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Crítica: «Osud», de Leoš Janáček cierra el Festival Janáček de Brno

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
1 de diciembre de 2021

El Festival Janáček de Brno clausura su presente edición con una brillante y muy atinada producción escénica de Robert Carsen y su equipo, que llegó bien plasmado vocalmente por el elenco, aunque falta de algo de equilibrio en la dirección musical de Marko Ivanović.

Robert Carsen eleva Osud al nivel que merece

Por Pedro J. Lapeña Rey
Brno, 27-XI-2021, Národní divadlo Brno. Osud [Destino], de Leoš Janáček/Fedora Bartošová. Philip Sheffield [el viejo Živný], Enrico Casari [el joven Živný], Alžběta Poláčková [Míla Válková], Natascha Petrinsky [la madre de Míla], Peter Račko [el doctor Suda], Jan Šťáva [el pintor Lhotský], Lukáš Bařák [Konečný/el estudiante Verva], Daniela Straková-Šedrlová [la maestra Srta. Stuhlá], Jarmila Balážová [la estudiante Kosinská], Petr Hrůša [Doubek de niño], Vít Nosek [Doubek de joven estudiante], Pavel Valenta [poeta/estudiante/ingeniero], Andrea Široká [primera señora/Srta. Pacovská], Tereza Kyzlinková [segunda señora/la esposa del alcalde], Jana Plachetková [una vieja eslovaca], Jana Hrochová [la esposa del consejero], Hana Kopřivová [una joven viuda], Marta Reichelová [la estudiante Součková], Ondřej Koplík [el estudiante Hrázda], Martin Novotný [camarero]. Orquesta y coro del Teatro Nacional Janáček de Brno. Dirección Musical: Marko Ivanović. Dirección de escena: Robert Carsen.

   En alguna ocasión, mi compañero Raúl Chamorro y yo nos hemos referido a la auténtica convulsión que en febrero de 1993 provocó el estreno en Madrid de Jenufa, de Leoš Janáček, cuando la soprano checa Natalia Romanova, el tenor holandés Jan Blinkhof y una descomunal Leonie Rysanek pusieron boca abajo el teatro de la Zarzuela de Madrid. El boca a boca funcionó y si en las dos primeras funciones se vieron huecos, en las tres últimas el teatro estaba lleno a reventar, algo impensable días antes. Una parte importante de los melómanos madrileños se/nos convirtieron/convertimos en entusiastas «janacekianos».

   Sin embargo, pocas veces lo hemos hecho a lo que sucedió diez años después, en noviembre de 2003. De las nueve óperas del compositor moravo, la «Janáček reinassance» de las últimas dos décadas del s. XX había alcanzado principalmente a las cinco grandes. Jenufa y sus cuatro últimas: Katia Kabanová, La zorrita astuta, El caso Makropulos y De la casa de los muertos. Hasta entonces, La zorrita astuta era la única que había subido a las tablas del Teatro Real, en la temporada de su reapertura. Por eso sorprendió mucho la programación de Osud [Destino] antes que cualquiera de las otras. De ella sabíamos poco. Era la única que a pesar de varios intentos no se estrenó en vida del compositor, y cuando finalmente se hizo en Brno en 1958, fue con una alteración importante. Recordemos que tampoco se estrenó en vida De la casa de los muertos ya que falleció poco antes de terminarla, pero ésta subió a las tablas poco después de su muerte. También leíamos que su libreto era «flojo y complicado», pero… ¿qué no se ha dicho de los libretos de El trovador y de tantos otros? ¿por ello dejamos de ir a verlas? Aún más, ¿cuántas obras se han estrenado de calidad ínfima y ello no ha supuesto ningún problema?

   En fin, el Teatro Real jugó sobre seguro asociándose al Teatro Nacional de Praga, a un hombre de teatro como Robert Wilson, y a una figura señera del teatro checo como Soňa Červená. Además, tuvo la osadía de entregar la dirección musical a un director español, José Ramón Encinar que, con un trabajo intenso y ejemplar, sacó petróleo de una Orquesta Sinfónica en Madrid que no pasaba entonces por sus mejores momentos. Y sí, el libreto era difícil, con lagunas temporales, con un argumento que puede parecer ridículo, y con algunas caídas de tensión dramática. Pero ¿qué importa todo cuando te encuentras con una música sublime, que bebiendo de fuentes populares como en sus primeras obras, tiene un lenguaje tan personal y un desarrollo de tanta calidad, y que te atrapa de inicio para no abandonarte hasta el final? Sin llegar a ser lo de 1993, una «obra nueva» de Janáček en Madrid volvía a saldarse con un éxito incuestionable, y de nuevo, como diez años atrás, todo el papel que quedaba por vender en las primeras funciones se fue agotando según éstas avanzaban gracias al boca a boca. Estoy convencido de que, si aquellas funciones se hubieran grabado y se hubiera editado el correspondiente DVD, la suerte de Osud. habría cambiado. Pero la ocasión se perdió y hasta ahora nadie había tomado el relevo.

