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Crítica: Teodor Currentzis lidera la «Tercera» de Mahler en la Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
14 de junio de 2023

«Según se retiraba la orquesta, una gran parte del público siguió aplaudiendo para que Currentzis saliera a saludar en solitario. No lo hizo. O mucho cambian las cosas, o será la última vez que le hayamos visto en una larga temporada»

Currentzis nos hipnotiza en su última actuación hasta que se levante el veto

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 11-VI-2023, Wiener Konzerthaus. Sinfonía n.º 3 en re menor, de Gustav Mahler. Utopia; Coro femenino de la Wiener Singakademie, Niños cantores de Viena; Wiebke Lehmkuhl [contralto]. Director musical: Teodor Currentzis.

   Independientemente de la opinión que se tenga del director greco-ruso Teodor Currentzis, ni sus más acérrimos detractores pueden negar la categoría de un músico que –afortunadamente– se sale de lo trillado, de la profunda mediocridad que invade las salas de conciertos, que estudia y disecciona las partituras como pocos al milímetro, y que tiene muy claro lo que nos quiere contar. Las discrepancias y las discusiones llegan después porque, obviamente, sus planteamientos no son –no pueden ser– del gusto de todos, funcionan mejor –a veces muy bien– o peor –a veces muy mal– según el tipo de repertorio, y es muy difícil mantener una equidistancia ante su figura. Te hipnotiza o te exaspera, te seduce o te enerva, lo amas o lo odias.

   Por si fuera poco, la invasión de Ucrania –o mejor, la ausencia hasta el momento de ningún comentario público por su parte condenándola– ha venido a exacerbar aun mas las posturas. Para sus detractores, que ya no se dirigen a él por su nombre sino como «el director financiado por Putin y Gazprom», es una cuestión más en su contra, mientras que muchos de sus –¿antiguos?– partidarios parece que empiezan a darle la espalda. Quizás el más importante, por su enorme significación, es Matthias Naske, el intendente del Konzerthaus, que hasta ahora había obviado ese silencio y que le había mantenido su apoyo sin eliminar ninguno de sus conciertos. Sin embargo, la próxima temporada, Currentzis, miembro honorario de la casa y desde hace varias temporadas uno de los pilares de su programación, no subirá a su escenario con ninguna de sus orquestas. El veto era previsible para su buque insignia, musicAeterna, la orquesta directamente financiada por varias instituciones rusas, y que ha desaparecido prácticamente de las programaciones occidentales. De hecho, su reciente «gira española» ha levantado feroces críticas por toda Europa donde no se ha entendido ese balón de oxígeno hacia uno de los buques insignia culturales rusos. Sin embargo, por el momento parecía que se salvaban tanto la Orquesta sinfónica de la SWR de Stuttgart, como su nuevo proyecto, Utopia, pero de momento, no será así.

   Aunque parece que el proyecto venía de antaño, y que la financiación no viene –aparentemente– de Rusia sino de Austria –la fundación Kunst und Kultur DM Privatstiftung– Utopia también tendrá casi todas las puertas cerradas. Y a la vista de lo que pudimos vivir ayer por la noche, será una verdadera lástima, ya que el nivel exhibido por la nueva orquesta fue muy alto. Con Utopia, Currentzis ha tratado de replicar lo que en su día hizo Claudio Abbado en Lucerna. Crear una orquesta con «lo mejor de lo mejor»: primeras espadas de 31 países distintos, que habitualmente tocan en 41 orquestas diferentes, y que se juntan un par de veces al año para proyectos concretos, donde no solo interpretarán música sinfónica sino también ópera o conjuntos de cámara. Hay dos características que deben cumplir: ser músicos de primer nivel y querer pertenecer a la «secta de Currentzis», donde son condiciones sine qua non la adhesión incondicional a la visión y a la forma de trabajar del líder, compartir sus principios creativos y musicales, y una energía a prueba de bombas. Por poner un ejemplo, también en esta orquesta, violines y violas tocan de pie.

   En esta segunda reunión, solo había una obra en el programa, pero ¡qué obra! La Tercera sinfonía de Gustav Mahler, la mas larga de las suyas y del repertorio habitual de las salas de conciertos. La primera sobre la que, a través de cartas a distintos familiares y amigos, hay testimonios directos del proceso de composición. Una obra eminentemente descriptiva donde a través de sus seis movimientos, el mundo despierta, y con él, el verano –1.er movimiento–, las flores de la pradera –2.º y así–, los animales del bosque, el hombre, los ángeles y finalmente, en el 6.º y último, lo más grande: el amor. Un mundo fascinante y onírico donde una personalidad como la de Currentzis tiene mucho que decir. Tanto que por momentos, a algunos, las hojas no nos dejaron ver el bosque. La versión de Currentzis como siempre estuvo a caballo entre la irritación y la fascinación. Hasta tal punto que les confieso que al final del movimiento inicial estuve por levantarme e irme. Y sin embargo, me quedé, entré en lo que el griego nos propuso, y la sensación al final de la obra es la de haber asistido a una versión única e irrepetible, de las mas impactantes que recuerdo en una sala de conciertos.

