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Crítica: «Las horas vacías», de Ricardo Llorca, en los Teatros del Canal

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Autor: Raúl Chamorro Mena
15 de noviembre de 2021

La música de Llorca para Las horas vacías es totalmente grata al oído, incluido el que podamos calificar de «conservador», se separa totalmente de las más estrictas vanguardias y dentro del amplio panorama de la música contemporánea, se sitúa en la vertiente del eclecticismo.

Una hora semivacía

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 12-11-2021, Teatros del Canal, Sala Verde. Las horas vacías, ópera-monodrama para actriz coro, piano y orquesta de cuerdas con texto y música de Ricardo Llorca. Sonia de Munck, soprano. Mabel del Pozo, actriz. Coro titular del Teatro Real. Solistas de la orquesta titular del Teatro Real. Dirección musical: Alexis Soriano. Director de escena: José Luis Arellano García.

   Manifiesta Ricardo Llorca que esta ópera/monodrama está inspirada en la realidad, concretamente, en una mujer que en la Nueva York donde reside desde hace 30 años, se sentía tan sola, que cada viernes por la noche tenía un encuentro con un hombre distinto, que finalmente, resultaba ser imaginario, de existencia puramente fantasiosa, cibernética.

   Estrenada en versión concierto en la semana de música sacra de Benidorm el 31 de marzo de 2007 e interpretada, posteriormente, en el mismo formato en ciudades como Berlín, Nueva York, San Petersburgo… llegaba la hora del estreno absoluto de la versión escénica de Las horas vacías con producción del Teatro Real, dentro de la programación 2021-22 de este último, en colaboración con los Teatros del Canal y High C Music, además de la New York City Opera, que, en definitiva, fue en su día, la comitente de la obra.

   Ciertamente, numerosas manifestaciones artísticas han analizado la soledad, particularmente aquella que se produce dentro de las grandes ciudades, esas junglas de asfalto y cemento, en el que la acumulación de población y todo tipo de equipamientos y atracciones encierra un alto grado de deshumanización e individualismo. En la obra de Llorca una solitaria mujer desdoblada en dos, una soprano y una actriz, una rubia y otra morena, estresada por las duras jornadas laborales, las enormes distancias, la agitada vida cotidiana (las horas vacías) construye los viernes por la noche un mundo de fantasía (las horas no vacías) con un amante imaginario con el que conversa, discute o le dedica palabras amorosas, con una existencia meramente cibernética, ya sea mediante el portátil o el teléfono móvil. En definitiva, una conducta propia de la adicción a Internet tan habitual actualmente, en la que las redes sociales posibilitan una gran facilidad para comunicarse con tanta gente, pero, verdaderamente, constituyen un mero sucedáneo de las genuinas y sólidas relaciones personales, una mera apariencia de quien tiene «un millón de amigos» en tal o cual red social, pero, en realidad, está muy solo.

En el acervo del teatro lírico encontramos similitudes, aún sin la existencia de internet lógicamente, con una obra magistral como "La voz humana" de Poulenc sobre libreto de Jean Cocteau, en la que una mujer abandonada por su amante, desesperada y devastada por el dolor, se comunica con él a través del teléfono.

   Las horas vacías, de poco más de una hora de duración, cuenta con una música, que tiene ya 15 años y es totalmente grata al oído, incluido el que podamos calificar de «conservador», se separa totalmente de las más estrictas vanguardias y dentro del amplio panorama de la música contemporánea, se sitúa en la vertiente del eclecticismo, la que, como diría un gran amigo devoto de la música contemporánea, en muchas ocasiones encierra al hábil arreglista por encima del compositor con talento y personalidad. En esta ocasión, encontramos una música para el coro inspirada en la polifonía antigua, que se combina con ecos de la corriente minimalista junto a una escritura para la voz de soprano muy aguda y con abundantes pasajes de coloratura aérea, que incluye en el monólogo «Lunes, martes, miércoles…» –en el que la protagonista narra su asfixiante rutina diaria, una evocación del canto sillabato rápido de la ópera buffa tradicional. En fin, como me sucedió con Tres sombreros de copa del propio Llorca representada en el Teatro de la Zarzuela hace justo dos años, una música de fácil escucha, que bebe de diversas fuentes, hábilmente trabada por un gran conocedor, pero que esconde, en opinión de quien esto escribe, más oficio que verdadera inspiración y personalidad.

   En Tres sombreros de copa persistía, sólido como una roca, el genial texto de Mihura inatacable teatralmente. Esta vez, el texto del propio LLorca se mueve entre lo insustancial y lo pueril y tampoco termina de funcionar teatralmente, pues no llega al espectador con la fuerza dramática que cabría esperar, ni produce la conmoción que debería, dado el tema que trata. Y ello a pesar de una magnífica, irreprochable labor, de las artistas, tanto la actriz Mabel del Pozo, de buena articulación del texto y desenvoltura dramática como la soprano Sonia de Munck. La escritura vocal se adecúa bien a sus medios de soprano ligera y aunque comenzó con el timbre opaco y sin liberar, se fue asentando y fue capaz de enfrentarse a la pobre acústica de la sala y de hacer justicia a la escritura agudísima y la abundante coloratura aérea de su parte, con constantes staccati, pichetatti y pasajes arpegiados. Asimismo, De Munck sacó adelante ese monólogo ya subrayado, de gran impuso rítmico y complicadísima, vertiginosa, articulación, además de mostrar su habitual elegancia tanto en su canto, como en su presencia escénica.

   Como sucede en las puestas en escena en que el autor de la obra está entre nosotros –y por muchos años– la misma, firmada por José Luis Arellano, fue apropiada a la obra y la sirvió con justeza. La escenografía de Silvia de Marta basada en un habitáculo rectangular con una pequeña cama simboliza bien la estrechez de la casa de la protagonista, claustrofóbica y opresiva para ella. Eficaz también la iluminación de Juan Gómez Cornejo y estupendo el vestuario de Miguel Ángel Milán lucido con mucho empaque por ambas protagonistas.

   Cumplió el coro que apechugó con algunas frases embarazosas e, igualmente, el piano de Eduardo Fernández –que asume una escritura también con constantes staccati–, así como el orgánico de cuerda compuesto por miembros de la Orquesta titular del Teatro Real bajo la eficaz y correcta dirección de Alexis Soriano.

Fotografías: Pablo Lorente.

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