   El Festival Janáček de Brno sí se ha tomado en serio la «resurrección» de Osud. Primero encargó una nueva producción a Robert Carsen para su estrenar su séptima edición en 2020. El canadiense ha dirigido las «cinco grandes» dando reiterados ejemplos de ser un seguro de vida en lo que se refiere al compositor moravo. Su minimalista producción de Kátia Kabanová para la Ópera Flamenca fue uno de ellos. Ha recorrido medio mundo, deleitándonos en Madrid en diciembre de 2008 junto a la magistral dirección musical del añorado Jirí Belohlávek. Otro fue su preciosa «zorrita astuta» coproducida entre las Óperas de Estrasburgo y Lille, que acaparó todo tipo de premios en el país vecino. Y después se ha encargado junto a la Televisión checa de grabarla en condiciones y emitirla en directo a todo el mundo a través de Operavision. El resultado ha sido de primer nivel.

   Pero vayamos por partes. Osud inauguró el festival el 28 de septiembre de 2020, pero como en tantos y tantos sitios, la pandemia se llevó por delante no solo varias funciones de la obra sino la mayor parte de la programación. Algunos conciertos y funciones se hicieron en streaming pero otros no se pudieron llevar a cabo. Al ser el Festival bianual, la dirección decidió trasladar varias funciones a este otoño, entre ellas, las dos últimas de Osud, el viernes 26 y el sábado 27. Ésta última es la que se ha grabado y emitido en directo, y la que ha servido para cerrar definitivamente –junto al recital final de Pavol Breslik en la Sala Reduta el día 30– un festival que ha durado trece meses. Y eso que, sin exagerar, el festival ha tenido que luchar contra los elementos hasta el último momento. El jueves 25, el Gobierno de la República Checa declaraba el estado de emergencia ante unas cifras de covid disparadas, y el viernes 26, la primera gran nevada del otoño dificultaba las comunicaciones entre Viena o Praga con Brno. Aun así, y con certificado de vacunación mediante, la función del 27 ha contado con una gran entrada.

   Como ya mencioné antes, la obra compagina escenas líricas de bella factura y  canciones populares vibrantes con el dramatismo que pide la complicada relación entre el protagonista Živný, un compositor alter ego del propio Janáček –en el libreto, Konečný y el doctor Suda dicen que «su música se inspira en los paisajes locales y en las melodías populares»–, su amante y posteriormente esposa Míla Válková, y la madre de ésta, opuesta radicalmente a la relación y que alude de manera continua al horrible «Fatum» o destino, que espera a la pareja. La estructura musical es similar a Jenufa con un acto central de alto contenido dramático en el que solo aparecen los protagonistas, y los dos extremos donde los tenemos mezclados con el resto de los personajes y donde aparecen los cantos y bailes populares moravos. Los intrigantes «Mummy mummy» con los que Doubek llama a su madre anticipan en cerca de 40 años los «Malo malo» de Miles a la institutriz en La vuelta de tuerca de Benjamin Britten.

   Discurre en un horizonte temporal de diecisiete años. Živný y Míla tuvieron un romance que no llegó a buen puerto porque la madre de Míla les separó buscandole un matrimonio de conveniencia. No llegó a nada porque la joven ya estaba embarazada. Živný empezó a componer una amarga ópera donde vierte sus amargos sentimientos hacia ella. El acto primero empieza dos años después, cuando los ex amantes se reencuentran en un balneario. En el segundo acto, cuatro años más tarde, se han casado y viven junto a su hijo Doubek y la madre de Míla, pero ésta no les perdona. Los terribles recuerdos impiden al compositor terminar su ópera, tocando al piano una y otra vez el tema del destino, que su suegra repite alucinada desde su habitación. El acto termina con la muerte de la esposa y la suegra. En el tercer acto, once años más tarde, la acción transcurre en el conservatorio donde es profesor. La ópera, inacabada, va a estrenarse. Verva, uno de los estudiantes se da cuenta de que en realidad el protagonista es el propio Živný. En un estremecedor monólogo final, éste se describe como un compositor solitario cuya música no tuvo éxito hasta que alcanzó el amor junto a Míla, pero el destino había condenado ese amor. Las emociones que le suscitan esos recuerdos son demasiado para él. Al relatar la muerte de Míla y el sonido de la voz de su esposa moribunda, se desmaya. Verva le sugiere que ese podría ser un posible final para la ópera, pero Živný lo rechaza, insistiendo en que el destino de la escena final debe permanecer en las manos de Dios.

