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Crítica: La Filharmonie Brno y Dennis Russell Davies se citan en la Wiener Konzerthaus

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
17 de abril de 2024

El director y pianista estadounidense se puso al frente de la orquesta checa en una velada que transitó la música orquestal y jazzística desde Norteamericana hasta Centroeuropa  en el siglo XX

Wiener Konzerthaus, Filharmonie Brno, Dennis Russell Davies, Schulhoff, Gershwin, Korngolg

Dennis Russell Davies, un grande alejado de los focos

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena,14-IV-2024,  Konzerthaus. Sinfonía n.º 2, de Erwin Schulhoff; Rhapsody in blue [versión original para banda de jazz], de George Gershwin; Sinfonía en fa sostenido mayor, Op. 40, de Erich Wolfgang Korngold. Filharmonie Brno. Director musical y piano: Dennis Russell Davies.

   El director y pianista norteamericano Dennis Russell Davies pasará probablemente a la historia como el director de cabecera de su compatriota Philip Glass, pero será injusto, porque siendo verdad, esa es solo una de las muchas facetas de este artista serio, concienzudo y ciertamente brillante que estos días cumple 80 años. Siempre alejado de los focos, su trayectoria en Centroeuropa desde que se vino al viejo continente en 1980 no ha dejado de crecer. Stuttgart, Bonn, Salzburgo, Viena, Linz, Basilea y recientemente Brno son ciudades que le conocen bien. Y los amantes de la música contemporánea tienen en él a un apóstol siempre dispuesto a divulgar repertorio poco trillado. Su concepción analítica de la dirección le permite diseccionar cualquier tipo de partitura, pero lejos del planteamiento de otros colegas, sus versiones tienen mucha vida. Tanto su repertorio como su personalidad no le han acercado mucho por nuestros pagos, pero mantengo un grato recuerdo de la versión original –la «Uhrfasung»– de la Octava sinfonía de Anton Bruckner que dio con la ONE en noviembre de 2006.

   Dennis Russell Davies ha dirigido bastantes conciertos en el Konzerthaus de Viena en el pasado tanto con la Orquesta de la Radio de Viena como con la Orquesta Bruckner de Linz, pero llevaba varios años sin regresar. El programa elegido para la ocasión era sumamente atractivo. Por un lado, dos «compositores degenerados» como Erwin Schulhoff y Erich Wolfgang Korngold abrían y cerraban el concierto, mientras en el centro de este interpretaba al piano una de las obras más populares de todo el s. XX: la Rhapsody in blue de George Gershwin. Y no fue la versión que estamos acostumbrados a escuchar en los auditorios orquestada por Ferde Grofé para gran orquesta en 1942, sino la versión original para jazz-band estrenada ahora hace un siglo –el 12 de febrero de 1924– por la banda Paul Whiteman en el Aeolian Hall de Nueva York con el compositor al piano. La partitura es mas directa, con más swing, con más carácter, con metales más «salvajes». Grofé la fue enriqueciendo en cada una de sus orquestaciones para las salas de conciertos, pero en parte también la fue «domesticando». Aquí, desde el mismo glissando inicial del clarinete parece que nos trasladamos a salas oscuras llenas de humo.  Los metales tienen un punto de estridencia cuando tocan solos y las cuerdas se limitan a unos pocos violines y dos contrabajos. La Filarmónica de Brno es conocida por su versatilidad, y su capacidad para adaptarse a todo tipo de repertorios. En esta obra se transformó en una auténtica big band arropando de principio a fin a un Dennis Russell Davies al piano que demostró un dominio impresionante del lenguaje –ese estilo relajado, fresco y atrevido–, una articulación bastante ágil para un músico de su edad que pasa mucho más tiempo en el podio que en el piano, y al que el único pero que podemos ponerle fue un volumen del sonido limitado. Pero tanto su dominio de los ritmos sincopados, la forma en que solventó las séptimas y terceras disminuidas tan características de la obra, y ese sonido siempre bello y cuidado fueron armas en sus manos con las que se ganó a todo el auditorio.

