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Crítica: Simone Young dirige la 'Novena' de Bruckner ante la OCNE

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Autor: Raúl Chamorro Mena
11 de marzo de 2014
Simone Young

POCO DIVINO

Por Raúl Chamorro Mena

7-3-2014. Madrid, Auditorio Nacional. Temporada OCNE. Anton Bruckner: Novena Sinfonía. Te Deum. Riccarda Merbeth (soprano), Claudia Mahnke (mezzo), Andrew Staples (tenor), Stephen Milling (bajo). Orquesta y Coro Nacionales de España. Dirección musical: Simone Young.

   Sorprendentemente, la dirección de orquesta es una de las asignaturas pendientes en cuanto al desarrollo del inmenso potencial femenino. Ese talento que se ha manifestado pródigamente en la mayoría de las disciplinas artísticas. Más allá de algunos escasos nombres de cierta solvencia como fueron Eve Queler, Sarah Caldwell o las actuales Kery Lynn Wilson y la especialista barroca Emmnanuele Haïm, resultan escasísimas las mujeres que han llegado a la cúspide de la dirección orquestal, ni que se acerquen ni siquiera, a llegar a ocupar un lugar en ese Olimpo de los grandes nombres históricos de la batuta.

   Muy hábilmente, la ONE ha aprovechando el fin de semana del día de la mujer, convocando a la directora de orquesta con más prestigio de la actualidad y seguramente de la historia, la australiana Simone Young, directora artística de la Opera Estatal de Hamburgo y musical de la Filarmónica de dicha ciudad, con buena reputación en Centroeuropa, incluso como directora bruckneriana. En los atriles, una obra inacabada, la Novena sinfonía del referido Anton Bruckner. El genial, pero inseguro, músico austríaco dejó completos tres movimientos, pero no logró nunca terminar el cuarto que debía ser su gran testamento musical, culminación de su creación, siempre dedicada, en su inmensa devoción religiosa, al Altísimo.

   Young mostró un gesto ampuloso, enérgico pero más bien extravagante y vulgar, por no hablar de sus extraños movimientos en el podio. El primer movimiento resultó trivial, falto de misterio, ayuno de sentido de la construcción y del contraste. Ímpetu sin hilazón, bruscas las transiciones, con una orquesta que sonó lejos de su mejor nivel. La cuerda gris y desempastada, los metales destemplados. Mejoró la prestación de la orquesta a partir del segundo movimiento en el que, al menos, la batuta imprimió vivacidad, claridad y ligereza al Trío, además de plasmar con brío el ritmo cortante y frenético del aterrador Scherzo, si bien faltó un punto de impacto, de mayor carácter “demoníaco”.

   La falta de hondura y de suprema tensión protagonizó también el tercero, en el que la batuta, carente de poso analítico, de fantasía y elegancia, fue incapaz de expresar en todo su esplendor la intensa emoción y trascendencia que atesora esta música. Mejor el Te Deum, correctamente concertado, pero sin llegar a transmitir sobrecogimiento y conmoción. En el mismo, se pudo apreciar una apreciable labor del coro nacional, así como el vozarrón del bajo Stephen Milling, una especie de Hunding desembarcado en una pieza litúrgica. Más afín y genuino el material vocal de Andrew Staples, la típica voz de tenorino inglés, blanca, corta, estrangulada y falsetera en el pasaje. Intachable la musicalidad de la soprano Riccarda Merbeth, habitual en los escenarios de ópera mundiales como protagonista en repertorio alemán.

Fotografía: Picture: Lefebvre Klaus

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