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Crítica: Ramón Tebar e Ilya Gringolts con la Orquesta de Valencia

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Autor: Antonio Gascó
17 de abril de 2022

Ramón Tebar e Ilya Gringolts interpretan obras de Prokofiev en el Palau de les Arts de Valencia

Ramón Tebar e Ilya Gringolts

Vox Populi, Vox Dei


Por Antonio Gascó
Valencia, 12-V-2022. Palau de les Arts «Reina Sofía». Orquesta de Valencia. Director Ramon Tebar. Solista Ilya Gringolts. Obras de Oscar Colomina y Sergio Prokofiev. 

   Bajo la rectoría de Ramón Tebar, la orquesta de Valencia ofreció en el Palau de les Arts un concierto interesante, de elevada condición y complejas partituras. Abrió el programa Eco y Narciso, una obra en deferencia a Marta, la esposa del compositor Oscar Colomina, recientemente fallecida. A las muchas condolencias que el autor habrá recibido, este modesto comentarista quiere unir la suya, en la seguridad de que advierte su aflicción, por haber vivido la misma circunstancia hace año y medio. 

   Hay una zozobra en los primeros divisi de la obra, con segundas y trémolos incisivos, en la zona más aguda del mástil de primeros y segundos violines, que remata con una atmósfera sutil, que parece querer abandonar el atonalismo modal originario. Tebar puso mucha atención en las sonoridades ambientales y en los espacios paradójicos. La profecía de Tiresias, en un compás binario de marcha pertinaz de pizzicatos graves, evoca el destino aciago de Narciso. El encuentro de la pareja protagonista, se plantea intenso, con divergentes planos sonoros, inarmonías sensitivas y contrastes entre las diferentes alturas de pentagrama, algo que parece complacer mucho al compositor. La orquesta siguió con fidelidad a la batuta, atenta a los constantes cambios de metro de los compases de amalgama. Especialmente idílico, el diálogo del cello Iván Balaguer y el concertino invitado Massimo Spadano. Uno hablaría de romanticismo atonalizado. La muerte de Eco tuvo un decir elegiaco, con la metáfora de la repetición de los sonidos antecedentes, en un combinado de contraste de sonoridades. Una inquietante tonalidad menor, con pizzicatos de cellos y bajos, enlazó el óbito de la ninfa con el del altanero seductor. 

   Siguió el Primer concierto para violín de Prokofiev, obra compleja, difícil donde las haya, pero al tiempo llena de acentuado lirismo con raptos del romanticismo tardío, pese a su armonización audaz y original. Ilya Gringolts fue el intérprete ideal para la obra por su virtuoso mecanismo impecable, capaz de resolver la difícil partitura, por la belleza de su sonido por su metamorfosis creativa, por su resolución de inarmonías y poliritmos y por la condición añadida de su paisanaje con el autor. El director entendió claramente el propósito del intérprete y, asimismo, el nivel al que debía ascender al conjunto instrumental que regía. En su concepto emergió una dicción flotante, aérea, ensoñada y audazmente contrapuntística, siguiendo al de San Petersburgo, con gestos claros y precisos. Dejó correr el que no existiera una aureola de sonido orquestal sobrenaturalizado para envolver, en el primer tema lírico e insólito, el apólogo evocador y arrobado del solista. Los audaces arpegios de éste con el arco en las manos, acunados por los trémolos de segundos y violas y los contracantos y contrapuntos de las maderas, tuvieron efusión, que se vio continuada en la dinámica más afanosa, a ritmo de zarda estremecida, con cambio de armadura a DoM, sustituyendo a la violinística tonalidad inicial de ReM, y de metro desde el 6/8 al 4/4. Tebar anduvo muy pendiente de los poco seguros trémolos de las violas, por más que solo había cuatro negras en el compasillo. Los arpegios en tresillos y cuatrillos, no podían ser más comprometidos para el violinista ruso y dio cuenta de ellos con tanta solvencia como inspiración creativa. La romanza de flauta y clarinete, con contrapunto en pizzicato del violín y la variación sobre el segundo tema, fueron de lo más precisos. La batuta dejó frasear «a piacere» a Gringolts, estando muy pendiente del quehacer de clarinetes, fagotes, chelos, violas y bajos en divisi. Mantuvo el tiempo a dos para flexibilizar, en mayor medida, el relato. El solo a dobles cuerdas a partir del Meno mosso, fue cautivador, preparando el retorno al pulso y la armadura originarias. 

