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Crítica: Rossen Milanov dirige la 'Novena sinfonía' de Beethoven en el Concierto Premios Princesa de Asturias

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Autor: Aurelio M. Seco
1 de octubre de 2016

A LA NOVENA ¿IRÁ LA VENCIDA?

   Por Aurelio M. Seco
Oviedo 20-10-16. Auditorio Príncipe Felipe. XXV Concierto Premios Princesa de Asturias. Sinfonía nº 9 de Beethoven. Sonya gornik, Olesya Petrova, Daniel Kirch, Alexey Dedov. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro de la Fundación Princesa de Asturias. Director: Rossen Milanov.

    Cuando Beethoven quiso estrenar su Novena sinfonía le resultó difícil encontrar lugar y orquesta. En 1824 lo que estaba de moda era la ópera italiana de Rossini. Beethoven tuvo que dirigirse a la Gesellschaft der Musikfreunde para conseguir la interpretación de la obra y halló una respuesta negativa, a causa de los enormes gastos que exigían y el “resultado dudoso”. Lo cuenta casi como si escribiese una novela Mateo H. Barroso en su bonito libro escrito sobre esta obra. Beethoven no les parecía un valor seguro entonces. Quizás por ello sólo pudo ver dos interpretaciones en vida de su Sinfonía nº 9, si hacemos caso al documento anteriormente mencionado.

   Para nosotros, sin embargo, resulta un verdadero placer asistir a una Novena más, de las muchas que a lo largo del año se programan en nuestro país, no digamos en el planeta. Asistimos a otra mientras vemos y nos dejamos ver, en un imponente auditorio, vestidos de esmoquin y con el apoyo y presencia de los Reyes de España, que a fuerza de querer ser buenos reyes se han convertido también en grandes melómanos de lecturas wagnerianas. Como debe ser. Es el mito de la cultura llevado al extremo de la clase social y el de la “música clásica” como prestigiosa idea confusa adjunta. Qué distinto fue para el compositor que, por no tener, ni tenía traje negro para el estreno de esta Sinfonía nº 9, partitura que le llenó de regocijo por su belleza y originalidad estética. Llevó aquel día una levita verde, confiando en que la escasa iluminación del teatro evitase que el público se diese cuenta del desacierto. No había entonces tantos focos ni teléfonos móviles. Era otro mundo.

   La Novena se ha convertido en una de esas obras solemnes y políticamente correctas que siempre queda bien programar, para dejar claro que somos europeos, cultos y alegres hermanos. Pura utopía, por supuesto, que no vamos a desgranar en esta ocasión. En Oviedo la obra se ha venido usando en momentos importantes, por ejemplo en abril de 1999 para inaugurar el Auditorio Príncipe Felipe, con la propia Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias bajo la dirección de Maximiano Valdés, su director titular entonces y hasta la llegada de Rossen Milanov. También recordamos la dirigida por Lorin Maazel en 2009, con la Sinfónica Toscanini y el Orfeón Donostiarra, para celebrar el décimo aniversario del edificio. Maazel fue, obvio es decirlo, un maestro de talento extraordinario cuya versión de entonces no nos pareció inspiradísima pero cuyo trabajo, desde la distancia, observamos cada vez con más admiración. Se hablaba demasiadas veces de la irregularidad de Lorin Maazel, y a mí me parece que incluso cuando Maazel no tenía su día inspirado era más interesante que la mayoría de directores. Mucho más, desde luego, que la versión oída en la presente edición del Concierto Princesa de Asturias, ofrecida bajo la dirección de Rossen Milanov, a quien ya le hemos oído dos versiones de la obra en pocos años. La primera un tanto endeble, en octubre de 2012 en lo que era el segundo concierto de abono de la temporada de la sinfónica asturiana; la segunda, la de esta ocasión, algo mejorada en su énfasis y, puntualmente, en la expresión de algunos motivos. Poco más.

