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CRÍTICA: WILLIAM CHRISTIE Y LES ARTS FLORISSANTS EN EL AUDITORIO NACIONAL. Por Hugo Cachero

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Autor: Hugo Cachero
27 de octubre de 2013
Foto: Julien Mignot
LE JARDIN DE MONSIEUR CHRISTIE

Madrid. 20/10/13. CNDM. Auditorio Nacional. Obas de Rameau, Dauvergne, Gluck, Campra, Montéclair y Grandval. Les Arts Florissants. Daniela Skorda (soprano). Emilie Renard (mezzosoprano). Benedetta Mazzucato (mezzosoprano). Zachary Wilder (tenor). Victor Sicard (barítono). Cyril Costanzo (bajo). William Christie, director.

   William Christie, con las manos unidas (ha dejado de dirigir), mirando con expresión embelesada y orgullo a los jóvenes cantantes que en ese momento ofrecen el hermosísimo Tendre Amour de Rameau. Quizás sea ésta la imagen más significativa del concierto del pasado día de 20 de octubre en el Auditorio Nacional de Madrid, encuadrado en el Ciclo Universo Barroco, que apenas comenzado esperamos nos ofrezca grandes tardes durante esta temporada; todas sean como esta.
   Le Jardin des Voix es una iniciativa de Les Arts Florissants, una "academia" destinada a la formación de cantantes en el campo barroco que tiene lugar cada dos años y llega en 2013 a su sexta edición, de la que se derivan toda una serie de conciertos donde los alumnos pueden darse a conocer. El programa en esta ocasión se configura en torno a Rameau con una colección de arias y conjuntos, interpretados sin solución de continuidad y formando una especie de hilo narrativo; en la primera parte, acompañando a Rameau, Montéclair, Dauvergne, Racot de Grandval y Gluck; la segunda, con mayor peso del compositor de Dijon, cuenta además con Andre Campra y su L'Europa Galante (de tantos ecos hoy en el panorama barroco al prestar su nombre al grupo de Fabio Biondi). Programa magníficamente escogido y engarzado, resultó variado (con aportaciones de cantantas, Ópera-ballet, Tragédie Lyrique y oratorio), en ocasiones sorprendente y delicioso en definitiva.
   No ha sido casual comenzar esta crónica precisamente haciendo referencia a William Christie, figura trascendental e histórica, auténtico mito ya, que en 1979 fundara Les Arts Florissants de cuya importancia hablan no solo las innumerables grabaciones referenciales que han realizado, sino la impresionante nómina de grandes directores barrocos actuales que pasaron en su día por el conjunto, como Mark Minkowski, Christophe Rousset o Hervé Niquet. Un auténtico acontecimiento, pues, cada ocasión de poder disfrutar en directo del francés (nacido americano), que por suerte, como quedó demostrado, a pesar de su edad (acaricia los 70 años)  sigue en plena forma y luce energía y movilidad envidiables. Su labor y la de los músicos, como extensión de sí mismo (cabeza y miembros del mismo ser) solo puede calificarse de perfecta; aunque esto se podría haber asegurado aún antes de comenzar el concierto; difícilmente se le podría poner algún pero a la labor en interpretación del barroco francés a quién, como quien dice, la ha inventado para los tiempos modernos. Un programa pensado para servir de catálogo de afectos donde también pudo lucir la orquesta en su labor de acompañamiento a los cantantes, como en el preludio "tormentoso" acompañado de efectos especiales del segundo acto de La Vénitienne de Dauvergne, o en los numerosos momentos de recogimiento amoroso. A destacar la percusión y las flautas dentro de una labor inapelable.

