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[C]rítica: Èlia Casanova y Alfred Fernández se aproximan al «Cancioneiro de Elvas» en el ciclo «El canto de Polifemo»

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Autor: Mario Guada
14 de febrero de 2019

El dúo conformado por la soprano valenciana y el vihuelista barcelonés ofrece un íntimo y hermoso recital, en el que conjugan la juventud y la veteranía con exitoso resultado, mostrando un gran respeto y apasionamiento por un repertorio tan maravilloso como lamentablemente desatendido.

Del bien deçir; del bien tañer

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 15-II-2019. Iglesia de las Mercedarias de Góngora. El canto de Polifemo. «Quién te traxo el caballero». Los cancioneros ibéricos del siglo XVI. Èlia Casanova [soprano] • Alfred Fernández [vihuela].

¿Quién te traxo, cavallero,
por esta montaña escura?
Ay, pastor, que mi ventura.

Juan del Enzina.

   En la Península Ibérica somos tremendamente afortunados en cuanto a lo que la recopilación de canciones renacentistas se refiere. Dicho de otro modo, en España y Portugal hemos conservado una notable cantidad de cancioneros –así se llaman estas recopilaciones musicales, en su origen únicamente de textos–, de los que resalta no solo la ingente cantidad de obras que contienen, sino su elevada calidad en un porcentaje más que considerable. De entre los cancioneros hispánicos, son bien conocidos los de Palacio, la Colombina, Medinaceli o Uppsala, por citar algunos. Pero Portugal, que nunca ha sido un hermano menor en comparación con España –por más imperio y complejo de superioridad que tengamos sobre el país vecino–, tampoco le va a la zaga, merced a sus cuatro grandes cancioneros renacentistas: Elvas, Belém, Lisboa y Paris. De los cuatro, quizá el Cancioneiro de Elvas es el que ha encontrado un mayor predicamento entre los intérpretes. Fue gracias al musicólogo Manuel Joaquim que hoy día es posible disfrutar de esta colección, que se encontraba albergada en la Biblioteca Municipal Publia Hortensia de Elvas, hasta que fue descubierta por él en 1928. No se conoce su datación exacta, aunque por una serie de datos –como el uso de filigranas muy comunes en la Italia de 1570 o por contener un poema de Dom Manuel de Portugal datado en 1555– se ha establecido su cronología en torno a las décadas de 1560 y 1570. El manuscrito contiene una selección de 65 obras musicales –un número considerable, aunque más bajo de lo habitual, dado que se han perdido algunos de sus folios–, todas ellas de carácter profano y sobre textos portugueses y españoles, la mayor parte en el género de la canción y el villancico; una segunda sección conserva, además, 36 poemas sin música. Las composiciones son polifónicas, a tres partes y todas ellas anónimas, aunque gracias al estudio posterior y las diversas concordancias encontradas en cancioneros como Palacio, Belém, Lisboa, Segovia, Colombina, Barcelona o Paris ha sido posible la atribución a algunos autores como Juan del Enzina (1468-1529), Pedro de Escobar o Pedro de Pastrana.

   El concierto ofrecido aquí por este dúo de voz y vihuela bebió, en gran medida, de este Cancioneiro de Elvas, escogiendo algunas de las obras más exquisitas del mismo con textos en español: «Con mi dolor y tormento», «De vos y de mi quexoso», «No piensen que á d’acabar», «Bendito sea aquel día», «Lo que queda es lo seguro» o «Quien te traxo el cavallero», que da título al programa; pero también en portugués: «La nāo podeis ser contentes», «Porque me nāo ves Ioāna» o «Testou minha ventura», por poner algunos ejemplos. El programa, escogido de forma muy inteligente en cuanto a su carácter, se fue modelando con obras muy similares en lo relativo a su entonación, modo y ritmo, las cuales se fueron uniendo con hermosas transiciones de la vihuela a solo, extraídas de algunos de nuestros mejores representantes de la creación vihuelística del XVI. Para el resto del programa, una selección de obras extraídas de uno de esos magníficos representantes, como fue Enríquez de Valderrábano (c. 1500-1557), a través de una serie de obras para tañer a vihuela sola extraída de su magnífico Libro de música de vihuela intitulado Silva de Sirenas [1547] –que contiene seis libros para vihuela, de los cuales los libros II y III son para voz y vihuela, mientras el IV se prescribe para dúo de vihuelas–. Por otra parte, la presencia del italiano Francesco Canova da Milano (1497-1543) sirvió para dar descanso a la voz, interpretándose cuatro de sus exquisitas fantasías o ricercares, que sin duda se encuentran entre los ejemplos más refinados, inteligentes e idiomáticos que para intabulaturas de laúd renacentista se compusieron en su momento; de hecho, la música de Milano, apodado «Il Divino», ha quedado conservada en diversos manuscritos y colecciones de la época, que tuvieron notable influencia en otros autores.

