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Crítica: 'Los diamantes de la corona' en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: Gonzalo Lahoz
29 de noviembre de 2014


EXCELENCIAS DEL CARTÓN PIEDRA

Por Gonzalo Lahoz
26 y 27/11/14. Madrid. Teatro de la Zarzuela. Barbieri: Los diamantes de la corona. María José Moreno / Sonia de Munck (Catalina). Darío Schmunck / Carlos Cosías (Sandoval). Cristina Faus / Marina Pardo (Diana). Ricardo Muñiz (Campoamor). Gerardo Bullón (Sebastián). Fernando Latorre (Rebolledo). Entre otros. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Óliver Díaz, director. José Carlos Plaza, director de escena. Francisco Leal, escenógrafo.

   ¡Ay, el eterno debate (uno de tantos otros en la lírica) en torno al cartón-piedra, la régie y el konzept! Partidarios y detractores de uno y otro bando llevamos ya décadas, siglos en realidad, profetizando el fin de la música por los directores de escena y sus muchos y variados conceptos. No es cuestión ahora de entrar a debatir, pero de igual manera que ni Beethoven, ni el piano vertical, ni el compact disc por ejemplo acabaron con la música como así se pronosticó, tampoco los registas acabarán con ella. Eso es cosa nuestra, ¡seremos el público quienes acabaremos con la música! Vamos a reservarnos ese dudoso honor y sigamos permitiendo pasar por el aro del consumismo musical, del urgente marketing hacedor de fortunas para grandes marcas, de imágenes vacías, de caras y manos brillantes que nada esconden, de falsarias historias de zapateritas que tanto mal hacen a los artistas... Acabemos permitiendo pues que todo nos entre por los ojos y nada por el oído. Ahí, ahí estará el final.


   Pero el final, afortunadamente, aún parece estar lejos cuando uno sale  de asistir a Los diamantes de la Corona en el Teatro de la Zarzuela, donde todo entró tanto por los ojos como por los oídos. 

   La propuesta de José Carlos Plaza y Francisco Leal (con una preciosa escenografía basada en originales decimonónicos y aplaudida al inicio del tercer acto) es una oda al cartón piedra, a los recortes de texto y música hechos con cabeza, a los efectos de sonido, a las buenas maneras antaño, que también las había entre tanto estatismo. En este sentido, el trabajo de Plaza en la dirección de escena es una auténtica maravilla. Todo está cuidado al detalle, con un segundo acto que en fin, no quiero parecer pretencioso, pero raya la perfección y cuanto menos, es una genialidad – ¡esa dama estirándose por el suelo a la derecha del escenario cuando se lee la historia de los bandidos! - Plaza no inventa, deja fluir la comicidad de un texto y una música que han sido sabiamente editadas y adaptadas por Emilio Casares al frente del Instituto Complutense de Ciencias Musicales.
  En la escena ha de sumarse además el exquisito trabajo de Pedro Moreno con el vestuario. No todos los días se puede contemplar el hacer de un modisto del atelier de Elio Bernhayer y ganador del Max de teatro y dos veces ganador del Goya.


   En cuanto a los dos repartos de cantantes reunidos para la ocasión ha de destacarse antes de nada, dentro de una esforzada voluntad global, la distinguida teatralidad de algunos de ellos. Así, la diferencia del primer acto entre el primer y el segundo reparto fue abismal. La soprano María José Moreno como Catalina, centrada en su canto y un afanoso Darío Schmunck como Sandoval fueron superados por el aparentemente connatural dramatismo y comicidad de Sonia de Munck y Carlos Cosías en el segundo reparto. La labor de la primera pareja de protagonistas se vio lastrada además en este primer acto por una deficiente proyección en la parte hablada que prácticamente hizo imposible enterarse de la historia que estaba teniendo lugar sobre el escenario. Schmunck, si bien de grato timbre, mostró asimismo claros escollos en su emisión (lo uno lleva a lo otro), tanto que hacía parecer que el Rebolledo de Fernando Latorre contara con amplificación, pues tal era el derroche de este, en una voz que corría a raudales, dando vida a un Rebolledo al que el barítono ha cogido el punto, dramática y vocalmente. 
   Por su parte, el Sandoval de Cosías resultó más liberado en la emisión e insisto, derrochó una agradecida vis cómica que vino muy bien a esta suerte de melindroso protagonista de buen corazón, mientras que De Munck dibujó una Catalina delicada en la romanza, descarada como ladrona, acertada en todo caso, de cuidada línea de canto, límpidos agudos resueltos en alguna apoyatura y un vibrato más natural que el de María José Moreno, más trabajado y de mayor contundencia en el agudo, acortado por la dirección de Oliver Díaz. 

   El resto del reparto pasa por una correcta, algo limitada Diana de Marina Pardo frente a la excelsa Cristina Faus en el mismo rol; un excelente Don Sebastián por parte de Gerardo Bullón, redondo, completo, no se le puede pedir más, y un acertadísimo Ricardo Muñiz como Campoamor, al que el coro llega a cantar: “ese pelmazo tan reverente, es un regente de Portugal. Por él, tan pronto el reino anda: desde que él manda todo va mal”. La zarzuela siempre tan actual incluso más allá de nuestras fronteras...
   Un coro, por cierto, en especial la sección femenina, su-bli-me.  


   En cuanto a Óliver Díaz al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, ya lo decía, conocedor de los más y los menos de la formación, presentó una dirección tajante, recia, en la que no se escuchó siquiera calderón alguno, al menos realmente prolongado, por más que nuestros oídos los esperasen y necesitasen, para conseguir una lectura limpia de estruendos y concisa en sus secciones, lírica pero no ampulosa y desde luego atentísima a lo que sobre el escenario acontecía.

   Corran, vuelen al Teatro de la Zarzuela para deleitarse con estos Diamantes. Aprovechen, va a ser la única oportunidad en toda la temporada para disfrutar de una zarzuela escenificada en este hoy por hoy supuesto coliseo del género...

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