   No cabe duda de que un director se hace con cada versión. Si estamos ante un hombre humilde y de verdadero talento, cada experiencia es conocimiento de cara a próximas oportunidades. La dirección de una sinfonía de Beethoven hoy es un acto de gran responsabilidad al que uno se puede enfrentar desde la falta de prejuicios, como lo hizo Perry So la pasada temporada, o desde el verdadero conocimiento de causa. Los hay que a los 20 años empiezan por dirigir la Sexta de Bruckner, en una perspectiva artística totalmente alocada, y los que, prudentemente, se van haciendo con el arte de la dirección paso a paso, con paciencia y buen hacer. Son casos como el de Juanjo Mena, que todavía no se ha lanzado a dirigir la Tercera sinfonía de Beethoven, por ejemplo. Hablamos de un gran director de talla internacional. Qué grandeza la de este artista, tan preocupado de hacer bien las cosas y estar preparado para emitir su mensaje a través de Beethoven de la manera más apropiada posible. El propio Óliver Díaz nos contó en una reciente entrevista que dijo "no" a la posibilidad de dirigir una Novena de Beethoven en el Auditorio Nacional en una gran ocasión. Rossen Milanov no es así. De alguna forma está “creciendo” con la orquesta de manera paralela a su propia evolución artística y personal. Nosotros preferimos que no se hagan experimentos con la juventud –Milanov es, a pesar de su edad, un director joven- y la falta de experiencia, sobre todo en todo un Concierto Princesa de Asturias, un evento de primer orden internacional que debería contar con un gran maestro y grandes solistas. Hay que decir que los últimos Conciertos Princesa a los que hemos asistido no se han desarrollado dentro del clima de gran solemnidad artística que poseían ediciones pretéritas. Sea por una cuestión de presupuesto o cualquier otra razón, no tienen ahora la calidad de los intérpretes de antaño. Hablamos de directores y solistas.

   Nos llamaron la atención dos aspectos de la organización del concierto: al echar un vistazo al currículo de algunos de los solistas nos sorprendió su escasa repercusión internacional, su escaso currículo, vamos. Al mirar hacia el Coro de la Fundación observamos una sección de sopranos hipertrofiada respecto al resto. Menudo refuerzo del coro. Quizás es el momento de repensar, si es que alguien piensa en estas cosas dentro de la institución, en el tipo de coro en que se quiere convertir el de la Fundación Princesa. Los mimbres son buenos y la voluntad de los cantores, admirable.

   Los solistas no fueron los mejores para la ocasión y mostraron inseguridades y defectos obvios en la interpretación de sus fragmentos, partes comprometidas, sin duda, a pesar de no ser muy extensas, pero para las que se precisan instrumentos seguros, flexibles y con carácter. Nos resultó raro ver que tres de los cuatro solistas hayan salido de la misma agencia. ¿Pura casualidad? ¿Es mera coincidencia que los solistas ideales para el concierto, los mejores que se podían elegir, pertenezcan a la misma agencia?  ¿Se ha acudido a esta fórmula para ahorrar dinero? ¿Por qué motivo? La selección vistos los resultados no se basó en la calidad artística.  No podíamos dejar pasar este dato sin más.

   La soprano Sonja Gornik nos pareció un tanto brusca en su fraseo y la mezzo Olesya Petrova, gris en su participación. Lo mismo cabría decir del tenor Daniel Kirch y el barítono Alexey Dedov, un tanto nervioso cantando su parte. Para afrontar un compromiso como éste no sólo hay que ser un notable cantante, sino también un artista de carácter templado. La versión de Milanov nos pareció apasionada y enfática, pero no consideramos que el director búlgaro haya profundizado en la mejor forma de plasmar la continuidad dramática de esta obra tan compleja. En algunos momentos importantes, Milanov forzó la sonoridad hasta límites arriesgados -en los violonchelos, por ejemplo-, sin darse cuenta, quizás, que el carácter de ciertos pasajes, no tienen tanto que ver con la fuerza ni la rapidez como con el tipo de toque que se imprime al fragmento. De la misma forma que la agitación del tercer movimiento de la Sonata claro de Luna de Beethoven no se consigue sólo con rapidez sino con cierto tipo de toque, la energía y agitación fugada en la obra de Beethoven no se obtiene moviendo más rápido la batuta, sino ordenando el fragmento con un sentido rítmico riguroso y una forma de hacer sonar las cuerdas firme y tersa. La OSPA respondió a las exigencias del director con disciplina ferrea, pero la versión adoleció de la profundidad dramática que desprende esta obra, a veces debido a un criterio sonoro un tanto aligerado. El principio del último movimiento, por ejemplo, merecía un planteamiento más asentado y expresivo, rítmica y orquestalmente. Es una obra maestra y no se pueden dirigir sus partes como si la orquestación de Beethoven, muy personal, no fuese un problema para resolver la expresión de su música. El trabajo con el coro dejó un defecto obvio y, por ello, poco razonable, una especie de vaivén sonoro que daba la sensación de que el coro cantaba a tirones. Esto nos pareció desagradable y no entendemos cómo no se intentó corregir, dotando al fraseo de los cantores de una mayor naturalidad. Es muy difícil para las sopranos, para el coro en general hacer esta obra, por el registro agudo sobre todo, que es constante y tenso, pero pensamos que el Coro de la Fundación podría haberlo hecho mucho mejor con una dirección musical más exigente, cuidadosa y reflexiva respecto a estas cuestiones, sobre todo sabiendo que estamos ante una agrupación que conoce la obra al dedillo.

Foto: Facebook OSPA

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