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Crítica: Leonidas Kavakos debuta como director con la Filarmónica de Nueva York

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
3 de noviembre de 2016

"Es difícil predecir el futuro pero por lo que vimos el jueves, Kavakos puede ser también un director de orquesta interesante"

¿SERÁ CAPAZ UN SOLISTA EXTRAORDINARIO DE CONVERTIRSE EN UN GRAN DIRECTOR?

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall  20/10/2016. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Leonidas Kavakos, violín y director musical. Concierto para violín y orquesta en Re menor, BWV 1052R de Juan Sebastian Bach (reconstruido por W. Fischer). Berceuse élégiaque, Op. 42 de Ferruccio Busoni. Sinfonía n° 2 en Do mayor, Op. 61 de Robert Schumann.

   Leonidas Kavakos, el actual artista residente de la NYPO, es ya un viejo conocido de los aficionados. Desde su debut hace doce años en la temporada de la orquesta, ha interpretado muchos de los grandes conciertos para violín del repertorio. Como artista residente, este año ofrecerá cuatrosesiones muy diferentes entre sí. En marzo estrenará el nuevo concierto para violín de la interesantísima compositora Lera Auerbach. Un mes antes dará un recital junto a Yuja Wang. El tercero será en mayo cuando tocará el concierto de Brahms y el cuarto, éste que vamos a comentar, donde junto a la interpretación de uno de los Conciertos de Johann Sebastian Bach, debuta como director con la orquesta.

   Kavakos lleva varios años compaginando el violín con la dirección orquestal. A su primera relación estable con la Camerata de Salzburgo, ha seguido en años recientes su debut como director con orquestas tan importantes como las Sinfónicas de Londres, Boston o Viena, la del Maggio Musicale Fiorentino o la Deutsches Symphonie-Orchester Berlin. Como siempre en estos casos, no hay garantía de éxito y siempre se corre el riesgo de perder un solista extraordinariopara conseguir un director mediocre. Es difícil predecir el futuro pero por lo que vimos el jueves, Kavakos puede ser también un director de orquesta interesante.

   El programa fue algo ecléctico, con una obra barroca, una post-romántica y otra plenamente romántica. La primera obra fue el Concierto para violín y orquesta en Re menor de Johann Sebastian Bach. Compuesto probablemente hacia 1715, al final de su época de Weimar, fue auto transcrito para clavicémbalo a mediados de los años 30, cuando el compositor ya estaba en Leipzig. En 1970, el director, pedagogo y musicólogo alemán Wilfried Fischer lo reconstruyó en su versión original para violín.

   Leonidas Kavakos planteó la obra con una orquesta de cámara, la tocó con criterios historicistas, pero con instrumentos modernos. Buscó la ligereza, la agilidad y la viveza que deben respetarse en la música barroca pero con el sonido cálido, luminoso y brillante de los instrumentos actuales. Redujo la orquesta a solo veinte instrumentos, dieciocho cuerdas, el clavecín que hizo el bajo continuo y el propio violín solista. Para achicar el escenario y evitar la pérdida de sonido en una sala de conciertos enorme como la del Lincoln Center, colocó varios paneles por detrás de la orquesta. Además, eliminó todo atisbo de interpretación romántica de su propio violín. Un músico del que en innumerables ocasiones hemos alabado su poderío, y su sonido pleno y arrebatador, en esta ocasión se limitó a resaltar la transparencia de su instrumento, integrándose como uno más del grupo.El estilo barroco fue irreprochable y la orquesta tocó también con una claridad meridiana, consiguiendo entre todos una versión modélica.

   La segunda obra fue una de las que lamentablemente es difícil oír en una sala de concierto. La Berceuse élégiaque del compositor italiano Ferruccio Busoni. Virtuoso del piano y uno de los músicos más famosos de su tiempo, concibió esta obra para piano solo. Un año después la reescribió y orquestó como homenaje a su madre, fallecida el 3 de octubre de 1909. Terminó la composición en Londres y consiguió que Sir Henry Wood la tocara en un ensayo para poder escuchar cómo sonaba con la orquesta. Contento con el resultado, accedió a publicarla. El estreno fue el 21 de febrero de 1911 en el Carnegie Hall en un concierto histórico. Gustav Mahler, con una fuerte infección de garganta y una fiebre cercana a los 40°, dirigió a la Orquesta Filarmónica de Nueva York en lo que fue su último concierto. Muy enfermo, nunca más volvió a dirigir y tras unas semanas en la cama, se embarcó para Europa donde moriría dos meses y medio después.

   Kavakos nos dio una interpretación tranquila y cuidada, donde sacó a relucir el tono poético y misterioso de la pieza. Las cuerdas crearon la base orquestal necesaria para que maderas y trompas desplegaran las melodías delicadas y seductoras de la pieza. Excelentes el dialogo concertino-celesta y el final con el sonido del gong flotando sobre contrabajos y celesta.

   La segunda parte se consagró a la Sinfonía en Do mayor de Robert Schumann. La aproximación de Kavakos a la sinfonía fue claramente romántica, impulsiva, más pendiente del fondo que de la forma. Tanto el Allegro inicial como el Scherzo fueron directos, vehementes, aunque poco pulidos y con algunos desajustes, pero te ganaban por la verdad que desprendían. La orquesta, con su sonido brillante y el fraseo ejemplar marca de la casa, estuvo inmensa. El único punto débil de la interpretación fue el Adagio espressivo posterior, delicado y algo insustancial, al que le faltó la más expresividad. El Allegro final por contra, estuvo mucho más conseguido. Volvieron el vigor y la energía iniciales, el sonido de la orquesta fue relumbrante y profundo, y en este caso el trazo fue más fino, mejor delineado, con transiciones intensas,más precisas y con mayor hondura en las frases, que desembocaron en un clímax previo a la coda, impactante y perfectamente construido. En ésta, iniciada con calma y seguridad, construida paso a pasocon el sonido cálido de toda la orquesta, Kavakos fue capaz de extraer todo lo que la orquesta es capaz de dar.

   Gran versión de un músico al que todavía le faltan tablas en el podio, pero que con personalidad y musicalidad innatas puede tener mucho que decir. A destacar como captó en cada obra el estilo preciso, lo que no siempre es fácil cuando tienes ante ti obras de periodos tan dispares. Dirigió sin partitura y me llamó la atención que un músico tan hierático como suele ser él al violín, en el podio dirigiera con un gesto algo desgarbado, y en general poco preciso. Pero es evidente que fue capaz de sacar adelante su propuesta y que los músicos sí le entendieron y siguieron. Personalmente le prefiero con un violín que con una batuta en la mano, pero le veo capaz de hacer carrera también en la dirección.  

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