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Crítica: La Semperoper «estrena» la ópera «Attila» de Verdi, con Jordi Bernàcer en el podio

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
19 de febrero de 2023

«Una tarde muy agradable para 'relajarse' junto a un público local que asistía por primera vez a este Verdi de galeras y del que salimos contentos gracias a la notable labor de cantantes y director, sustentados en una excepcional orquesta a la que no nos cansaremos de alabar»

Esta orquesta puede con todo

Por Pedro J. Lapeña Rey
Dresde, 7-II-23, Dresden Semperoper. Attila [Giuseppe Verdi/Temistocle Solera]. Georg Zeppenfeld (Attila), Andrzej Dobber (Ezio), Anna Smirnova (Odabella), Tomislav Mužek (Foresto), Timothy Oliver (Uldino), Tilmann Rönnebeck (Leone). Sächsischer Staatsopernchor Dresden. Sächsische Staatskapelle Dresden. Versión en concierto. Dirección Musical: Jordi Bernàcer.

   En sus «años de galeras», con óperas de tinte patriótico, Giuseppe Verdi se convirtió en uno de los emblemas del Risorgimento y de la unidad de Italia. Eran obras ardorosas, vibrantes, de ritmo incansable, que rebosan vida y energía, en las que cualquier acontecimiento histórico era una excusa perfecta para mostrar una Italia unida frente a los invasores austriacos. En Atila, basada en la tragedia romántica Atila, rey de los hunos del dramaturgo alemán Zacharias Werner, editada en 1808, nos encontramos con el «azote de Dios», líder del ejército «opresor», contra el que se enfrentan el resto de los personajes. Todos ellos son «patriotas» de una Roma que se desmorona pero que se unen para enfrentarse a él. La batalla entre los hunos –paganos– e Italia –cristianos– y el triángulo amoroso típico de cualquier ópera del momento está plagado de arias, cabalettas, duettos, concertantes y coros militares. La obra es un auténtico torbellino y ha sido problemática desde su estreno, entre otras cosas porque el rol de su protagonista –Atila– está encomendado a un bajo sin ningún aria propia, que es además el «malo» de la película. Por si fuera poco, es el único personaje de la trama que rebosa nobleza por sus cinco sentidos. Los demás, los «buenos», tienen arias de lucimiento, pero son intrigantes, todos van a lo suyo y traicionan a quien les ha perdonado la vida

   Entre las distintas funciones del ciclo del Anillo del Nibelungo, la ópera de Dresde ha decidido acabar con una anacronía histórica. Han pasado mas de 175 años desde el estreno de la obra en La Fenice de Venecia, y hasta la fecha, nunca había subido a las tablas de este histórico teatro. No es de extrañar, ya que nunca ha sido de las obras mas populares de Verdi –sorprendió aún mas en su día que un teatro de gran tradición italiana como el MET neoyorquino sólo la estrenara en 2010– pero casos como éste nos sirven para no fustigarnos demasiado cuando en España criticamos los estrenos tardíos de ciertas óperas –como la reciente Arabella madrileña–. Podemos ver que en todas partes cuecen habas.

   Para la ocasión, la Semperoper ha preparado una versión semi escenificada situando a la orquesta en el foso, los cantantes en la parte delantera del escenario, y el coro en la posterior. La iluminación y los telones han creado una escenografía simple pero funcional. Así, no veías el coro cuando no cantaba, y el telón posterior cambiaba de color según avanzaba el libreto. Así se garantizó un mínimo de acción que vino muy bien frente a las acostumbradas producciones absolutamente estáticas.

   Si hubiéramos estado en un teatro donde la obra fuera habitual, hubiéramos situado mas alto el listón con el que «medir la representación», pero en un caso como este, las expectativas eras menores, y mas cuando vimos el reparto, donde había una ausencia total de italianitá. Las voces eran todas germánicas o eslavas. Sin embargo, no podemos olvidar que el italiano es el idioma de la ópera, y todos ellos nos sorprendieron con una dicción italiana más que razonable, y en algunos casos incluso brillante. A la cabeza el Atila de Georg Zeppenfeld que mostró su canto noble, su voz bien colocada, su volumen aceptable, su timbre atractivo y su indudable gusto. Si nos atenemos a los cantantes históricos que han hecho este rol, el papel en parte le excede sobre todo en cuanto la necesidad de un timbre más metálico y contundente, pero sin nos abstraemos de ello, el Sr. Zeppenfeld hizo un personaje muy creíble, superando la mayoría de sus obstáculos.

