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Crítica: «Metropolis», de Fritz Lang, con música en directo a cargo de la Orquesta Nacional de España y Nacho Paz

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Autor: Mario Guada
8 de octubre de 2018

La Orquesta Nacional de España y Nacho de Paz vuelven a colaborar en un proyecto que aúna el séptimo arte y la música, ofreciendo una versión vigorosa y bien trabajada de la obra de Huppertz, logrando aportar una extraordinaria dimensión expresiva al genial filme de Lang.

Esfuerzos titánicos, merecidas recompensas

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 06-X-2018. Auditorio Nacional de Música. Metropolis, de Fritz Lang, con música original en directo de Gottfried Huppertz [Serie Cine y música]. Orquesta Nacional de España | Nacho de Paz.

   En la era de lo audiovisual, mezclar cine y música en directo parece una idea brillante, un éxito seguro. La Orquesta y Coro Nacionales de España [OCNE] –siguiendo la estela de la ABAO– parecen haberse dado cuenta de ello y por eso llevan tiempo programando, dentro de su temporada musical, espectáculos en los que una proyección cinematográfica lleva consigo la versión en directo de la música –original o no– del propio filme. Tras el arrollador éxito de la temporada pasada con el Nosferatu de Murnau, y música de Sánchez-Verdú –experiencia que ya narramos en CODALARIO–, el experimento ha continuado por la senda del magnético expresionismo alemán, en esta ocasión con otro de esos filmes de culto: Metropolis, obra maestra del vienés Fritz Lang, con guion propio y de su esposa Thea von Harbou. Poco puede decirse de la inteligencia superlativa y lo visionario de este ejemplo monumental del séptimo arte –dejemos hablar de cine a los especialistas en ello–, pero sí se hace necesario apuntar que los asistentes tuvimos la oportunidad de disfrutar del visionado completo del metraje original, magníficamente restaurada en 2010 por el Friedrich-Wilhelm-Murnau-Stiftung, tras varios años en los que esta versión extendida se creía perdida, la cual pudo ser completada gracias a este metraje extra encontrado en Buenos Aires en 2008. Un añadido de treinta minutos extra para un total de ciento cuarenta y cinco minutos gloriosos, en un trabajo absolutamente metódico y modélico de esta institución, que está devolviendo el lustre original a decenas del filme del expresionismo alemán y otros movimientos del pasado siglo, para que puedan ser disfrutados en todo su esplendor en el XXI.

   Por su parte, la partitura original de 1927 ha podido interpretarse gracias al trabajo de edición del European Filmphilharmonic Institute, que elaboró una flamante edición nueva para 2010. La música de Gottfried Huppertz es absolutamente descomunal, logrando permanentemente aportar un punto extra a la imagen, resultando siempre pictórica y descriptiva de forma brillante, ahondando con una eficacia apabullante cada sensación sugerida por la imagen. No es solo la inteligencia de Huppertz para elaborar en la partitura elementos de falsa diégesis sonora –algo en cierta manera básico para un compositor cinematográfico–, sino su genialidad para elevar de música incidental a casi un drama wagneriano su partitura, con una escritura postromántica de gran calado, una orquestación grandilocuente y muy bien equilibrada, y sobre todo haciendo un uso –no extremadamente refinado, pero sí absolutamente efectivo– del leitmotiv. A uno le queda claro que los diferentes temas que aparecen de forma recurrente –los del «amor», «los niños», «el funesto destino», «las máquinas»… (por ponerles nombre), incluso las brillantes citas que elabora sobre la célebre secuencia gregoriana Dies iræ y la no menos célebre Marsellesa [Allons enfants de la Patrie]– tienen un significado expositivo y necesario en el desarrollo de la historia. El resultado termina casi por convertirse en un brillante ejemplo del Gesamtkunstwerk wagneriano, en el que sin duda el aporte musical resulta indefectiblemente definitivo.

   La obra de Huppertz supone un tour de force para la orquesta –realmente lo es; no muchas composiciones del repertorio habitual de una orquesta de este tipo suponen una exigencia física tan intensa–, que apenas dispone de cuatro silencios de unos pocos segundos en todo el metraje, por lo que se hizo necesario un receso tras los primeros noventa minutos de película, para afrontar los cincuenta y cinco restantes con el mismo nivel. Puede decirse que los miembros de la Orquesta Nacional de España se dejaron absolutamente la piel sobre la escena, pues me consta que para muchos de ellos supuso un esfuerzo –tanto en los ensayos previos como el día de función– realmente importante. Sonido contundente, vigoroso, bien pulimentado sobre una refinada sección de cuerda –con algunas breves, pero bellas intervenciones solistas de su concertino– que sirvió de firme sostén sobre el que erigir este monumento orquestal. Gran trabajo en este sentido de la cuerda grave, de sonido poderoso, pero articulación elegante y delicada en muchos momentos –algunos de ellos de una escritura realmente lírica–. Mención especial merecen los solistas de la sección de viento madera, que aglutinó la mayor parte de los momentos solísticos más hermosos y comprometidos, los cuales fueron solventados de forma brillante por oboes, clarinetes, flautas o saxofones. Y, por supuesto, en una partitura como este, no podemos olvidarnos de la apabullante sección del viento metal, que aporta la luminosidad, el belicismo y la premonición a la composición. Magníficamente elaborada aquí por todos los miembros de la OCNE, en cuya escritura poderosa y sin cortapisas parecieron sentirse realmente cómodos. Necesario también se hace hablar de la nutrida percusión, sin duda la sección con una mayor exigencia a nivel de sincronización entre la imagen y el sonido, que sin duda obtuvo una respuesta muy positiva y exitosa por partes de los percusionistas de la ONE. Mención especial merece el aporte organístico de Daniel Oyarzábal, que supo regalar pasajes de suma calidez –con ese momento a solo en el entreacto–, con otros de inmenso sonido, que sin embargo se imbricó de manera magistralmente simbiótica con el tutti orquestal.

   Por supuesto, nada de ello podría haber sido posible sin una mente clarividente en estos asuntos como la de Nacho de Paz, absolutamente entregado a la causa y un apasionado de este tipo de espectáculos interdisciplinares. Ya lo he señalado anteriormente, pero de Paz debe ser contemplado como uno de los grandes directores españoles de la actualidad en el campo de la música contemporánea –aunque esto quede lejos del terreno compositivo en el que suele moverse habitualmente con obras de estreno–. Su gesto resulta totalmente clarificador –algo no tan habitual en el mundo de la dirección orquestal–, su entrega absolutamente inspiradora y su concepción musical magistralmente concebida. La pulcritud del trabajo pudo atisbarse desde lo más evidente –la exactitud, en muchas ocasiones perfecta, de la sincronización música-imagen– hasta lo más intrincado –balance entre las partes orquestales, tratamiento temático, concepción estructural de la composición, aporte al aspecto expresivo y dramático de la partitura–. En definitiva, un lujo musical que ayudó, y mucho, al disfrute superlativo de un espectáculo global como pocos pueden verse hoy día en esta fusión de cine y música.

   Lástima que un mayor público no acompañase esta jornada –extrañamente, dado que Metropolis es una película de culto, y este tipo de eventos suelen atraer a las masas, pues hubieran disfrutado de algo especial. Desde luego, la entrega fue total –algo que no siempre puede decirse de otras orquestas, ni en ocasiones de la propia OCNE–, y teniendo en cuenta la monumentalidad del esfuerzo, creo que la recompensa es bien merecida. Esperemos que continúen por esta senda, porque la unión cine-música y OCNE-de Paz sin duda depara momentos magníficos al panorama musical español.

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