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Crítica: Quicksilver Baroque en la temporada de The Toronto Consort

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Autor: Giuliana Dal Piaz
16 de abril de 2018

Qué moderna esta música barroca...

   Por Giuliana Dal Piaz
Toronto. 13-IV-2018. Trinity-St.Paul's Center. Temporada 2017-18 de The Toronto Consort. Quicksilver's Fantasticus. Músicas de Matthias Weckmann, Francesco Turini, Massimiliano Neri, Johann Schmelzer, Heinrich Ignaz Franz von Biber, Johann Kaspar Kerll, Dieterich Buxtehude, Nicolaes à Kempis, Philippe van Wichel, Dario Castello. Quicksilver: Robert Mealey & Julie Andrijeski, violines y dirección; Greg Ingles, trombón; Dominic Teresi, bajón; Avi Stein, clavecín y órgano barroco; Charles Weaver, tiorba y guitarra barroca.

   Se aproxima el final de la temporada 2017-18, que celebra sus 45 años de actividad, y el conjunto de música antigua The Toronto Consort presenta en el Trinity-St.Paul’s Centre (13 y 14 de Abril) el ensemble da cámara invitado Quicksilver, integrado por séis instrumentistas estadounidenses (en este caso cinco, falta el chelista) y el ítalo-canadiense Dominic Teresi.

   Quicksilver es un conjunto muy conocido en los Estados Unidos (“irresistible”, lo define el Fanfare Magazine, mientras que el New York Times escribe de ello: “[es] reverenciado como si se tratara de estrellas del rock”). Su misión es la de explorar el amplio repertorio de música de cámara que abarca desde el período definido “early modern” –podríamos decirle “proto-moderno”: alrededor de 1620 a 1705– al alto Barroco.

   Por lo general, dicho repertorio es muy poco conocido por el público e incluye a unos compositores, italianos, alemanes y holandeses, probablemente considerados en su época como unos rebeldes trasgresores de la tradición compositiva musical. El “early modern” empieza en Italia, donde se va definiendo un género nuevo, la Sonata y la Sonata concertata in stile moderno, en la que los movimientos y los tiempos de los conciertos tradicionales desaparecen, ya no hay organización del texto musical en una narración lineal y coherente, sino que prevalecen la fantasía y el estado de ánimo del compositor. Los músicos exploran nuevas formas de organizar el diálogo entre los instrumentos, con un estilo que unos estudiosos alemanes han definido “fantásticus”: en ello, los autores son libres de utilizar cualquier instrumento, cualquier tonalidad o acuerdo que les sugiera su imaginación.

   El concierto Fantasticus está dividido en dos partes, que se abren simétricamente con Sonate de Matthias Weckmann, que estudió el estilo italiano en Dresda pero se estableció sucesivamente en Hamburg, y concluyen con Sonate concertate in Stil Moderno de Dario Castello, del cual se conocen dos libros de sonatas publicados en Venecia en 1629, pero del cual nada se sabe a nivel biográfico. Después de la pieza de Weckmann, la primera parte incluye la Sonata à 4 de Massimiliano Neri, la Polnische Sackpfeiffen de Johann Schmelzer, un alegre ritmo de danza popular, y una Sonata à tre de Heinrich Ignaz Franz von Biber. La segunda parte, la Sonata à 2 de Johann Kaspar Kerll, el Preludio en Sol menor, BuxWV 163, para clavecín solo de Dieterich Buxtehude, la Sonata à 4 en Sol mayor ‘La Carioletta’, de Schmelzer, la Chacona del Partituburg Ludwig de Nicolaes à Kempis (este también era probablemente de origen italiano, pero trabajó sobre todo en Europa del Norte) y la Sonata quinta del Fascilus Dulcedinis de Philippe van Wichel.

   Llama la atención de manera especial que el ensemble incluya un trombón barroco, aquí llamado sackbut. Wikipedia nos informa: “las primeras menciones del trombón se remontan a la segunda mitad del siglo XV, cuando fue representado en un cuadro del pintor de Prato, Filippino Lippi, y también en una obra del Perugino conservada en el Escorial”. Pero es sólo con Monteverdi (L’Orfeo, 1607) que veremos la primera utilización “oficial” del trombón. A los demás instrumentos de un conjunto de cámara tradicional, éste aporta una voz profunda y oscura que resulta de gran eficacia. En este caso no aparece en todas las piezas del concierto: en la primera parte no lo utilizan ni Francesco Turini, ni Johann Schmelzer, ni Dario Castello en su sofisticada Sonata Decima. En la segunda parte del concierto, la Sonata à 2 de Kerll ve excluídos tanto el trombón como el bajón: los dos violines ejecutan un hermoso contrapunto entre ellos, y con el clavecín y la tiorba que sirven de bajo contínuo; el trombón está ausente también en la Chacona de Nicholaes à Kempis.

   Presentes en el escenario tanto el clavecín como el órgano barroco, y el instrumentista Avi Stein utiliza ahora el uno ahora el otro. Se le preguntó al director cuál es el criterio para utilizar el uno u el otro: la respuesta fue que depende de la atmósfera que la pieza musical evoca o del tipo de sonido –más o menos grave, más o menos metálico– que se quiere incluir en la sonata.

   Todas las piezas fueron muy aplaudidas por un público entusiasta, pero lo fue de manera especial la Sonata Decimaquarta de Dario Castello, que incluye cuatro secciones: un epigrama, una declaración y su respuesta, con sucesiva elaboración de parte de todo el conjunto. Configura un elaborado duo entre violines: casi una conversación propiamente dicha, “él dice, ella dice” (tocan los violines Robert Mealy y la excelente Julie Andrijeski), con ligeros matices sentimentales, casi eróticos, ricos de ironía.

   La ejecución de todos los músicos es simplemente extraordinaria.

Fotografía: quicksilverbaroque.com

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