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Crítica: La Orquesta Nacional de España y Juan de la Rubia estrenan el «Concierto para órgano y orquesta» de Fernando Buide

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Autor: Fabiana Sans
22 de febrero de 2020

Un órgano para el siglo XXI

Por Fabiana Sans | @fabianasans
Madrid. 16-II-2020. Auditorio Nacional de Música. Ciclo Sinfónico 11 de la Orquesta Nacional de España. Hymne pour grande orchestre, de Olivier Messiaen; Concierto para órgano y orquesta, de Fernando Buide; Sinfonía en do, de Paul Dukas. Juan de la Rubia [gran órgano], Diego Martín-Etxebarria [dirección].

   Si de algo debemos estar orgullosos los ciudadanos de la capital madrileña es del grandioso órgano con el que cuenta el Auditorio Nacional en la Sala sinfónica. El instrumento construido con 5700 tubos por Gerhard Grenzing, se destaca por cumplir con la tradición de los órganos ibéricos, distintivos entre otras cosas, por su trompetería horizontal. Pero, sin ahondar en temas organológicos o históricos de los cuales existe amplia literatura, esta breve acotación nos guía hacia el compostelano Fernando Buide del Real y su Concierto para órgano y orquesta.

   Comisionada y estrenada para esta ocasión por la Orquesta Nacional de España, Buide del Real compositor y organista, nos demuestra su gran conocimiento sobre el instrumento del recinto madrileño que este año arriba a sus treinta años. Un tema recurrente será el hilo conductor de esta imponente composición que, a través de variaciones sobre la melodía va generando un entramado tímbrico a modo de diálogo entre la orquesta y el instrumento principal. En la primera parte del concierto se destaca la conversación sonora generada entre la percusión (con el uso de un gran abanico instrumental) y el órgano, que combinada con los contratiempos de la cuerda y la intervención casi abrupta del arpa, fueron los elementos que marcaron esta sección. Una segunda parte nos permitió evidenciar (tal como hemos mencionado), tanto el innegable conocimiento de Buide del Real respecto a las posibilidades del órgano, como la destreza que el organista Juan de la Rubia tiene como intérprete; porque una obra con esta dificultad no hubiese sido posible sin las habilidades de un buen intérprete, especialmente en esta sección central, en la que predomina la presencia del órgano solista y la diversidad tímbrica del mismo. Es cierto que en obras tan intrincadas como estas es difícil valorar si nota a nota escrita fue ejecutada con total fidelidad o en medio, la improvisación formó parte de la resolución de algunos pasajes. A pesar de esto y sin duda, es en estas situaciones donde el músico se destaca o decae, y en este caso, a de la Rubia solo es posible aplaudirle por su trabajo. La última parte rompe con la tensión que deja el órgano, retomando la idea principal transportándonos a una atmósfera de calma y quietud.

   Pero no solo fue el trabajo interpretativo del solista o la capacidad del compositor lo que llamaron la atención de este concierto. Se sumaba a las novedades la presencia de Diego Martin-Etxebarria como director invitado de la OCNE, siendo esta su primera ocasión con la agrupación sinfónica. El correcto y elegante trabajo del director se percibió a lo largo del programa centrado en los colores del sonido.

   En la primera parte del concierto se presentaba el Hymne pour grande orchestre de Olivier Messiaen, obra de juventud del compositor francés, compuesta en 1932 y estrenada un año después bajo el nombre Himno al Santo Sacramento.  La curiosidad de este trabajo, tal como reza en las notas escritas por Rafael Banús, es que durante la Segunda Guerra Mundial la partitura original se extravió, siendo reconstruida de memoria por el compositor en 1946 acortando su nombre. Ciertamente, y a pesar de que Messiaen, en una opinión muy particular, se puede considerar uno de los compositores más interesantes de la Historia de la música, precisamente esta obra discrepa de dicha afirmación. El Hymne ha sido «transformado» por el director de una pieza modesta, si la comparas con otras del mismo autor, a una gran obra a través de las dinámicas propuestas para la orquesta, que se movió entre pianissimi y fortissimi especialmente durante la presencia de los vientos (madera y metal) y la percusión, que sin duda le dan le da un valor superior a esta composición. El final apoteósico y contrastante deja por todo lo alto a Martin-Etxebarria como un gran director.

   La Sinfonía en do de Paul Dukas cerró el concierto. Esta pieza, más tradicional con relación a la primera parte del programa, está sumergida en una gran belleza, destacándose por los motivos recurrentes y diálogos melodiosos entre la flauta y la cuerda, sin dejar de lado la intervención del oboe, clarinete y los metales en el segundo movimiento.

Fotografías: OCNE.

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