   Una vez más, Carsen y su equipo vuelven a dar en el clavo. Radu Boruzescu diseña una escenografía simple. Un gran espacio central, que en el primer acto se convierte en el balneario, y en el tercero en la sala del conservatorio. Al fondo una concha con el piano donde Živný trabaja, que en el segundo acto viene a la parte delantera del escenario –prácticamente al proscenio– convirtiéndose en el piso familiar. Precioso el vestuario diseñado por Annemarie Woods que en el primer acto nos devuelve a la época de los grandes balnearios centroeuropeos decimonónicos. Si hay algo que nunca falla en las producciones del canadiense, incluso en la más discutibles y controvertidas, es la iluminación del tándem que forma con Peter van Praet, y en esta ocasión no iba a ser menos. Soberbia.

   Para salvar el horizonte temporal de la trama, Carsen utiliza dos Živnýs: el viejo que rememora su vida, y el joven que en los dos primeros actos la vive a través de los recuerdos del primero. El tenor inglés Philip Sheffield, caracterizado como el propio Janáček –a la manera del Wagner de los Maestros Cantores de Bayreuth de Barry Kosky–, se pone en su piel y desde el punto de vista dramático, da una lección magistral de como recrear un personaje. Además, en los dos primeros actos acompaña la acción sobre el escenario, a la manera del personaje del destino, que bordó la gran Soňa Červená en la producción de Bob Wilson en Madrid. Vocalmente sin embargo las cosas no fueron tan bien, sobre todo en el momento más exigente: el monólogo final. El Sr. Sheffield canta con una enorme expresividad, cincelando cada frase con toda la vehemencia que es capaz de desarrollar, pero no puede con la inclemente partitura. Su voz es muy liviana para un personaje que necesita una de mucha más entidad, prácticamente una idílica mezcla entre el Steva y el Laca de Jenufa.

   Como el joven Živný, el italiano Enrico Casari desplegó una voz de mucho más fuste, con un timbre no particularmente bello, pero sí más luminoso, más mediterráneo. Su registro grave no llama en exceso la atención, pero el centro tiene entidad, y sobre todo, sube al agudo con enorme solvencia y decisión.

   Excelente en todos los ámbitos la Míla Válková de la soprano Alžběta Poláčková. Voz muy interesante, rica en armónicos, de buen color y bien apoyada, cantó con enorme expresividad, desplegando distintos matices y acentos. Técnicamente solvente, con un centro suficiente, su agudo es amplio y brillante, y corre con naturalidad por todo el teatro. Tanto su monologo del primer acto, como la difícil escena del segundo parecieron fáciles en sus manos.

   Natascha Petrinsky, que nos causó una excelente impresión como la Varvara de la Kátia Kabanová de Carsen mencionada antes, borda el complejo y desagradable personaje de la madre de Míla, una suerte de «Sacristana» con algo menos de exigencia. Sus poderosos «Fatum» aún resuenan en mi cabeza.

   Del resto de comprimarios destacó sin duda el barítono Lukáš Bařák. Su materia prima es de buena calidad, atractiva, rotunda y bronceada. Si ya brilló en el primer acto en el breve papel de Konečný, uno de los pretendientes de Mila, fue sobre todo en el acto final, donde con una gran naturalidad y una expresividad acertada compuso un Verva ideal. También destacables la Kosinská de Jarmila Balážová, el pintor Lhotský de Jan Šťáva, y la maestra Srta. Stuhlá de Daniela Straková-Šedrlová, y algo menos el Doctor Suda de Peter Račko.

   Un tanto decepcionante la dirección musical de Marko Ivanović, con una lectura demasiado equilibrada, poco contrastada. Todo estuvo demasiado en su sitio. Lo mejor fue la parte más folclórica de la obra pero Janáček siempre pide una intensidad y una fiereza que no siempre tuvimos. Ningún reproche para una orquesta que siempre dio lo que el director le demandó. Idiomático y rítmico, la prestación del Coro del Teatro fue excelente en todos los ámbitos, hasta bailando los vistosos número de la coreógrafa Lorena Randi.

   Según nos acercábamos al teatro caminando por los jardines de la calle Roosvelt con sus parterres nevados, en su lateral estaban los camiones de la Televisión checa que retransmitieron la función. Esperemos que la grabación se distribuya adecuadamente y ayude a poner a Osud en el lugar que merece. El mismo que desde hace tiempo disfrutan sus «cinco hermanas mayores».

Fotografías: Marek Olbrzymek/Festival Janáček de Brno.

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