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Crítica: Christophe Rousset dentro del XIV Festival Internacional 'Pórtico de Zamora'

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Autor: Mario Guada
6 de febrero de 2016

El clavecinista galo deslumbró la noche zamorana con un recital antológico de un siglo por la música para tecla de la Alemania barroca.

DESDE EL TECLADO A LA INMENISDAD

Por Mario Guada
Zamora. 5/III/2016 | 22:30. Iglesia de San Cipriano. Festival Internacional de Música «Pórtico de Zamora». Entradas 15 €uros. Antología de la música alemana. Obras Johan Jakob Froberger, Johann Kuhnau, Georg Böhm, Johann Sebastian Bach y Carl Philipp Emanuel Bach.

   Todavía nos estábamos reponiendo de lo vivido en el concierto precedente –todavía resuenan esos madrigales monteverdianos en la sede central del Pórtico–, cuando se presentó ante nosotros otro de esos conciertos realmente esperado. No tiene uno en España la posibilidad de tener ante sí a una figura del calibre de Christophe Rousset, clavecinista y director francés, que desde hace décadas es uno de los estandartes de la interpretación histórica en todo el mundo. Y menos aún se tiene la oportunidad de escucharle interpretar un programa competo dedicado a la música para clave alemana desde mediados del siglo XVII, hasta el mismo punto del XVIII. Bajo el genérico título de Antología de la música alemana –que cabría especificar–, se ofreció un recorrido que destaca especialmente por su complejidad y su variedad de escrituras, a pesar de tener una misma procedencia natal.

   Se abrió el concierto con la Suite XIX en Do menor FbWV 619, de Johann Jakob Froberger (1616-1667), uno de los clavecinistas, organistas y compositores más talentosos del siglo XVII en Europa, que supone, como pocos, la mixtura del estilo francés, italiano y alemán de manera más brillante. Se trata, en este caso, de una obra de claros tintes franceses, con referencias permanentes al llamado Style brisé heredado de los laudistas galos, y con una hondura expresiva absolutamente subyugante. Es música intelectual y emocional a partes iguales. Se completaba la presencia de Froberger con su Tambeau fait à Paris sur la norte de Monsieur de Blancheroche FbWV 632, un deleitoso y exquisito homenaje musical como solo los barrocos franceses –y los polifonistas franco-flamencos– sabían hacer, cuyo descenso sobre la escala de Do menor y el uso recurrente de la retórica la convierten en una obra de un calado estructural de primer nivel.

   La siguiente figura en aparecer es la Johann Kuhnau (1660-1722), gran compositor, organista y teórico, quien fuera además el antecesor inmediato de Bach como Thomaskantor. De su catálogo clavecinístico se interpretó una de las escenas dentro de sus Musicalische Vorstellung einiger biblischer Historien (1700), una serie de seis sonatas de corte programático sobre escenas bíblicas, de la que se interpretó la «Enfermedad y sanación de Ezequías». Una obra, al contrario de la anterior, de corte italianizante, realmente pictórica y descriptiva, más luminosa y pasional, que intenta plasmar en música algunos pasajes hablados que son introducidos en italiano por el propio intérprete.

   Georg Böhm (1661-1733) es otra de las figuras centrales en la Alemania del Barroco. Del organista y compositor tedesco se interpretó primeramente su Preludio, fuga y postludio en Sol menor, una fascinante obra que comienza con un tremendo motor motívico, repleto de fuerza, en la mano izquierda, sobre el que se van desarrollando pasajes de una factura fascinante. La fuga central es un ejercicio contrapuntístico de color absolutamente alemán, que conjuga el encanto del norte de esta tierra con la velada gracia del lenguaje francés, siendo una de las grandes obras para tecla del período en su país. Su Suite en Mi bemol mayor –en cuatro movimientos– es un fantástico ejemplo de la escritura puramente alemana de Böhm, que completo así el ciclo de los tres países: Francia, Italia, Alemania.

   En este punto el nivel al que se estaba llegando en la velada era absolutamente excepcional. Pero aún se reservaba el intérprete francés un as en la manga, la cuadratura del círculo, que llegó de la mano de Johann Sebastian Bach (1685-1750), que supone la culminación, en todo punto, de la música para teclado en su país durante todo el siglo XVII y buena parte del XVIII. Del Kantor se interpretó la segunda de las Die Französischen Suiten, compuesta en Do menor (BWB 822). La seis suites parecen concebirse para el aprendizaje del teclado, por lo que no encontramos en ellas una dificultad de líneas o armónica descomunal, pero sí una escritura que resulta tremendamente idiomáticas. Carecen, en general, de la complejidad estructural y la escritura contrapuntística de las inglesas, pero nos muestran una cercanía interesante a la escritura galante, que las hacen tremendamente características y que muestran a un Bach fascinante, pues hay en ellas un equilibrio no tan denso como es costumbre, además de una mayor atención a la danza, y una dualidad fantástica entre la visión más puramente melódica y la rítmica.

   Para cerrar el recital se acudió a uno de los hijos del Kantor, Carl Philipp Emanuel (1714-1788), quien junto a Wilhelm Friedemann mejor encarna el talento del padre y la brillantez de la escritura para teclado. Su Sonata en Re menor H 60, datada en 1749, es un excepcional y magistral compendio de escritura con elementos del Barroco, del Clasicismo, e incluso del Sturm und Drang en una sola sonata de poco más de cinco minutos de duración. Fue, sin duda, una brillante elección para poner fin a una estratosférica antología de música para teclado alemana entre 1650 y 1750.

   Christophe Rousset es un dotadísimo intérprete, técnicamente impoluto, pulcro, incisivo… Pero además, es de esos clavecinistas en los que se vislumbra todo un universo detrás de cada nota. Cada pulsación sobre el teclado parece tan razonada, sopesada y contrastada, que el universo y la profundidad que logra son indescriptibles. Solo un artista con esta capacidad puede asumir un programa de esta complejidad, con una variedad de lenguajes tan dispar, uno tras otro, y salir de él no solo airoso, sino sabiéndose dentro de la propia música. Eso sin contar que se interpretó a una horas ya cercanas al final del día, en el que la cabeza tiende ya a no estar en su momento óptimo. Si en la lectura de LAF de los madrigales de Monteverdi observaba como una virtud el atender a música italiana con la distancia de alguien que no lo es, aquí debemos alabar la capacidad de un no alemán para hacer suyo un repertorio como este, por otro lado tan repleto de idiomas y estilos europeos. La superioridad con la que afrontó el programa es, de nuevo, síntoma de un evidente y descomunal trabajo previo. Si bien esperábamos una actuación de altura, Rousset terminó por encumbrar la noche zamorana de este sábado de Pórtico como una de las más legendarias de cuantas se recuerdan, y recordarán, en la historia de tan exquisito festival.

Fotografía: Eric Larrayadieu.

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