   Con estos mimbres se fue entretejiendo un recital en el que la delicadeza, elegancia y la exquisitez fueron los adjetivos más adecuados para su descripción. Sentados ambos, muy cerca de la primera bancada de asientos, los dos intérpretes quisieron ofrecer una visión muy intimista y cercana de este repertorio, el cual, por otro lado, no fue concebido para ser interpretado de otra forma. La tenue luz, que apenas iluminaba el altar de la Iglesia de las Mercedarias de Góngora, y las sutilezas que desprenden estos repertorios hicieron el resto. Un concierto tan especial como inusual, al que parece solo El canto de Polifemo está dispuesto a ceder un espacio para poder ser disfrutado. Se encargaron de su traducción dos intérpretes de diverso recorrido, pero ambos apasionados por un repertorio tan absolutamente merecedor de respeto como este. Por su lado, la soprano Èlia Casanova aporta la juventud, esa frescura de una voz bien timbrada, pero que no duda en abrirse y rasgarse en pos del dramatismo, para volverse severa en cuanto así se requiere. Es capaz de calibrar muy bien el vibrato –que aparece solo en momentos puntuales, como aporte, nunca como elemento gratuito–, así como una emisión vocal que encuentra un maravilloso equilibrio entre un timbre a veces blanquecino, pero siempre dotado del cuerpo suficiente para aportar la prestancia que estos textos requieren, los cuales paladea y «diçe» con destreza, ofreciendo una dicción diáfana, clarificadora y muy pulida tanto en el portugués como en el español antiguo. Articula el fraseo de forma inteligente, con una concepción de linealidad arqueada, casi a la manera de una obra de polifonía sacra, a la que en cierta manera se pueden asimilar este tipo de canciones. Se adapta a las mil maravillas a la flexibilidad que exige el repertorio, aportando el punto justo de expresividad a unos textos cuyo dramatismo resulta más poético que descriptivo. Casanova es delicada y corpórea, pero también terciopelo y cobre. Una absoluta delicia.

   Por el otro, la vihuela de Alfred Fernández aporta la experiencia, el notable conocimiento de un repertorio que le apasiona y al que le ha dedicado buen parte de carrera. Ofreció unas lecturas técnicamente muy solventes, con un evidente estudio detrás, en las que la textura se traslada al oyente con prístina transparencia, aunque no parece un intérprete que supedite el tactus rítmico a lo puramente escrito, sino que decide aportarle un vaivén más retóricamente marcado, lo que a veces puede conllevar a cierta inestabilidad en su discurso rítmico. La pulsación es fluida, surge con naturalidad; de la vihuela sale y a la vihuela regresa, con una sonoridad muy pulcra, sin apenas mácula en el desarrollo polifónico. Los acordes resuenan brillantes y el devenir contrapuntístico se antoja bien elaborado, con la corporeidad de las voces belgas y lo etéreo de las británicas –si nos atrevemos a hacer una traslación a una escritura coral de las piezas, algo que, como digo, no está tan distante de la esencia de este repertorio–. Fernández «tañe» con inteligencia, no acompaña la voz, sino que se imbrica con ella en una suerte de feliz hermanamiento. Sin duda, una visión muy expresiva de la música, con mejores resultados en las obras con voz que en algunas de las piezas a solo, especialmente las de Milano, que a veces se perciben de forma un tanto emborronada. En cualquier caso, un aporte fantástico y una contraparte exquisita para el discurso vocal tan selecto de Casanova.

   Una maravillosa velada, una oportunidad de esas que se disfruten enormemente cuando se tienen delante y que se echan de menos permanentemente, ante la ausencia habitual de propuestas de este tipo en el panorama musical español. Sin duda, la propuesta escénica ayuda a la creación de un ambiente especial, aunque en ocasiones en detrimento de la escucha, que quizá se hubiera favorecido con los intérpretes de pie, como por otro lado era habitual en la época. Qué alegre encuentro de Casanova, Fernández y El canto de Polifemo.

Fotografía: Pablo F. Juárez.

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