Wiener Konzerthaus, Filharmonie Brno, Dennis Russell Davies, Gershwin

   Mucho jazz se escuchó también en la primera obra de la tarde, la Sinfonía n.º 2 de Erwin Schulhoff. Nacido en Praga en 1894 en el seno de una familia judía alemana, en su primera etapa se acercó a todas las vanguardias que pudo. Atraído por el dadaísmo y el neoclasicismo, su fascinación por el jazz que llegaba de América a la Europa de los años 20 le llevó a hacerse con una de las colecciones de discos más grandes de esos años. Erich Kleiber, Vaclav Talich o Ernest Ansermet fueron sus paladines, pero su militancia comunista y sus orígenes judíos le fueron «sacando del mercado» en los años 30, cuando el nacional socialismo llegaba primero a Austria y luego a Checoslovaquia en 1939. Murió en 1942 de tuberculosis cuando estaba preso de los nazis en la prisión de la fortaleza de Wülzburg en Baviera.

   Su segunda sinfonía, compuesta en 1932, es en muchos aspectos bastante «haydniana». Aúna con bastante éxito su alma neoclásica predominante en esos años, con cuerdas ligeras y contrapunto claro y vigoroso, con su alma jazzística, acentuada principalmente por las maderas -oboes y flautas de manera evidente-. Ambos aspectos fueron resaltados de manera muy convincente por Russell Davies y una orquesta que se mostró en una excelente forma. En el Allegro ma non troppo inicial, tanto cuerdas como maderas siguieron el vivo ritmo impuesto con agilidad y brillantez por el americano mientras que en el Andante con moto posterior, una especie de danza barroca envuelta en un clima misterioso y sugerente, las cuerdas desplegaron un sonido rico y brillante. Precioso el Scherzo a la jazz donde maderas y metales brillaron con luz propia, especialmente trompeta y saxo, y donde Russell Davies construyó una base rítmica espectacular con las cuerdas graves. Por último el Finale, una especie de rondó «a la Mozart o Haydn», fue sublime.

   Tras el descanso fue el turno de Erich Wolfgang Korngold, el segundo de «los degenerados» de la velada. Hijo del crítico musical Julius Korngold –junto a Eduard Hanslick el más importante de finales del s. XIX y principios del XX–, fue niño prodigio, estrenó con bastante éxito cinco óperas –entre ellas La ciudad muerta o El milagro de Heliane- antes de cumplir los 30 años, y ante el peligro que vio en el ascenso de los nazis al poder, en los años 30 se trasladó a Hollywood donde se convirtió –junto a Max Steiner– en el compositor más importante e influyente de la historia del cine. Precisamente ese entorno/lenguaje cinematográfico es el que muchos críticos achacaron a su Sinfonía en fa sostenido mayor, Op. 40 –de hecho utilizó temas que había escrito para varias películas–, pero que desde mi punto de vista no resta sino que suma. Terminada en 1952, la obra tuvo poco recorrido hasta los años 90. América prefería el cine y en Europa, tras la prohibición que sufrió su música durante el nazismo, sus éxitos de joven estaban olvidados y su música estaba alejada de «la dictadura de Darmstadt».

Wiener Konzerthaus, Filharmonie Brno, Dennis Russell Davies

   Afortunadamente, Dennis Russell Davies se ha sumado a directores como Rudolf Kempe, André Previn o mas recientemente Kirill Petrenko que no solo han creído en esta obra sino que la han interpretado en reiteradas ocasiones. Arrancó el Moderato ma energico planteando de manera muy adecuada los ritmos ásperos y sincopados, y consiguiendo unas disonancias mas que atractivas en el desarrollo posterior. Unas cuerdas líricas e intensas nos dieron el tema central con un calor y una fuerza mas que destacables, mientras que los solistas de viento –especialmente el clarinete– bordaron una frase tras otra hasta que la música se fue difuminando hasta el final. Estupendo el Scherzo, pleno de gracia, alegría y contrastes rítmicos, y resaltable la manera en que el director americano fue desarrollando la sección central que nos introduce por primera vez el «cinematográfico» tema central de la obra, base del movimiento final. Impresionante el cómo Russell Davies construyó el Adagio, de tintes brucknerianos –donde cambiamos los famosos landler del de Ansfelden por motivos de sus películas–, diseccionado hasta su más mínima expresión, y al que dotó de una intensidad raramente vista. El Allegro final fue todo un compendio de lo que orquesta y director nos habían dado hasta ese momento. Reaparecen los diversos temas construidos con precisión y rigor, no exentos de intensidad y calidez, hasta desembocar en una coda triunfal que desembocó en una tormenta de vítores y aplausos.

   Siempre es un placer encontrarse con Dennis Russell Davies, este gran director siempre alejado de los focos, y más en veladas como ésta donde al frente de una excelente orquesta nos dio un programa complejo, atractivo e inusual, de la mejor manera posible.

Fotografías: Štěpán Plucar.

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