CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Crítica: Shlomo Mintz al frente de la Oviedo Filarmonía

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Javier Labrada
11 de febrero de 2015

SOL Y SOMBRA

Por Javier Labrada
5/6/2015 Oviedo Auditorio Príncipe Felipe. Director y solista: Shlomo Mintz. Orquesta Oviedo Filarmonía. Obras: Poema op.25 para violín y orquesta, E. Chausson. Concierto no.5 para violín y orquesta en la menor, op.37, H. Vieuxtemps y Sinfonía no.4 en fa menor, op.36 P.I. Chaikovski.


   La música, a diferencia del tráfico, no se paraliza cuando nieva, y es que, pese a las gélidas temperaturas registradas estos días, la Oviedo Filarmonía no tuvo ningún problema para congregarse de nuevo en el auditorio de la capital asturiana y continuar así con su ciclo de conciertos. Decididamente el frío astur no debe suponer ningún problema para alguien nacido en Rusia como el violinista Shlomo Mintz, que, lejos de amilanarse, concentró en su persona las labores de solista y director, ejerciéndolas simultáneamente en la primera parte del concierto.

   El programa estuvo conformado por dos piezas para violín y orquesta seguidas de la Sinfonía no 4 de P.I. Chaikovski. Tres obras que, tal y como apuntó el propio Mintz en el programa de mano, mantienen una curiosa relación entre sí: la primera, el Poema op.25 de Chausson, explora las relaciones amorosas entre una mujer y dos hombres, la segunda, el Concierto no.5 op.37 de Vieuxtemps, está basado en canciones tradicionales que llaman a la unificación familiar, y la tercera está dedicada por su compositor a una viuda que le apoyó económicamente durante trece años seguidos.

   Dejando de lado las curiosidades, no cabe ninguna duda acerca de la notable dificultad técnica entrañada por el programa elegido. Especialmente en su última parte, ocupada por una formidable sinfonía que demanda vastos recursos tanto orquestales como directivos. No obstante, esto no puede servir de pretexto para obviar ciertas carencias que se fueron evidenciando inexorablemente a lo largo de la noche.

   Tocar y dirigir al mismo tiempo constituye una empresa no exenta de riesgos que, sin embargo, nos dejó un resultado bastante solvente durante toda la primera parte. Guiados por el aleccionador sonido de Mintz, los integrantes de la Oviedo Filarmonía consiguieron crear una base orquestal lo suficientemente sólida y matizada como para permitir al solista (y también director) ir edificando el virtuosismo requerido por la partitura. Aprovechando además los silencios de su parte, Mintz, esgrimió de cuando en cuando su arco sobre las diversas secciones orquestales,indicándoles el momento de su entrada; algo que, pese a todo, no se cuenta entre los más conseguido de la velada.

   Con una sección de viento madera bien templada, una percusión precisa en sus matices y unas cuerdas entregadas, el violinista fue creciendo en su interpretación, dejándonos un recuerdo aún más grato de la segunda pieza que de la primera.

   Abordadas ya las dos primeras obras, poco le quedaba a Shlomo Mintz para sustituir su arco por una batuta de verdad, no obstante, aún nos concedería el placer de observarle como intérprete una vez más. Durante el primer movimiento de la Sonata para Violín no.2 de Jacques Thibaud, ofrecido como propina, pudimos volver a comprobar la seguridad con la que es capaz de liberar notas sobre agudas de otro modo atrapadas en su instrumento. Sin duda fue este momento, no previsto en el programa, el que mejor nos supo de todo el concierto.

   Chaikovski compuso la Cuarta Sinfonía en uno de los momentos más críticos de su vida. Sus arranques de espontaneidad y pasión, tan genuinamente románticos, junto a las ganas de acallar los rumores (fundados) sobre su homosexualidad confluyen en 1877, haciéndole aceptar el matrimonio con Antonina Miliukova. Error fatal llamado a desembocar en terribles disputas conyugales, que sin embargo, legaron a todos los que no las sufrimos una genial sinfonía donde tiene cabida el destino, la tristeza, la embriaguez y la evasión. Todo eso debía esperarnos al volver, tras el descanso, a una sala que aún seguía vibrando con el Chaikovski de Temirkanov (comparación que resulta injusta aunque inevitable).

   La sinfonía se inicia con un poderoso “leitmotiv” que para Chaikovski viene a simbolizar el fatídico destino. Esto nos pareció casi premonitorio cuando oímos las primeras notas, ya destempladas, saliendo de las trompas. De hecho la sección de viento metal se mostró bastante desatinada durante toda la obra, algo que sin duda, y a raíz de sus numerosas intervenciones, empañó considerablemente el resultado final. La batuta de Mintz tampoco ayudó a mejorarlo; mucho mejor intérprete que director, nos sirvió un Chaikosvki plano en exceso, de dinámicas monótonas y tempos demasiado retenidos.

   Las cuerdas sólo pudieron lograr un empaste desigual pese a la honesta, y valiosa, ayuda ofrecida por el concertino, Andrei Mijlin; que no pudo hacer nada frente al sonido, más arpegiado que simultáneo, obtenido por los cellos en el pizzicato que abre el tercer movimiento. ShlomoMintz se marcha de Oviedo dejándonos ensombrecidos unos recuerdos que bien podrían haber sido soleados, pero, sólo por esta vez, las nubes se llaman Chaikovski.

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

0 Comentarios
Insertar comentario

Para confirmar que usted es una persona y evitar sistemas de spam, conteste la siguiente pregunta:

* campos obligatorios

Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico