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Crítica: Jakub Józef Orliński se estrena a solo en el «Universo Barroco» del CNDM

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Autor: Mario Guada
21 de enero de 2021

El contratenor polaco, unido a sus compatriotas historicistas, ofreció un recital en el que sus supuestas cualidades vocales brillaron por su ausencia, dando clara muestra de que se trata del producto comercial sobre el que lleva tiempo sobrevolando esa sospecha.

Pan y circo

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 17-I-201. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Eroi. Battaglia tra lo strumento e la voce. Obras de Antonio Vivaldi y George Frederic Handel. Jakub Józef Orliński [contratenor] • Il Giardino d’Amore | Stefan Plewniak [violín barroco y dirección].

…Desde hace tiempo –exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto–, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin, todo, ahora deja hacer y solo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo.

Décimo Junio Juvenal: Sátiras [X, libro IV, s. II].

   Vivimos en la era de la postverdad –sea lo que sea eso–, el impacto social a través de las redes sociales, la imagen, el marketing, los youtubers –sea lo que sea esto–, el comercio digital y un sinfín más de cuestiones que, en opinión de quien firma, no han hecho sino involucionar a la especie humana. ¿Cree alguien a estas alturas que esto no provoca un impacto por completo directo en el devenir del mundo cultural? ¿Alguien puede pensar que los espectáculos no se ven influidos absolutamente por estas y otras cuestiones? El siglo XXI es el del horror vacui y el de la superficialidad, el del vender por excelencia algo que con esfuerzo llegaría a la mediocridad más absoluta. No se sorprendan, vivimos engañados, y cuanto antes seamos conscientes de por lo que estamos pasando y por todo lo que vamos a tener que pasar en las décadas venideras, tanto mejor para la salud mental de todos.

   No es casual que el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] programe a un cantante como Jakub Józef Orliński cuando por su programación a lo largo de los últimos diez años no han pasado aún muchos de los verdaderamente grandes falsetistas del panorama –algunos nunca llegarán a pasar–. Si alguien quiere disfrutar de un rato de entretenimiento, que haga una búsqueda en la red de los enlaces que este joven cantante puede tener con la institución española, véanse agencias de representación y comunicación, discográficas y otros menos evidentes. La sorpresa puede ser mayúscula. No es una cuestión baladí, porque mientras las instituciones se preocupan, aparentemente, de lo que pasará en el futuro con el público de los conciertos, la verdadera cuestión es que la calidad de lo presentado sobre los escenarios ha pasado ya a un segundo o tercer plano. Pero «mientras guste al público», imagino deben pensar quienes están al frente de las programaciones nacionales, todo está bien. Y, a tenor de lo presenciado en la sala sinfónico del Auditorio Nacional el pasado domingo 17, al público le gusta lo que ve, por muchos que algunos otros –no fue el único, para aquellos que puedan achacarme un gusto rancio– pudieran permanecer perplejos en sus asientos al ver la desproporcionada reacción del «respetable» ante una actuación que, como mínimo, debería tildarse de ramplona. Eso sí, espectáculo hubo mucho, y de toda índole.

   Si Warner Music –una de las grandes potencias detrás de la figura de este cantante polaco– continúa empeñada a aupar hasta las más altas cotas a un cantante de cualidades canoras –al menos en este momento– en absoluto especiales, pero con unos interesantes evidentemente postrados ante la imagen de un joven atractivo, millennial –sea lo que sea esto– y moderno, pensando que con esto acudirán más jóvenes a las salas, cabe desearles buena suerte. Basta con mirar los asistentes en este concierto. ¿Media de edad algo más baja? Sin duda. ¿Suficiente para asegurar la permanencia del público en los próximos años? Lo dudo. La [cruda] realidad, al menos en enero de 2021, es que Orliński es todavía un cantante discreto vocalmente, con proyección ad futurum, pero que se haría un flaco favor a sí mismo si se dejara deslumbrar por las mieles de este pronto –e inmerecido– éxito. Lo diré claramente: cualquier conocedor del panorama actual de los falsetistas podría citar al menos veinte cantantes más preparados y artísticamente de mucha mayor valía. Pero quizá no tiene los padrinos del polaco, ni su atractivo físico, ni su manejo de las RR.SS. Este es el mundo que estamos construyendo. Quien quiera participar del mismo, adelante. Conmigo no podrán contar para cantar falsas alabanzas de quien no las tiene. Menoscabar la calidad artística en pos de una búsqueda de supuestos nuevos públicos no es, ni por asomo, la solución necesaria en la tarea de hacer más accesible la música a los más jóvenes –un debate intenso el que sin duda cabe dedicar muchas reflexiones–.

   Pero vayamos a los detalles, para no quedarme únicamente en esta ristra de argumentos más o menos debatibles sin argumentos sólidos que puedan defenderlos. El programa, titulado Eroi. Battaglia tra lo strumento e la voce, consistió en un ir y venir entre arias y pasajes instrumentales firmados por dos de los grandes genios, no solo del XVIII europeo, sino de la historia de la música: Antonio Vivaldi (1678-1741) y George Frideric Handel (1685-1759). Para comenzar, el programa no resultó especialmente bien hilado, y si bien la alternancia entre momentos vocales y otros puramente instrumentales es habitual en este tipo de recitales concebidos para el lucimiento de uno o más solistas, aquí no resultó especialmente atractivo, quizá porque la temática estuvo en cierta forma cogida con pinzas, en tanto que algunos de los roles interpretados aquí no se corresponden con la tipología de héroes, al igual que las piezas instrumentales, si bien podrían considerarse heroicas por su carácter virtuosístico, poco más se les puede atribuir para concordar con el hilo conceptual que supuestamente forjó el programa.

   Para seguir, la vocalidad de Orliński es de todo menos heroica: falta mucho cuerpo, nobleza tímbrica y una capacidad suficientemente convincente en la coloratura como para encarnar ciertos roles. Quizá hubiera sido más interesante detenerse en estos y otros detalles de su capacidad interpretativa más allá de seleccionar un catálogo de arias que destacaran por su belleza y que pudieran servir al supuesto virtuosismo de voz. El aria inicial del recital [«A dispetto d’un volto ingrato», de Tamerlano, HWV 18], resultó un claro ejemplo de ello: evidentes desajustes en la afinación en el registro agudo, una coloratura que fluyó con muy poca soltura y convicción, registro agudo de notable inconsistencia, falta absoluta de homogeneidad entre registros, zona grave excesivamente obscura, con evidente engolamiento, cierto rastro de aire en el registro agudo, además de una notable falta de refinamiento en la emisión de las notas más brillantes. Tan solo la zona media apareció con fluidez y sin aditamentos extras. La proyección, es cierto, es bastante poderosa para lo que es habitual en este tipo de voces, y presenta una dicción muy cuidada. Pero apenas estos son los pocos puntos positivos de un cantante al que le queda todavía mucho recorrido para alzarse a la cúspide de los contratenores, como ya se está intentando hacer por quienes le respaldan. No convenció en la bravura, pero tampoco en las arias lentas más dramáticas, como en la hermosa «Torna sol per un momento», de la ópera Tolomeo, re d’Egitto, HWV 25, en la que hizo gala de una línea vocal casi blanquecina, carente de toda calidez, con una expresividad realmente limitada, mostrando más impostura que verdad, con un uso del trémolo incómodo; el agudo en la sección B del aria da capo sufrió de una falta de espacio considerable, aunque el propio da capo fue desarrollado con inteligencia, sin cargar las tintas en las ornamentaciones. En general la impostura escénica se impuso –como a lo largo de todo el concierto– a la convicción vocal.

   Más de lo mismo a lo largo del recital, en un vaivén poco interesante de arias de bravura frente a otras más dramáticas. Curioso comprobar hasta que punto todo está pensado en su actitud escénica. Un detalle, quizá menor, pero significativo: las arias de bravura se interpretaron con la chaqueta desabotonada, mientras que en las más lentas permaneció con ella abrochada. Gestos milimétricamente definidos para lograr un impacto que quizá debería lograrse con un mayor convencimiento en el aspecto vocal, al que le falta aún enorme profundidad en prácticamente todos los aspectos. Cabría preguntarse, por ejemplo, cómo es posible que el acompañamiento orquestal resultara dramáticamente mucho más impactante y sutil que la interpetación vocal en el aria «Stille amare» [Tolomeo, re d’Egitto].

   Por lo demás, mucha búsqueda de la diversidad visual, con los miembros de la orquesta en pie a lo largo de todo el concierto, su director, el violinista Stefan Plewniak, moviéndose entre ellos de manera permanente –y algo cargante, en mi opinión–, el propio contratenor dando vueltas sobre sí mismo, danzando de un lado para otro del escenario; juegos de luces, que se apagaban y encendían de manera bastante irritante, sin olvidar el detalle de sentarse todos los integrantes en el escenario para escenificar el aria «Sento in seno», de la ópera Giustino, RV 717 –solo de mandolina incluido en manos de Plewniak–, gesto al que todavía le estoy buscando su aportación escénico-musical. En definitiva, cargando las tintas en el tipo de recursos que parecen del gusto de una amplia parte del público, pero que por otro lado pueden resultar innecesarios para los que buscan algo de verdad y los aditamentos puramente necesarios sobre el escenario.

