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Crítica: «Matthäus-Passion», de Johann Sebastian Bach, con Masaaki Suzuki al frente de Tafelmusik Baroque Orchestra & Chamber Choir

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Autor: Giuliana Dal Piaz
28 de marzo de 2019

La Pasión de Bach y según Bach

Por Giuliana Dal Piaz
Toronto. 23-III-2018. Trinity-St. Paul’s Centre. Matthäus-Passion, BWV 244, de Johann Sebastian Bach. Libreto: Picander [Christian Friedrich Henrici]. James Gilchrist [tenor, evangelista], Stephan MacLeod [barítono-bajo, Jesus], Tyler Duncan [bajo, Pedro, Pilato, Judas], Hannah Morrison [soprano], Terry Wey [contratenor]. Miembros del Toronto Children’s Chorus [sopranos in ripieno], Tafelmusik Baroque Orchestra & Chamber Choir. Masaaki Suzuki [director].

   Tratándose de un oratorio que no se ejecuta con frecuencia, tanto por su duración (más de tres horas) como por su complejidad vocal y musical, ha sido especialmente interesante la posibilidad de asistir en Toronto, el pasado fin de semana, a la Pasión según Mateo de Johann Sebastian Bach, con la presencia del director invitado a dirigirla, Masaaki Suzuki, uno de los más renombrados especialistas en la música del gran compositor alemán.

   La única palabra que ha seguido rondando en mi cabeza después del concierto ha sido «excepcional».

   Excepcional, por supuesto, la composición musical, estructurada con base en dos capítulos del Evangelio de Mateo (26 y 27), que relatan la pasión de Cristo, a partir de la Última Cena hasta la muerte en la cruz, y que los católicos acostumbran escuchar durante la misa del Domingo de Ramos, mientras que los luteranos lo hacen durante las ceremonias del Viernes de Dolores. Es una música sumamente variada que, acompañando el relato del Evangelista y de los demás personajes con dos orquestas y dos coros, le confiere a la partitura un enfoque teatral, casi operático: esto debe haber molestado, por cierto, a ciertos luteranos rigurosos del siglo XVIII, pero en cambio le proporciona, al público de hoy, una sugestiva atmósfera dramática que equilibra la duración de la pieza. La presencia del doble coro no es una novedad, pues Bach ya lo había utilizado en sus motetes. Aquí el autor le confía, ahora al uno ahora al otro, el papel de la turba, la muchedumbre que presencia la acción.

   Otro elemento muy dramático es la asociación entre personaje y acompañamiento musical: acompaña constantemente al Evangelista, tenor, el bajo contínuo –por lo general clavecín y chelo– con la excepción del recitativo «O Schmerz! Hier Zittert das gequälte Herz» [¡O angustia! Tembla aquí el corazón ansioso], donde el instrumento solista es el oboe de caza, de sonido más grave que el oboe sencillo, al que se unen posteriormente las flautas. Las intervenciones de Cristo son acompañadas por todo el conjunto de cuerdas de una de las orquestas (en la atmósfera musical definida «el halo de Jesús»). El aria del soprano «Blute nur, du liebes Herz!» [¡Sangra, querido corazón!] presenta cuerdas y flautas de la segunda orquesta –más pequeña que la primera, pues no tiene ni fagot ni viola de gamba–, con una melodía lenta, rítmica, casi obsesiva. Particularmente intensa el aria del arrepentimiento de Pedro «Erbarme dicht, mein Gott» [Ten piedad, Dios mío], interpretada por el contratenor en vez que por la acostumbrada contralto: la anteceden inmediatamente las primeras notas de un asombroso solo de violín, seguido por otras cuerdas, mientras que el pizzicato del chelo sugiere los latidos desordenados del corazón. Remarcables, en este sentido, los cromatismos de todos los acuerdos ligados a las palabras más emotivas –como ocurre en el casi violento acuerdo del remordimiento de Pedro– y en particular las variaciones en diesis cada vez que aparece en el texto la palabra «cruz»: pues en alemán, la misma palabra Kreuz indica tanto «cruz» como «diesis».

   También desde el punto de vista del contenido, resulta diferente aquí la visión de la Pasión: los católicos hacen hincapié en la Resurrección como culminación del sacrificio; los protestantes enfatizan en cambio el sufrimiento de Cristo, cuya responsabilidad recae sobre el ser humano por su dureza de corazón y sus pecados, sin referencia alguna a lo que acontezca después del sacrificio en la cruz.

   Excepcional es la presencia del Maestro Masaaki Suzuki como director invitado. Acude rápido a su podio, bajito y modesto, con su cabellera cana que le ondea en el cuello de la chaqueta, e impresiona de inmediato la manera en que conduce a los sesenta y uno elementos en el escenario (se le ve a menudo cantar junto con los demás), instrumentistas y cantantes –cinco cantantes solistas, ventiseis miembros del Coro y un total de treinta instrumentistas de las dos orquestas, sin contar a las nueve jóvenes sopranos (las sopranos in ripieno) del Toronto Children’s Chorus alineadas a los lados del anfiteatro, ya sea en la coral inicial, «Kommt, ihr Töchter, helft mir klagen» [Venid, hijas, ayudadme a quejarme], ya sea en «Haupt voll Blut und Wunden» [O cabeza cubierta de sangre y heridas].

   Excepcional, la prestación del tenor británico James Gilchrist, timbre y coloratura impecables, un Evangelista de voz intensa y apasionada. Óptimos también los demás solistas, la soprano islandesa Hannah Morrison, el bajo-barítono suizo Stephan MacLeod, el barítono canadiense Tyler Duncan y el joven contratenor suizo-estadounidense Terry Wey.

   Excepcional, finalmente, por precisión, pasión y participación emotiva, la prestación tanto de la Tafelmusik Baroque Orchestra como del Tafelmusik Chamber Choir, en una de las mejores interpretaciones que me hayan tocado hasta ahora.

Fotografía: Ronald Knaap.

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