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Crítica: Ton Koopman dirige la 'Misa en si menor' de Bach con la ONE

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Autor: Montserrat Ferrer
2 de enero de 2015

LA LUZ DE BACH 

Por Montserrat Ferrer
23/1/15. Madrid. Auditorio Nacional. Ciclo Sinfónico de la Orquesta y Coro Nacionales de España. TON KOOPMAN, DIRECTOR. MARÍA ESPADA, SOPRANO; BOGNA BARTOSZ, CONTRALTO; TILMAN LICHDI, TENOR; KLAUS MERTENS, BAJO.

   La Misa en si menor de J. S. Bach es una de las obras sinfónico-corales más emblemáticas del repertorio barroco, un proyecto que ocupó gran parte de la vida del compositor alemán, cuyas líneas melódicas conforman una magnificencia difícil descifrar. En la obra, cuatro solistas se alternan de manera simultánea a dúos y a solo con instrumentos seleccionados a conciencia y tratados camerísticamente de forma precisa y elaborada. Con la  superposición del coro a cinco voces y el recogido acompañamiento de la orquesta, que cumple un papel de sustento muy importante, estamos ante un trabajo inmenso, un proyecto de gran magnitud que en su momento no tuvo la valoración que hoy en día se le reconoce. La forma de organizar el material temático en las secciones de la misa recuerda a las grandes construcciones arquitectónicas góticas que, encauzadas por un trabajo minucioso, constituían un todo que, como un puzzle genial, acaba encajando perfectamente. 

   El pasado viernes 23 de enero de 2015, Ton Koopman, director musical del concierto y experto en la materia, nos ofreció a través de su trabajo y experiencia, una velada maravillosa que en ningún momento pecó de excesos ni de carencias estéticas. Enfocado desde la perspectiva historicista, nos hizo disfrutar a través de su galantería y dominio en la interpretación barroca. La sutileza y el ingenio que el director holandés desprende son cualidades que se vieron con claridad en el transcurso de la obra. A veces desde el órgano, acompañando algunas arias, y otras desde la tarima, sobre todo en las partes de coro y orquesta, ofreciendo una perspectiva interpretativa sobrecogedora.

   El discurso musical fluyó con facilidad desde el principio, aunque hemos de matizar el hecho de que a las sopranos primeras les costó adentrarse en el discurso. Llegado el Christe consiguieron empastarse con el resto del coro y a partir de ese momento el conjunto coral consiguió caminar de la mano durante el resto de la misa. Independientemente de ese pequeño detalle, la exposición del entramado corístico que demanda Bach a lo largo de la obra -muy difícil de entrelazar y cuadrar, debido a sus grandes fugas aplicadas y el equilibrio que exige entre las voces y la orquesta-, a través del trabajo de Miguel Ángel García Cañamero, director del coro nacional, fue espléndido. La magnificencia con la que el coro abarcó momentos como el Gloria o el final del Credo, supuso su consolidación.

   La orquesta del mismo modo puso el matiz de belleza que unificadó perfectamente el entramado sonoro, ante un público que, como viene siendo habitual, es incapaz de contener sus comentarios y tosidos entre fragmento y fragmento. Destacar la intervención del oboísta Víctor Manuel Anchel, que acompañando el aria de contralto que incluye el Gloria bajo el título Qui sedes ad dexteram Patris, interpretada espléndidamente por Bogna Bartosz. El timbre del oboe d’amore supo fusionarse delicadamente para crear un dúo que no podría haber estado mejor equilibrado.

  Subrayar también el trabajo del bajo Klaus Mertens, eminencia en el campo barroco y sobre todo en la obra de J. S. Bach. El cantante alemán estuvo extraordinario en todas sus intervenciones y supo clarificar el concepto barroco en todas ellas, especialmente en el aria que ofrece el Credo, casi al final de su exposición -Et in Spiritum Sanctum Dominum-. Acompañado nuevamente por el timbre de los oboes, fue la guinda que culminó con la primera parte del concierto. 

   La voz de María Espada destacó por su belleza tímbrica,  pero a nuestro parecer no estuvo acertada en el desarrollo de las arias en las que intervino. El volumen  no estuvo controlado en apenas ninguno de los dúos que realizó, sobre todo con la contralto. Otro detalle que se puede anotar es que, por la altura de la voz de soprano, los finales de las frases y de la vocalización han de cuidarse de forma concisa. Intentar no cortar los arcos melódicos es difícil y María Espada, ya fuera por la necesidad de respirar en algunas frases o por otro motivo, perdió precisión en dichos momentos, pormenores que nunca impidieron una espléndida interpretación del papel de soprano I. Mejor suerte gozó el tenor Tilman Lichdi quien, durante la segunda parte del concierto, interpretó acertadamente el Benedictus -acompañado por la flauta travesera de José Sotorres-, haciendo gala de una voz de bello timbre oscuro. 

Foto: Camille Schelstraete

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