   Quizá lo más ofensivo del concierto resultó la actitud del propio Plewniak –al fin y al cabo, el bueno de Orliński parece más un joven que se ha dejado deslumbrar por la fama y que está viviendo el momento, aunque a marchas forzadas–, un violinista sin duda de talento, con posibilidades enormes y sobrados recursos técnicos para brindar apabullantes versiones, pero que sin embargo ha decidido tomar la senda de la banalidad y el esperpento. Calificar sus interpretaciones de circenses es quedarse corto. Y resulta una lástima, porque el trabajo de la sección de cuerda del conjunto que fundó y comanda desde 2012, Il Giardino d’Amore, mostró mimbres de exquisitez en diversos momentos. El sonido de los ocho violinistas, acompañados por dos violistas, resultó de refinada tersura, una sobresaliente limpidez incluso en los pasajes más complicados de defender, una afinación muy pulcra, además de un empaste y un equilibrio muy bien trabajados. Es un conjunto de enorme energía, en general muy bien construida sobre el sonido –algo que no es siempre común–, a pesar de que la visión impuesta para la música concertística de Vivaldi resulta, a estas alturas de la partitura, un tanto trasnochada –incluidos esos finales que pusiera de moda hace algunos años el Ensemble Matheus de J.C. Spinosi–. Auténtica lástima, como digo, porque el trabajo en el detalle de algunos aspectos, como acentos, planos sonoros, contrastes dinámicos o el trazo del aspecto rítmico estuvo muy bien delineado en gran parte del concierto. Sin embargo, Plewniak dedicó mayores esfuerzos a lucir su propuesta sobre un virtuosismo muy mal entendido, en el que cualquier aditamento escénico resultaba siempre bienvenido: giros, idas y venidas por el escenario, miradas al horizonte, gestos de cierta comicidad, zapateados en el suelo… Un repertorio enorme que podría ser asumible si el resultado musical fuese por completo convincente. No fue el caso. Al menos el 25% de las notas –a cada cual más rápida, lógicamente, en un intento bastante vacuo de demostrar virtuosismo– resultó audiblemente desafinada o desajustada en otros parámetros. Y cuando me refiero audiblemente, quiero decir que cualquier persona del público con el oído medianamente desarrollado pudo ser consciente de tales desajustes. En obras como el brillantísimo y muy exigente Concierto para violín en re mayor, «Il grosso mogul», RV 208 esto fue muy, muy evidente. Se ofrecieron movimientos sueltos, además, del Concierto para violín en mi menor, RV 273, el Concierto para violín en re menor, «Per Pisendel», RV 242 o el Concierto para violín en re mayor, RV 222 –maravillosa la ciaccona que se esconde tras su Andante, cuyos pasajes de cromatismos, por ejemplo, fueron brillantemente ejecutados–. Se le pueden atribuir algunos momentos buenos, por supuesto, como la fluidez de su mano izquierda en las escalas del concierto RV 273 o la ejecución bastante correcta de las dobles cuerdas [RV 242]. Pero ni siquiera en los movimientos lentos, como en el Grave recitativo del RV 208, aprovechó la oportunidad para mostrarse medianamente delicado, elegante y refinado en su línea instrumental –mucho más interesante, tanto en sonido como en expresión, resultó el acompañamiento de clave, violonchelo y tiorba–.

   La línea que separa la libertad interpretativa de la superficialidad es tan extraordinariamente fina, que traspasarla resulta excepcionalmente fácil. He aquí un claro ejemplo. La cadenza del Grosso mogul será recordada como una propuesta completamente ajena a la delicadeza y el refinamiento de una música en la que también cabe el virtuosismo, por supuesto, pero trabajado con inteligencia. Que, teniendo esas habilidades, prefiera verter más tiempo y esfuerzo en mostrarse al respetable con esa soberbia escénica me parece uno de los errores en el enfoque de la carrera de un instrumentista más tremendos que recuerdo.

   No quiero dejar de lado el reconocimiento a la parte del continuo de la orquesta, de lo más interesante en cuanto a solvencia, inteligencia y concepción de la interpretación a lo largo de la velada –aunque con algunos desajustes en ciertos momentos del concierto–, conformado por Katarzyna Cichoń [violonchelo barroco], Łukasz Madej [contrabajo], Ewa Mrowca-Kościukiewicz [clave] y Étienne Galletier [tiorba y guitarra barroca] –interesante ciertos destellos suyos en la tiorba, aunque resultó un tanto excesivo con el rasgueo en la guitarra–.

   Sensación general –al menos la de quien firma, no compartida por la mayoría, a tenor de las reacciones de buena parte del público a mi alrededor– de falta de gusto, de medianías, de mucho marketing, de querer imponer al público la excelencia cuando no es tal. Es este un asunto preocupante, tanto por la reacción del respetable como por el cariz que está tomando la programación musical en los últimos años hacia figuras de este tipo. Si Warner continúa empeñada en dar pábulo a estas jóvenes figuras por motivos ajenos a su propio talento musical, están en su pleno derecho, pero hay que permenecer fuertes en la denuncia por la deriva que el panorama musical está tomando. Desde luego, no sé de quien surgió la intención de este apoyo, pero están consiguiendo aupar a un joven al que le queda mucho recorrido, y a la par hacer más grande a Jaroussky –figura en la que, tal como parece, quieren convertir al joven Orliński–, que incluso en sus horas bajas en infinitamente más valioso, vocal e interpretativamente, que este contratenor polaco. Un plan por completo brillante...

Fotografías: Elvira Megías/CNDM.

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