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Crítica: Bejun Mehta y Akademie für Alte Musik Berlin para el CNDM

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Autor: Mario Guada
25 de abril de 2017

El contratenor estadounidense ofrece un variopinto y ciertamente inconexo recital, en el que la descomunal agrupación historicista germana brilló sobremanera.

SABER ELEGIR

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 23-IV-2017 | 19:30. Auditorio Nacional de Música | Sala sinfónica. Universo Barroco. Entrada: 15, 18, 24, 32 y 40 €uros. Obras de Georg Friedrich Händel, Antonio Vivaldi, Johann Sebastian Bach, Johann Christoph Bach, Antonio Caldara y Melchior Hoffmann. Bejun Mehta • Akademie für Alte Musik Berlin.

   Bejun Mehta es con total seguridad uno de los grandes contratenores del momento. En el panorama de los falsetistas –hoy en día tan de moda y en el que la variedad de niveles es tan abismal entre unos y otros– es complicado encontrar un cantante absolutamente completo. Y siendo Mehta un gran solista, no es, a todas luces, el contratenor definitivo y completo que nos gustaría ver sobre el escenario. La importancia de saber elegir –tan denostada aparentemente en los tiempos que corren, especialmente por los solistas vocales– es un arma descomunal que parece no tenerse en cuenta. Y es que no todos valen para cantarlo todo; es por ello que elegir de manera selectiva e inteligente el repertorio interpretado supone un porcentaje de éxito en el solista mucho más alto de lo que extrañamente se demuestra, una y otra vez, sobre los escenarios. Visto lo visto, Mehta, que es un extraordinario cantante de ópera, especialmente händeliana, y un verdadero animal escénico, fue un claro ejemplo de que lo que se canta a veces es más importante que el cómo se canta.

   Se presentó en el Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical con un programa titulado Cantata –así, tal cual–, protagonizado por este género, que por otro lado es tan amplio y diverso que incluso en el Barroco depara auténticos abismos entre compositores, países y tipologías. Qué importante es saber seleccionar repertorio y qué común es que se haga en detrimento de los protagonistas. Este fue el caso. Mehta no es un cantante adecuado para interpretar la maravillosa cantata Ich habe genug BWV 82, de Johann Sebastian Bach (1685-1750), porque cuando se cantan textos de tanta hondura como los que hallamos en esta obra maestra, no se puede hacer de igual manera que si se estuviese cantando un aria de ópera o como si de una cantata pastoral se tratase. Entiéndase lo que se digo con el siguiente texto:

¡Cerraos, cansados párpados,
caed suaves y felices!
Mundo, no me quedo más aquí,
nada tengo contigo
que pueda servir para mi alma.
Aquí debo padecer miseria,
pero allá, allá gozaré
de dulce paz y tranquilo reposo.

   Supongo que dada la belleza y profundidad del texto –a lo que sumar una música tan bella y descomunal que le deja a uno sin aliento–, cualquiera de ustedes esperaría lo mismo que esperaba yo, una interpretación reflexiva, expresiva, honda, dolente… Todo lo contrario. Nula emoción.

   Otro ejemplo verdaderamente sobrecogedor, en la cantata-lamento Ach, daß ich Wassers g’nug hätte, de Johann Christoph Bach (1642-1703):

Ah, si yo tuviera suficiente agua en
mi cabeza,
y mis ojos fueran manantiales de lágrimas,
llorar podría día y noche por
mi pecado.
Mi pecado me abruma.
Como una carga pesada se ha vuelto demasiado
pesado para mí,
por eso lloro así y de mis ojos fluye
el agua.
Abundantes son mis suspiros y mi corazón
está afligido,
pues el Señor me ha colmado de miseria
en el día de su terrible ira.

   No me digan que no es totalmente demoledor. De nuevo, emoción cero. Y así en una serie de ocasiones más. No insistiré sobre ello, pero resulta una verdadera lástima no saber apreciar la importancia de un texto maravilloso, que es puesto además sobre una música subyugante y congruente al máximo con el mismo, porque la interpretación no sepa amoldarse a los requerimientos necesarios. Algo mejor estuvo el contratenor en obras como la cantata profana Pianti, sospiri e dimandar mercede RV 676, de Antonio Vivaldi (1678-1741), en la que, sustentado únicamente por el bajo continuo y unas hermosas líneas del chelo solista, pudo mostrar su adhesión a lo escénico, sabiendo aportar, ahora sí, el carácter más apropiado para el texto cantado. Interesante también, aunque sin brillo, su versión de la célebre Mi palpita il cor HWV 132c, de Georg Friedrich Händel (1685-1759), sin duda el autor que mejor se adecúa a sus dotes canoras y artísticas, como demostró también en la cantata Siete rose rugiadose HWV 162 –de la que se interpretó únicamente el aria inicial–, o en la propina ofrecida al finalizar el recital: Yet can I hear that dulcet lay, extraída de su magnífica obra The choice of Hercules HWV 69. En realidad no es tanto un aspecto puramente escénico, el de la adhesión –cual guante– de Mehta a la esencia händeliana, sino más bien la escritura de este, sus hermosas melodías y el carácter de sus líneas vocales, a las que el falsetista estadounidense consigue aportar un extra realmente interesante y que le convierten en el fantástico cantante que es.

