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Crítica: El Cuarteto Hagen continúa su ciclo Shostakovich en la Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
7 de febrero de 2022

Uno de los proyectos más significativos en los que se han embarcado en esta temporada de su cuadragésimo aniversario es interpretar ese fascinante viaje que compone la integral de los quince cuartetos de Dmitri Shostakovich en Viena y en Berlín.

En el ecuador de un fascinante viaje

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 3-II-2022, Wiener Konzerthaus. Cuarteto de cuerdas n.º 7 en fa sostenido menor, Op. 108; Cuarteto de cuerdas n.º 8 en do menor, Op. 110; Cuarteto de cuerdas n.º 9 en mi bemol mayor, Op. 117, de Dmitri Shostakovich. Hagen Quartett. 

   Es asombroso ver donde ha llegado un experimento familiar. En 1981, los cuatro hermanos Lukas, Angelika, Veronika y Clemens Hagen formaron un cuarteto de cuerdas para tocar juntos cuando Angelika, la mayor, tenía 19 años y Clemens, el menor, 13. Aunque el hecho de nacer en Salzburgo parece que te predispone a comenzar una carrera musical, pocos podían pensar entonces que 40 años después, no solo el cuarteto siguiera en plena carrera, sino que con un pequeño ajuste en el segundo violín –Angelika lo abandonó poco tiempo después y tras un breve periodo con Annete Bik, quien a su vez se fue con Beat Furrer a fundar el Klangforum Wien, llegó Rainer Schmidt– esté entre los mejores conjuntos de la actualidad.

   Uno de los proyectos más significativos en los que se han embarcado en esta temporada del cuadragésimo aniversario, es interpretar ese fascinante viaje que compone la integral de los 15 cuartetos de Dmitri Shostakovich en Viena y en Berlín. En la capital alemana lo llevan a cabo en la Sala Pierre Boulez, junto a la Staastoper Unter den Linden, mientras que en Viena lo hacen en el Konzerthaus, un auditorio que han pisado prácticamente todos los años desde su debut, y de la que son miembros honorarios desde 2012.

   Tras las dos primeras jornadas, con cambio de fecha del segundo de ellos incluido –con los cuartetos cuarto al sexto– este jueves se hemos llegado al ecuador con los cuartetos séptimo al noveno. Los dos primeros los compone y se estrenan en 1960, mientras que el noveno, de gestación más larga es de 1964.

   Muchos melómanos, entre los que me incluyo, encuentran en la música de cámara del compositor de San Petersburgo, y en especial en su increíble colección de cuartetos, sus pentagramas más sinceros y emotivos. Toda una suerte de autobiografía en la que el compositor se podía refugiar con tranquilidad, fuera del punto de mira con el que las autoridades soviéticas escudriñaban sus sinfonías.

   1960 es el año en que en poco mas de 5 meses compone y estrena sus cuartetos séptimo y octavo. Mientras el octavo se ha convertido en página de cabecera de su producción, con interpretaciones habituales por casi todos los grandes cuartetos de la actualidad, el séptimo, el más breve de la colección –apenas 13 minutos– con sus tres movimientos que se interpretan sin pausa y dedicado a su primera esposa Nina, fallecida en 1954 años, es introspectivo, reflexivo, con una fuerte carga de ironía y con pocos compases en que podamos relajarnos. La danza inicial, grotesca y chocante a partes iguales fue muy bien pergeñada por Lukas, el primer violín, a quien se fueron uniendo sus compañeros empezando a crear el ambiente tenebroso del mismo. Sin embargo, en el dúo de ambos violines con el que comienza el Lento central, notamos algunos problemas en Lukas que no se terminaron de resolver en el movimiento final, pleno de pesadumbre y tristeza, donde la impetuosa viola de Veronika se echó a las espaldas la tremenda fuga con que Shostakovich interrumpe la fogosa danza inicial, y entre disonancias y citas a los movimientos anteriores llevaron el Allegretto a buen puerto.

   Poco se puede decir del octavo cuarteto que no se hay dicho ya. Compuesto en Dresde en solo 3 días del mes de julio, y dedicado a todas las víctimas de totalitarismos, incluido él mismo, la melodía con las notas de su nombre en grafía alemana D-Es-C-H –nuestros re-mi bemol-do-si– impregna los cinco movimientos del cuarteto. En las notas al programa, Andrea Zschunke nos recuerda como pocos días después de completarlo, Shostakovich escribe a su íntimo amigo Isaak Glikman: «He escrito un cuarteto inútil para cualquiera e ideológicamente reprobable». También se podría escribir en su portada: «Dedicado a la memoria del compositor de este cuarteto». Pero el petersburgués no se quedó en las citas de su nombre, sino que a lo largo de la obra encontramos otras hacia varias de sus obras como las sinfonías primera, quinta o décima, o su ópera Lady Macbeth de Mtsensk. Los del Hagen, que hace casi 20 años dieron una deslumbrante versión en el madrileño Liceo de Cámara, conjugaron sincronización cuasi perfecta y densidad casi orquestal, desplegando la intensa expresividad que requiere la obra, y donde brilló con luz propia la belleza envolvente del Stradivarius del cellista Clemens.

   Tras el descanso fue el turno del noveno cuarteto. Compuesto cuatro años después, en 1964, Shostakovich ya había terminado su fabulosa decimotercera sinfonía Babi-Yar donde utilizando poemas del gran poeta Yevgeni Yevtushenko denunció las matanzas de judíos en la Rusia de la 2.ª Guerra Mundial. Obviamente, con esta obra no se granjeó muchas amistades en el Régimen soviético por lo que volvió a refugiarse en sus cuartetos. Además, en 1962 se había casado con Irina, su principal apoyo en sus últimos años, quien fue la dedicataria de la obra. De nuevo 25 minutos de música ininterrumpida de un lenguaje único y una personalidad irresistible. Todos los miembros del cuarteto aumentaron si cabe el nivel. Veronika y Clemens siguieron arrolladores. El sonido de Rainer Schmidt, el segundo violín, no es quizás tan compacto y contundente como el de un Lukas en perfecto estado, pero tanto su intenso fraseo como la facilidad que desprende de su instrumento nos atrapan. Y además, en el Allegretto central «recuperamos» al Lukas Hagen de siempre, intenso e implicado, con sonido pleno y rotundo, y de precisión cuasi perfecta.

   El éxito fue clamoroso con la práctica totalidad de la Sala Mozart puesta en pie, y muchos pensamos que ya queda menos para la conclusión de un ciclo que puede ser tan histórico en la ciudad como el que en 1994 –recordemos que en Madrid hicieron dos, uno en 1991 y otro en la temporada 1997/98– hizo el legendario Cuarteto Borodin.

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