   Currentzis le dio al movimiento inicial –a ese todo que despierta y a ese verano que avanza– lo que suele ser su impronta. Dinámicas y sonoridades llevadas al extremo, sobre todo en la gama baja. Todo lento, muy lento, y todo piano, casi pianísimo. Las melodías flotaban más que fluían, de manera casi imperceptible. Por momentos parecía eliminar cualquier atisbo de brillantez, como buscando algo mate y etéreo que en los grandes tutti y en el imponente final contrastara más aun de lo que Mahler dejó escrito. El impacto fue brutal, aunque en parte a costa de que las frases que emanaban de las cuerdas quedaran desdibujadas, y que a veces costara seguir el discurso musical –superó de largo los 35 minutos–. ¿Aquello era Mahler o era Currentzis? Por momentos me vino a la mente la famosa anécdota de la conversación entre un Maurice Ravel bastante molesto con lo que había presenciado y un Arturo Toscanini obviamente seguro de sí mismo: «una vez compuse algo parecido a lo que usted interpreta» le espetó el vasco al italiano; «Sí, pero el mío tiene mucho mas éxito», le contestó este.

   Este planteamiento, que en mi modo de entender la obra, falla –o en ese momento fallaba– de cabo a rabo en el colosal movimiento inicial, empieza –y esta noche empezó– a coger sentido en el Tempo di minuetto y sobre todo en el Scherzo, movimientos donde este juego funciona mucho mejor –lo que tanto las flores del prado como los animales del bosque me enseñan–. Ahí, en ese mundo onírico, surge el Currentzis narrador, el que que cincela cada frase con precisión de orfebre, que no deja de mostrarnos todos y cada uno de los detalles, de los matices, de ese despertar de la naturaleza que Mahler describe hasta el límite. La interpretación cogía sentido por momentos y el punto de inflexión fue el excepcional solo de trompa del trío, hecho desde fuera del escenario con la corneta de posta a un tempo otra vez muy lento –con un riesgo tremendo para el solista– y que desató momentos de intensa emoción. A partir de aquí abandonamos lo racional para sumergirnos en lo emocional. La contralto alemana Wiebke Lehmkuhl nos hizo tocar el cielo con su voz consistente, su expresión serena y su forma de delinear de manera lenta y misteriosa la «canción de medianoche» de Friedrich Nietzsche, acompañada de manera soberbia por el oboe y el resto de la orquesta. En el celestial «bimm bamm» se sumaron a la orgía sonora el coro femenino del Wiener Singakademie y los Niños cantores de Viena. El gran movimiento final empezó de manera imponente. Currentzis siguió siendo él pero esta vez no a costa de Mahler. Las dinámicas volvieron a ampliarse pero esta vez la música fluía, nos arrastraba. En el precioso coral inicial, con su amplia y solemne línea melódica, pudimos disfrutar de unas cuerdas que ya no eran mate. De nuevo frases con un detalle tras otro, con una sonoridad tras otra, una emoción tras otra. Pero lo mejor estaba por llegar. La imponente coda final fue de no creer, graduada con mano firme, con toda la orquesta entregada, con la solemnidad que traspira y con la emoción a flor de piel.

   El público, que normalmente en esta sala guarda la compostura, estalló tras el acorde final. Bravos por momentos histéricos llegaron del anfiteatro superior casi sin darnos tiempo a liberar la tensión acumulada. En cuestión de segundos el patio de butacas se puso en pie sin dejar de aplaudir y aclamar. Los músicos no esperaron al final y se abrazaban entre ellos con evidentes gestos de satisfacción, con la sensación del deber cumplido. Aquí surgió de nuevo el Currentzis iconoclasta, aunque mucho mas comedido que en ocasiones anteriores. Fue sacando al borde del escenario a los distintos solistas, como si estuviéramos en una función de ópera. Saludó, abrazó y besó a unos y a otros. Según se retiraba la orquesta, una gran parte del público siguió aplaudiendo para que saliera a saludar en solitario. No lo hizo. O mucho cambian las cosas, o será la última vez que le hayamos visto en una larga temporada.

Fotografía: Nikita Chuntomov.

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