   El recital se completó con la magnífica Schlage doch, gewünschte Stunde, de Melchior Hoffmann (1679-1715) –atribuida tiempo atrás al propio Bach–, que en su delicada y sutil melodía, y en ese particular y maravilloso acompañamiento de la cuerda y las campanas, tiene su capacidad expresiva más destacada. Cerró la velada la hermosa I will magnify Thee HWV 250b, todo un logro händeliano de la reutilización de materiales previos, que esta vez sí –merced a un texto laudatorio poco relevante– Mehta consiguió llevar a cabo con credibilidad.

   Dicho lo cual, y teniendo en cuenta que justo antes de comenzar el recital un aviso por los altavoces de la sala hacía saber al respetable que, a pesar de sufrir de una leve afección vocal, Mehta saldría al escenario –extraño e intrigante anuncio, qué duda cabe–, hay que decir que si bien a nivel emocional y expresivo su actuación estuvo carente de presencia casi en todo momento, sí mostró una capacidad técnica muy notable, con una coloratura bien consolidada, un registro medio-grave sumamente interesante, aunque mostró algunos problemas en el agudo, especialmente en los pasajes que requerían de intervalos amplios hacia el mismo. Por otro lado, la proyección –un problema en general compartido por muchos de los contratenores– se vio afectada en ciertas ocasiones, quedando absorbido casi por completo por la agrupación instrumental. Quizá por su leve dolencia debamos justificar la algo molesta utilización del glissando y el portamento como recursos más habituales de lo deseado.

    A pesar de que en la programación anual del CNDM se presentaba a La Nuova Musica [David Bates] como el partenaire de Mehta en la presente velada, finalmente dicha labor recayó sobre la siempre extraordinaria Akademie für Alte Musik Berlin, garantía total de éxito y de disfrute absoluto. Conformada para la ocasión por una relativamente nutrida sección de cuerda [4/3/2/2/1], se le sumó la presencia del oboe y el continuo, realizado por órgano/clave y tiorba. Qué se puede decir de esta agrupación historicista teutona que no se haya demostrado ya ampliamente en sus más de treinta años sobre los escenarios. Decir que es una de las orquestas barrocas de mayor importancia y proyección en el mundo es, cuando menos, quedarse corto. Desde luego, sus actuaciones suponen siempre un puro deleite. Qué maravilloso es cuando se escucha una orquesta de este calibre, con ese sonido tan pulido, tan refinado, con ese trabajo conjunto tan impresionante y esa simbiosis descomunal entre sus miembros. Personalmente me parece el ejemplo perfecto de lo que ha de suponer un conjunto de estas características. Xenia Löffler, que es sin duda una de las mejores representantes desde hace años en la interpretación del oboe histórico, presentó una actuación intermitente, aunque en la mayoría de las ocasiones con gran brillo, solventando –no sin ciertos problemas ocasiones– algunos de los complejos y exigentes pasajes a los que la sometieron la escritura de Bach y Händel. Especialmente destacable me parece siempre –no fue una excepción aquí– el trabajo de la cuerda en este ensemble. Es muy difícil encontrar la descripción adecuada a tanta sutileza, elegancia, inteligencia y exquisitez en el trabajo conjunto. Sea con uno u otro de sus concertinos habituales, la cuerda de AKAMUS es siempre una absoluta delicia. Dicha labor recayó en esta ocasión sobre un Bernhard Forck monumental, que supo llevarse consigo a la orquesta en todo momento, logrando un trabajo excepcional en las dinámicas y el contraste. Qué magnífico espectáculo verle conseguirlo, de forma tan leve pero efectiva, con unos meros gestos. Gran trabajo el de Sabine Fehlandt y Stephen Sieben en las violas barrocas –pocas secciones de violas se pueden escuchar como la suya–, con un sonido equilibrado, presente y una capacidad técnica magnífica. Muy meritoria la labor de Kathrin Sutor al violonchelo barroco, tanto en el continuo como en las partes a solo –especialmente en estas últimas–. Completó el exquisito trabajo el solvente continuo de Andrew Ackerman [contrabajo barroco], Clemens Flick [clave y órgano positivo] y Daniele Caminiti [tiorba, a pesar de algunos problemas de proyección].

   Personalmente disfruté mucho más con las intervenciones de la orquesta –impresionante la interpretación de la Sinfonía n.º 12, extraída del oratorio La Passione di Gesú Signor Nostro, de Antonio Caldara (1670-1736)– que con las de Mehta. AKAMUS se aparta de la línea del artificio, del exceso por norma, del efecto antes que el afecto… Y qué maravilloso es cuando esto sucede –mucho más cuando hoy día se tiende hacia lo contrario–, porque uno se da cuenta de estar presenciando algo único e irrepetible. Una experiencia fascinante, sin duda. Echando la vista atrás, recuerdo que algo muy similar sucedió en el recital de Jaroussky y Freiburger Barockorchester… Quizá los grandes solistas deberían empezar a reflexionar sobre la cuestión del saber elegir. No es en vano.

Fotografía: Josep Molina.

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