   Si el encontrar hoy en día un Atila es una tarea ardua, lo de Odabella se antoja prácticamente imposible con una de las tesituras más salvajes que ideó el genio de Busetto. El papel requiere una soprano dramática de agilitá, cuya voz no solo debe ser poderosa, sino que su bagaje técnico debe ser suficiente para resolver las agilidades y los saltos de octava, prácticamente infranqueables para cualquier voz normal. Durante años, Anna Smirnova ha sido una todoterreno que se ha enfrentado a papeles demasiado duros con un soporte técnico limitado. El precio lo ha pagado su voz, actualmente en estado casi comatoso, que si bien mantiene en parte su volumen, presenta irregularidades continuas en la emisión y un trémolo difícilmente soportable.

   La voz del veterano barítono Andrzej Dobber también acusa el paso del tiempo sobre todo en los registros extremos, pero en el lado positivo, suena a barítono de verdad. Además, con las muchas tablas que lleva a sus espaldas, sabía que con cuatro o cinco frases bien hechas, entre ellas el imponente «Avrai tu l'universo, resti l'Italia a me», tenía mucho ganado. Así que sus armas fueron un aceptable fraseo ligando una frase tras otra, un italiano más que aceptable, y mucha energía con las que contrarrestar sus muchas carencias. Una vez solventada –a duras penas y sin parar de leer la partitura– su temible escena del principio del segundo acto y ya más tranquilo, volvió a recrearse en momentos puntuales.

   Todo lo contrario que el tenor croata Tomislav Mužek, que exhibió una voz impersonal pero muy bella, sana, un canto legato de escuela, una proyección más que suficiente, facilidad en el registro superior y una musicalidad quizás excesiva para este papel en el que debe mostrar mas aristas, mas vehemencia y mas temperamento. Lástima que el volumen de su voz es poco mayor que el de un partiquino, insuficiente para este rol, que le penalizó especialmente en los concertantes. Sin embargo y de la mano de Jordi Bernàcer que le cuidó hasta el extremo, sacó adelante de manera notable sus arias «Oh! Ma Odabella!...-Ella in poter del barbaro!» en el primer acto y «Che non avrebbe il misero…» en el último. Cumplieron Timothy Oliver como Uldino y Tilmann Rönnebeck como Leone, que en su breve escena –y en un golpe de efecto interesante– cantó de manera majestuosa desde el palco superior derecho. Su cara y su corte de pelo eran una viva imagen de Verdi como si hubiera sido él, y no el Papa León I, el Magno, quien le parara los pies al rey de los hunos.

   A los mandos de la nave, un Jordi Bernàcer solvente que realizó una notable dirección de una orquesta que le siguió a pie juntillas. Evidentemente no es el sonido luminoso y mediterráneo de las orquestas del sur, pero se impuso la calidad de todas las secciones, su perfecto empaste y su capacidad para amoldarse de manera excepcional a las órdenes que le llegan del podio. No era la primera vez que se encontraban ya que el maestro alicantino la había dirigido hace tres o cuatro temporadas en una sustitución. Consciente del «Ferrari» que tenía en sus manos, el Sr. Bernàcer disfrutó en el precioso preludio donde tras crear un ambiente misterioso, se recreó en la calidez y en la calidad de las cuerdas para resaltar detalles de gran belleza aquí y allá, con un fraseo hermoso y una pujanza suficiente. Ya con los cantantes en el escenario, su labor perdió algo de fuelle centrándose más en no taparles en ningún momento y en concertar de manera efectiva, que en sacar aristas y excesivo nervio. En cualquier caso, aseguró un discurso verdiano más que solvente en una notable labor que a bien seguro le deja abiertas las puertas de este teatro.

   Como conclusión, una tarde muy agradable para «relajarse» entre Valquiria y Sigfrido junto a un público local que asistía por primera vez a este Verdi de galeras y del que salimos contentos gracias a la notable labor de cantantes y director, sustentados en una excepcional orquesta a la que no nos cansaremos de alabar.

Fotografías: Ludwig Olah/Semperoper Dresden.

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