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Crítica: Temirkánov dirige a la Filarmónica de San Petersburgo

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Autor: Aurelio M. Seco
29 de enero de 2015

MAGNÉTICAMENTE RUSO

Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 26/1/15. Conciertos del Auditorio. Filarmónica de San Petersburgo. Harpa, Xavier de Maistre. Director: Yuri Temirkanov. Obras de Glinka, Glière y Tchaikovsky.

   Observar al veterano Yuri Temirkanov dirigir a su Filarmónica de San Petersburgo es una experiencia tan fascinante como inspiradora, en la que la figura del director de orquesta, venerable y venerado, adquiere todo su significado y poder. La Filarmónica es una de las instituciones míticas de Rusia para el mundo, un conjunto que tiene en su haber momentos interpretativos de importancia histórica, bajo las batutas de importantísimos maestros. De todos ellos, es Mravinsky el que con su admirable honestidad artística ha dejado la huella más profunda. Qué gran director, Mravinsky, y qué enorme nivel de exigencia mantuvo hasta sus últimos días. Se dice que hay músicos que todavía le siguen llevando flores a su tumba y bebiendo a su salud. Ya no hay directores así.

  Tampoco cabe dudar del trabajo desarrollado por Temirkanov durante más de 20 años al frente de la orquesta. En el sonido formidable de este conjunto hay tanta tradición interpretativa y respeto por su figura que cada una de sus apariciones en concierto es un privilegio que hay que saborear despacio. No estamos ante el típico director ruso –si es que se entiende esta idea,-, ni en el fondo ni en la forma. Hay en él una actitud y porte de intelectual distinguido que no da la impresión de imponer por la fuerza sino, más bien, la de sugerir un camino tan bello como exigente, en el que resulta importante la implicación de los músicos. ¿Qué cómo se puede seguir manteniendo la ilusión y el nivel de una orquesta de más de cien músicos durante tantos años?

   Yuri Temirkanov sigue manteniendo hoy buena parte del vigor de antaño, pero ya bajo el semblante amable y beneplácito de la tercera edad, edad de oro ruso de dieciocho quilates, que ha sabido envejecer manteniendo lo más genuino de su manera de dirigir, sin batuta y con menos esfuerzo. Temirkanov no es Mravinsky, quien seguramente no se habría sentido cómodo si en el comienzo del último movimiento de la Sexta sinfonía de Tchaikovky, por ejemplo, hubiera tenido, como tuvo aquí, tanto protagonismo  el gesto del concertino, el primero en mostrar su sonido y guía para indicar por dónde quería ir el maestro. Qué difícil es no estropear una música tan bella. Pero el sello Temirkanov sigue valiosamente indemne en sus versiones, tanto como la calidad de esta orquesta, que emociona desde el primer acorde por su sonoridad energizante y contagiosa, por la brillantez de sus músicos y por la sana complicidad que se desprende en sus actuaciones. 

   Fue realmente impactante la primera impresión sonora al oír la Obertura de Ruslan y Ludmila, de Glinka, obra típica de las primeras partes de un concierto pero dificilísima de tocar a este nivel. La interpretación fue brillantísima y sorprendió por la rapidez e intensidad rítmica impuesta por el director con sus movimientos más bien lentos y delicados. Con qué fuerza  expresiva es capaz de responder esta orquesta a los gestos de ruso intelectual de Temirkanov. No estamos tan acostumbrados a oír este sonido en España, denso, pesado, magnéticamente ruso. El Concierto para arpa y orquesta en mi bemol mayor de Reinhold Glière fue interpretado con inusitada madurez por el arpista Xavier de Maistre, joven pero ya reconocido intérprete que dejó musicalidad y virtuosismo en un instrumento que no resulta fácil ver programado, pero que en esta velada encajó a la perfección con el color ruso general, siempre propenso a un lenguaje musical y propuesta interpretativa más conservadora que vanguardista. 

   De toda la velada, lo más representativo fue la Sinfonía patética de Tchaikovsky. No sé cuántas veces la habrá interpretado Temirkanov y tocado esta orquesta. Obviamente muchísimas. Hace años que venimos disfrutando de la versión de un Temirkanov más joven y enérgico, que se acerca a la obra con sabiduría y un estilo muy personal y distinguido, que tampoco rehúye la expresividad y aporta un cierto refinamiento a la partitura, más europeo que esencialmente ruso. No olvidemos que hablamos de Tchaikovsky. Se dejó oír a gusto la versión del director, apoyado con auténtica dedicación y fidelidad por los grandes músicos que componen esta orquesta gigantesca, de diez contrabajos. No fue la versión más precisa que hemos oído, pero sí una Patética de gran altura estética, llevada por la sabia mano de un director que conoce los pormenores de la partitura, capaz de demostrar desde su madurez interpretativa que, efectivamente, puede existir maestría sin trascendencia, pero nunca trascendencia sin maestría.

Fotografía: Marco Anelli

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