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Crítica: 'The Tempest' de Thomas Adès en la Staatsoper de Viena

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Autor: Alejandro Martínez
26 de junio de 2015

Por Alejandro Martínez

Viena. 21/06/2015. Wiener Staatsoper. Thomas Adès: The Tempest. Adrian Eröd (Prospero), Audrey Luna (Ariel), Thomas Ebenstein (Caliban), Stephanie Houtzeel (Miranda), David Daniels (Trinculo), Pavel Kolgarin (Ferdinand), Herbert Lippert (Rey de Nápoles), Jason Bridgees (Antonio), Dan Paul Dimitrescu (Stefano), David Pershall (Sebastian), Sorin Coliban (Gonzalo). Dirección musical: Thomas Adès. Dirección de escena: Robert Lepage.

   Desde los tiempos de Richard Strauss, ningún compositor se había puesto al mando de su propia partitura en la Staatsoper de Viena, hasta estas funciones de The Tempest con Thomas Adès (1971), que además se convertía en el primer compositor británico en dirigir en dicha casa. LA partitura en cuestión, la segunda ópera de Adès después de Powder her Face, se había estrenado ya en 2004, por encargo de la Royal Opera House de Londres y con un reparto de campanillas: Keenlyside, Bostridge, Langridge, Spence, Maltmann, Daszak, Rice, etc. El texto original de Shakespeare había sido ya inspiración para muchos otros compositores, y el propio Beethoven se llegó a plantear tomar sus líneas como sujeto para una composición. En el caso de Adès, éste no recurre al texto original sino a una adaptación muy particular, y a nuestro juicio muy cuestionable, rozando el ripio una y otra vez, que lleva la firma de Meredith Oakes. Adès de hecho atribuye buena parte de la inspiración de su partitura a la valía del libreto, que a nuestro parecer tiene momentos casi caricaturescos, al borde de lo risible y lo ridículo.

   La producción de Robert Lepage con la compañía Ex Machina es un encargo estrenado en 2012 y del que participan también el Met de Nueva York y la Ópera de Quebec. Llegaba ahora por primera vez a Viena, en el estreno aquí de la partitura, y lo cierto es que es de un gran atractivo, ayudando a la obra a ganar algunos enteros, allí donde la música flaquea de tanto en tanto. La citada compañía Ex Machina, por situarnos, vendría a ser en el mundo anglosajón lo que La Fura dels Baus en nuestro entorno. Su colaboración con Lepage da lugar a un trabajo ingenioso, en el que cada acto corresponde a una perspectiva distinta sobre una recreación del Teatro alla Scala de Milán, con multitud de resortes de luz y maquinaria teatral para convertir la representación en una sucesión de cuadros sorpresivos y ciertamente bien resueltos. Como sucede con los trabajos de la citada Fura, a menudo este tipo de enfoques se pierden en los detalles y olvidan la necesidad de conformar una dramaturgia coherente y con una consistencia de principio a fin. Sucede aquí lo mismo, pues más allá de lo ingenioso del planteamiento escenográfico no hay nada más que rascar.

   El extenso reparto tuvo muchos grises y pocos claros. El papel protagonista de Prospero estaba en manos de Adrian Eröd, un solista plausible y esforzado, con más oficio que talento si me apuran. La voz de la soprano Stephanie Houtzeel se dejaba oír con solvencia en la parte de Ariel, pero no deja de ser una solista discreta, por su material y por acentuación. El material chillón y casi irritante de Audrey Luna es exactamente lo que pide la parte de Ariel, que ciertamente borda también en su faceta escénica. El tenor Thomas Ebenstein no anduvo muy fino como Caliban, con una actuación histriónica y un timbre ingrato. No nos explicamos qué hacía David Daniels cantando una parte tan menor como la de Trinculo. Varios cantantes de la casa (Herbert Lippert, Jason Bridges, D. P. Dumitrescu, Sorin Coliban) completaban el cartel, prestando su habitual solvencia a la hora de resolver estas partes de comprimario.

   Por último, es forzoso indicar que la apuesta de Dominique Meyer por una programación no tan centrado en el gran repertorio del siglo XIX no hace demasiada fortuna entre el público, siendo ésta la representación, de cuantas hemos visto en Viena, con más huecos en el aforo.

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