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Crítica: Lang Lang ofrece un simulacro del 'Cuarto concierto' de Beethoven con la Filarmónica de Nueva York

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
11 de octubre de 2016

DOS GRANDES VERSIONES NO HACEN OLVIDAR UNA TOMADURA DE PELO

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall  6/10/2016. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Christopher Martin (trompeta).LangLang (piano). Director musical: Alan Gilbert. Misterios del macabro, para trompeta y orquesta de György Ligeti. Concierto n°4 para piano y orquesta en Sol mayor de Ludwig van Beethoven. Música para cuerdas, percusión, y celesta de Béla Bartók.

   Son muchas la razones que los aficionados a la música tenemos para acercarnos a una sala de conciertos o a un teatro de ópera, y éstas no tienen por qué ser siempre las mismas. Unas veces vas porque te apetece ver una obra raramente programada, otras al contrario porque es una ópera o una sinfonía de tus favoritas, en general porque tienes la expectativa de disfrutar con la representación. Entre todas ellas, la visita de una orquesta importante o un solista de prestigio suelen ser un acicate y te predispone a vivir una experiencia importante, a veces única.

   Con este programa de la NYPO, el tercero de su temporada, estuve dudando hasta el último momento si ir o no. La oportunidad de ver una obra nueva extraída de “El gran macabro” de György Ligeti y asimismo, la de ver una de las grandes obras maestras del Siglo XX como la obra de Béla Bartók me impulsaban a ir. Me retraía la otra obra del programa, el Cuarto concierto para piano de Beethoven. Obviamente no por ella, sino por la presencia como solista del chino Lang Lang. El nuevo ídolo de masas es un pianista al que he visto varias veces desde su presentación en Madrid en 2005 en el Ciclo de piano de la Fundación Scherzo. Dotado de una de las técnicas más prodigiosas del panorama actual, entendiendo ésta como la capacidad de extraer del piano cualquier cosa que se proponga, sus actuaciones suelen estar rodeadas de polémica por sus versiones.

   En un mundo tendente a la globalización, y a tener lo mismo en cualquier sitio, la interpretación musical no iba a ser un caso aparte. Cada día vemos más músicos con un alto nivel técnico pero que parecen clones unos de otros. La personalidad inherente al artista suele brillar por su ausencia. Por tanto, cuando te encuentras con un artista que es capaz de darte una versión propia de una obra escuchada mil veces, que es capaz de galvanizarte y llevarte a su terreno, sueles acabar rendido a sus pies. Por supuesto suelen ser interpretaciones controvertidas, no al alcance ni al gusto de todos, pero estimulantes en cuanto a lo que significan. Encuentras ese momento único que te puede llevar al delirio. Por mucho que a veces se las critique, es necesario un tremendo amor por la música que tocas, comprenderla de principio a fin, y tener los medios y la inspiración necesarias para dar tu propia versión. Nombres tan dispares como Martha Argerich, Pierre-Laurent Aimard,  Ivo Pogorelich o en otro ámbito Uri Caine, nos vienen a la mente cuando pensamos en este tipo de artistas.

   Sin embargo, cuando planteas una versión muy personal y te falta algo de lo anterior, corres el riesgo de caer en el esperpento, en lo grotesco. Lamentablemente, la noche del jueves fue uno de esos casos. Ni en la peor de mis pesadillas pude imaginar lo que se nos iba a venir encima. Los suaves acordes de los primeros cinco compases del Concierto en sol mayor, seguidos por la repetición y el desarrollo del tema inicial por la orquesta, fueron la única música de Beethoven que escuchamos en los dos primeros movimientos del mismo. Desde la segunda entrada del piano, Lang Lang nos obsequió con una suerte de frases inconexas que tenía muy poco del compositor de Bonn. Ahora en forte presto, después en lento delicado, un ritardando en pianísimo por aquí, un ataque en fortísimo por allá. Todo el discurso musical se perdía en una sucesión de caprichos difíciles de articular como un todo. Cuando llegamos a la cadenza, la atacó por fin con sentido pero tras siete u ocho compases donde creó algo de atmósfera, volvió a los cambios de tempo prácticamente en cada frase, con lo que el discurso beethoveniano volvió a esfumarse.

   El andante con moto posterior, decidió cambiarlo a un tempo lento con una pulsación en pianísimo, rota en ciertas frases por fortes poderosos que añadían confusión a la lectura y que terminaron por aburrirnos. El rondó final, al menos en su primera parte, pareció tener algo más de sentido, pero para ese momento, nuestra cabeza estaba ya en otro sitio, esperando que el suplicio terminara pronto. No tengo explicación para describirlo pero oLangLang no ama la música de Beethoven, o no la comprende, o este humilde crítico no entendió absolutamente nada. Mi sensación es que fue una auténtica tomadura de pelo. Por su parte, orquesta y director hicieron lo que pudieron para evitar la catástrofe, pero el mal ya estaba hecho.

   Lo peor de todo, es que cuando dentro de unos años recuerde este concierto, lo primero que me vendrá a la cabeza será la pantomima del pianista chino, injusto a todas luces porque tanto antes como después, la NYPO con Alan Gilbert a la batuta nos dio grandes versiones de las obras de Ligeti y Bartok.

   El concierto arrancó con los Misterios del macabro, una obra de unos diez minutosde duración que en realidad es un extracto de las tres arias principales para soprano coloratura (el personaje de Gepopo) de su ópera “El gran macabro”. Hay una versión para soprano, y otra para trompeta. Ésta última es la que interpretó Christopher Martin, el nuevo solista de la orquesta. Dado el origen operístico de la  pieza, hay un cierto componente escénico al que se sumaron Alan Gilbert y sus compañeros. El director salió a escena con cara de sorpresa, como buscando al interprete. Como no estaba, levantó a la orquesta y ese momento llegó corriendo el Sr. Martin. En la obra hay siseos, susurros y gritos, y un trabajo complejo para la trompeta que exprime toda su gama dinámica. La obra, divertida y compleja a la vez, fue como un soplo de aire fresco interpretado con primor por todos.

   Tras el descanso llegó el turno de una de las grandes obras del Siglo XX. La Música para cuerdas, percusión y celesta del húngaro BélaBartók. Encargada por el director y mecenas suizo Paul Sacher, fue estrenada por su orquesta en Basilea a principios de 1937, y ese mismo año llegó a los atriles de la NYPO con John Barbirolli en el podio. Ha sido interpretada por batutas señeras como Leonard Bernstein, Pierre Boulez, Rafael Kubelik o Esa-Pekka Salonen.

   Alan Gilbert nos dio una visión directa de la obra, algo seca, trabajando sobre todo los múltiples ritmos diferentes. El andante inicial fue iniciado con calma, construyendo cuidadosamente el clímax central aunque echamos de menos algo más de misterio y evocación. El allegro posterior fue excelente. Gilbert adoptó tempi rápidos y la orquesta respondió con un alto nivel de virtuosismo y con brillantez. Los ritmos sincopados fueron claros y precisos, se resaltó todos los juegos de piano y percusión, y los pizzicatos fueron de quitar el hipo. El tercer movimiento, una suerte de nocturno, tuvo la intensidad necesaria, y el allegro final fue un digno colofón de una versión dura, virtuosísima, dicha con convicción, respetuosa con la partitura y que gustara más o menos a cada uno, pero que fue irreprochable y honesta cien por cien. La orquesta respondió con la elegancia y el buen sonido habitual.

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