonista junto a su cuarteto-concepto (este sin piano) con Don Cherry, Charlie Haden y Billy Higgins que en el cambio de década de los cincuenta a los sesenta dio un vuelco a la manera de entender el jazz y la música improvisada.
Envuelto en ese halo de artista maldito, casi de mito fáustico y como arrebatado por una fuerza sobrenatural (a uno le viene la imagen de otro Kühn, el manniano Adrian Leverkühn), el pianista alemán afrontó cada tema como si un fanático de Led Zeppelin tuviera enfrente la mismísima sonata de Liszt. Ese fue el nivel de voltaje. Y la potencia interpretativa ni mucho menos decayó en algún momento, más bien al contrario: se adueñó de la visita a Madrid de Kühn. Y en ese sentido, a pesar de tanta contundencia y tanto frenetismo (que, por cierto, puso a prueba la afinación del instrumento de la sala), quizá resultó un concierto un tanto plano. Si bien hubo excepciones como las versiones de la clásica balada de Hoagy Carmichael, «Stardust»; de la atmosférica y satiniana «Warm Canto» del originalísimo Mal Waldron; y del memorable «Blues for Pablo», composición que Gil Evans escribió por y para Miles Davis y que quedó registrada en una de sus cuatro históricas colaboraciones con el trompetista de finales de los años sesenta Miles Ahead (Columbia, 1957).
De la visita de Kühn a la capital destacaron fundamentalmente estas tres particulares lecturas, pero el pianista hizo gala de una magnética y torrencial personalidad musical a lo largo de todo el concierto. Sus grabaciones trasmiten extraordinariamente su poderosa y vital voz, pero ser testigo de cómo lo hace en directo constituye un espectáculo digno de presenciar. Además, la acústica del Auditorio Caja de Música del Palacio de Cibeles soportó de una manera sobresaliente la fuerza, el alto voltaje y hasta la violencia del pianismo de Kühn. Y lo hizo mejor que en otras ocasiones y mejor que con otro tipo de formatos.
Fotografías: Fernando Tribiño/Madrid Destino. Cultura, Turismo y Negocio.
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