   El breve scherzo vivacísimo, ha de ser diverso y audaz (con abundancia de dobles cuerdas); contrastado, en su despierta energía, perspicaz y flamante, no puede ser más ruso. El director mantuvo perspicuo el 4/4 así como el satisfecho desenlace, con obsesivas corcheas en cuatrillos de los arcos y dobles cuerdas para el impoluto solista. El metro se mantuvo, aunque, tal vez, no con la velocidad deseable, que al violinista no le hubiera importado en absoluto.  El binario movimiento final lo inicia un astuto fagot al que responde un cantábile violín. Así fue. Cambia la tonalidad a DoM y el pulso a Allegro moderato, con un tutti intenso que cierra un cortesano clarinete. El melódico cantábile resultó exquisito con el apoyo de recurrentes corcheas. El itinerario es muy divergente. Desde un breve 3/2 vuelve al compasillo rematado por un estimulante tutti. Sugestivos los arpegios con el compadreo de flauta y fagot. El director se encontró bien comprendido en este pasaje, tal vez uno de los mejores resueltos de la obra, a cuyo término sonaron justos aplausos fervientes para el solista, que quiso compartir en el director. La demanda de un bis fue concedida por Gringolts, que interpretó con un talante personalísimo una seducida Sonata XIII de Tartini. 

   La Quinta sinfonía de Prokofiev, musicalmente hablando es, sin duda, la mejor y tal vez la más compleja. En el primer movimiento, Andante, la intensidad apasionada de los tuttis, conduce a un segundo motivo contrastante en manos de la flauta y el oboe. La idea estaba muy clara en los enardecidos y bien medidos gestos de la batuta. Entre el relato de cellos y contrabajos, recombinando los temas, emerge un tercer motivo. Esa compleja amalgama, casi siempre regia en su solemnidad, supone un brillante e intenso desarrollo, fragmentado por motivos halagados. 

   El segundo movimiento en Rem, scherzo, está en completo contraste, con ritmos motores y un impulso enérgico. No se percibieron en toda su intensidad, las zumbantes onomatopeyas de las ruedas, (sovietismo puro en Do, Re, Mi, Fa, Sol…), a cargo de arcos y vientos, pese a que los gestos directorales los demandaban a batuta en grito. La sección central a Meno mosso, fue bastante más afortunada con unas maderas en estado de gracia. El retorno al tema inicial, creció con más intensidad que al principio. Los postreros compases crecieron enérgicos con complejos menesteres para todos, piano inclusive. 

   El dúo de clarinete y flauta, inició un tercer movimiento, Adagio, con delectación, sugestionándose con el cambio de tono a MiM. Su postulado fue lírico con melodías arrebatadoras y con exigencias de notas escritas a los violines, seis líneas superiores a la última del pentagrama en clave de sol. Es decir, «allá a hacer puñetas». Sugestión de noche estrellada en la cima del Penyagolosa (ponga el lector la cumbre que más sea de su agrado, el que escribe, se decanta por la peña patria). El adagio manifiesta, en verdad, su concepto, con una marcha sombría a la que el bombo con sus sones con baqueta expansiva, impone un talante conmovedor, por más que uno pensaría en una melancolía subyugada. El maestro lo vio con cautivada seducción. El Finale, tiene deudas del scherzo por su impulso rítmico, peán de clarinete y cuatro trompas, y el talante patrio. Las mixturas que incluyen motivos antes vistos, estuvo bien planteada, sobre todo a partir de los breves cambios de tonalidad a RebM, el retorno al originario MiM, el paso a DoM, y finalmente a SibM, con un aire muy personal entre la chechotka y kamarinskaya. Prokofiev, a parte de un gran melodista, era imaginativo a más no poder y capaz de jugar con las más audaces armonías y enarmonías, para conseguir raptos de sugestión inaudita. Así es el final, en el que la orquesta estuvo por demás entregada y con agrado lo acogió al público, con sonoras ovaciones y florilegio de bravos, que obligaron al maestro a comparecer cinco veces en el escenario, para agradecerlos. Al respecto, me remito al aforismo que se adjudica a Robert Ferguson y que titula este comentario: «Vox Populi, Vox Dei».  

Foto: Live Music Valencia

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