   La hornada de cantantes que presenta esta edición de Le Jardin des Voix incluye como es habitual un grupo internacional y representación de diferentes cuerdas (sorprende por cierto que se utilice en el programa de mano la denominación italiana para las mismas, en vez de la tradicional francesa), con resultado desigual en lo vocal. Pero antes de referirse a este aspecto conviene hacer mencion a la mise-en-scène ofrecida, auténtica semiescenificación, donde los cantantes en todo momento interpretan y se mueven por el escenario, interactuando y utilizando algunos elementos de atrezzo como una plataforma rectangular a la que se dan varios usos o máscaras y chalecos de colores en la segunda parte. Ya el inicio es toda una declaración de intenciones, cuando al salir retiran los atriles dispuestos en la parte frontal del escenario, lanzando las partituras al aire mientras cantan Rions sans cesse / Pendant la jeunesse / Que la Raison / Attende sa saison. Gran trabajo en este sentido, que se encuentra ya rodado y con el que los intérpretes, y es algo que se nota inmediatamente, se divierten; y divierten, contribuyendo a ofrecer un espectáculo dinámico y completo.
      Ya en la parte estrictamente vocal, igualmente intachables los números de conjunto, duos, trios, cuartetos o coros con tutti, que supusieron una parte importantísima del total; desde las partes más comprometidas, sin acompañamiento instrumental (Ah! Loin de rire y Réveillez-vous, dormeur) al ya comentado Tendre Amour de Les Indes Galantes o el coro final Chantez, célebrez la victorie de Les Surprises de L'Amour, todos ellos de Rameau.
   De los seis intérpretes el que mejor impresión causa es el barítono francés Victor Sicard, con una voz de timbre bellísimo y noble que destacó sobre todo en el aria de Dardanus: Monstre affreux, creando uno de los momentos mágicos de la velada; le auguramos recorrido (con lo arriesgado que es siempre asegurar esto) y habrá que seguirle con interés; como habrá que seguir también a la italiana Benedetta Mazzucato, de los seis la voz con mayor volumen, que aunque no resultó la más beneficiada en las intervenciones solistas que le tocaron en suerte supo plasmar toda la fuerza dramática de Quels doux concerts de Hippolyte et Aricie, y destacó igualmente dentro de la selección de L'Europe Galante con su aria Quel fueste coup; anunciada como mezzosoprano, diríamos que es más bien soprano corta. Más mezzo es Emilie Renar, procedente del Reino Unido, que tuvo la suerte de tener en su parte una selección de la cantata de Racot de Grandel Rien du tout, un descubrimiento encantador, pieza metamusical en la que se van sucediendo fragmentos de diferente carácter (trágico, cómico, de furia...) que permitieron su lucimiento en la versatilidad y poner de manifiesto sus notables dotes de actriz (por cierto, maneras que recordaron, y también ella físicamente, de una forma sorprendente, a Natalie Dessay aunque nada tienen que ver en lo vocal); los primeros aplausos individuales de la tarde fueron para la británica. La soprano israelí Daniela Skorda, por su parte, también contó con momentos de lucimiento, sobre todo en la primera parte el aria Quelle voix suspend mes alarmes de Hercule Mourant, y en la segunda su participación en Les Fêtes d'Hébé, mejor no obstante en el canto sostenuto que en las coloratura de la arieta Fuis, porte ailleurs tes fureurs; buena cantante, pero sin una personalidad tímbrica destacable. Menos interesantes me parecieron el resto de cantantes, empezando por el estadounidense Zachary Wilder, representante de esa vocalidad tan genuinamente francesa que es la de haute-contre, en el que las peculiaridades de emisión implícitas a la vocalidad no ocultan problemas en la zona aguda; no consiguió por tanto sacarle todo el partido debido a su mejor momento, el Hâtons-nous, courons à la gloire de Dardanus. Finalmente, el bajo Cyril Costanzo, procedente de Francia, lució una voz nunca del todo liberada, solamente suelta en la zona aguda, que se iba haciendo menos audible conforme se acercaba a las notas más graves (lo que permite poner en duda su condición totalmente "natural" de bajo); lástima que sus medios no le permitieran un mayo lucimiento puesto que contaba además, como en el caso de Emilie Renar, con una pieza muy apropiada para ello, la cómica La Vénitienne de la que se ofrecieron hasta tres arias.

   Con todo ello, gran éxito final con el público puesto en pie (público que debemos señalar llenaba la sala con en torno al 80-90% de ocupación, incluida la zona posterior del escenario), que fue agraciado por los intérpretes con dos bises. Permítaseme que termine como empecé, rindiendo homenaje al artífice principal, el jardinero de este feraz jardin que tantas flores y frutos ha ofrecido y promete para el futuro, el jardín de William Christie.
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