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Crítica: Gabrieli Consort & Players y McCreesh para el CNDM

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Autor: Mario Guada
31 de mayo de 2017

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   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 29-V-2017 | 19:30. Auditorio Nacional de Música | Sala sinfónica. Universo Barroco. Entrada: 15, 18, 24, 32 y 40 €uros. Obras de Giovanni Gabrieli, Cesare Bendinelli, Andrea Gabrieli, Cesario Gussago y anónimos. Gabrieli Consort & Players | Paul McCreesh.

   Hay músicas en las que es imposible sustraerse de su relación tan íntimamente estrecha para con ciertos intérpretes, así como con ciertos lugares. Del mismo modo, hay conjuntos y directores que ya son una leyenda, se mire por donde se mire. Y punto. Pero, lamentablemente, no se puede vivir siempre del nombre y de la leyenda que uno se ha forjado a lo largo de décadas de arduo y magnífico trabajo. Acudía el Gabrieli Consort & Players, conjunto británico ya casi mítico fundado allá por 1982 por el director Paul Mccreesh con el fin de recuperar algunos repertorios que por entonces apenas se habían transitado por unos pocos intérpretes, a su cita con el Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical, en la velada que suponía el cierre de temporada para el que es, sin duda, uno de los ciclos estrella de la temporada del CNDM. Por aquel entonces –finales de los 80– eran muy pocos en el mundo los que sabían de las figuras de Andrea y Giovanni Gabrieli, los célebres tío y sobrino venecianos que elevaron a arte supremo el recurso del policoralismo y los cori spezzati, aquellos dos o más coros que se separaban, en la Basilica di San Marco y otros centros venecianos, para interpretar obras compuestas a un número de voces fascinante: 8, 12, 16, 20… Tanto es así, que el policoralismo veneciano pasó a ser reconocido –llegando hasta hoy– como una especie de escuela compositiva que marcó un antes y un después.

   Era bastante lo que se sabía de esta saga de compositores venecianos, bien conocidos en el mundo académico desde hace décadas, pero muy poco lo que a efectos puramente interpretativos se tenía en mente, es decir, muchos conocían sobre el papel su música, pero prácticamente nadie la había escuchado, porque apenas había quien se atrevía con ella. Pero esto cambió con la llegada del Gabrieli Consort & Players –cuyo nombre excedía ya la mera declaración de intenciones–, pues sin duda pusieron en liza la música de ambos maestros, así como de otros compositores menos conocidos del entorno veneciano en la segunda mitad del XVI y principios del XVII. No se exagera si se dice que los Gabrieli están hoy en el imaginario colectivo –específico, pero colectivo– de los oyentes de todo el mundo gracias a la labor del ensemble y su director Paul Mccrresh. Fue precisamente un registro discográfico, titulado A Venetian Coronation 1595, el que ayudó a su gran despegue al conjunto, poniendo por primera vez a disposición de miles de oyentes la obra de los Gabrieli. Por supuesto, esta grabación, de 1990, es hoy venerada como un referente y un clásico en la fonografía de la llamada música antigua. Veintidós años después el conjunto decide regrabar aquel legendario proyecto, viendo la luz A New Venetian Coronation 1595, una revisión –pues se marcan distancias con aquella grabación– en la que se observa la evolución temporal del conjunto, sus intérpretes, su visión de la música… Como suele suceder, hay veces que es mejor ni mirar al pasado, más aun si este es glorioso. Hay registros que soportan mal el paso del tiempo; otros sencillamente son intemporales. Este primero lo es.

   Y es este el programa con el que acudieron a su cita madrileña, en un concierto realmente esperado, pero al que extrañamente acudió un número de oyentes menor de lo habitual. El programa, sustentado sobre la música de Andrea (c. 1533-1585) y Giovanni Gabrieli (c. 1557-1612), supone la esencia pura del Gabrieli Consort y de McCreesh: reconstrucción litúrgica –en este caso de la coronación de Marino Grimani como dux veneciano–, que requiere el uso del canto llano, piezas puramente instrumentales, intonazioni al órgano y piezas de carácter litúrgico y vocal; uso de un coro relativamente nutrido, con el uso de voces adultas únicamente masculinas y los falsetistas marca de la casa; numerosa presencia de ministriles y algo de cuerda para doblar o realizar algunas de las partes polifónicas de forma independiente; movimiento escénico y juego sonoro por planos; sonido poderoso, sin concesiones de tipo estilístico, como notable uso del vibrato –incluso en el canto llano–. Interesante la dramaturgia en la entrada en procesión, con la que inteligentemente McCreesh fue posicionando a sus músicos en escena e hilando ya unas piezas con otras, evitando de este modo los posibles aplausos para el resto de la velada entre obra y obra. Los dos órganos comenzando sobre el escenario; acto seguido los cantores desde el vestíbulo –sonido lejano que se va acercando– y continuando por el pasillo central hasta subir al escenario; fanfarrias de viento y percusión sonando desde fuera del escenario, entrando el tambor en procesión, al que siguieron los ministriles. Una vez situados todos, los cambios se iban produciendo entre obra y obra según los requerimientos orgánicos de cada pieza, normalmente con el coro grande –dieciséis cantores en total– colocados en último plano, de los que se extraían los solistas para acometer algunas líneas cantadas en las piezas policorales, con los diversos ministriles –cornetti, sacabuches, trompetas naturales, violín/viola y bajón, hasta un total de once– para las líneas restantes. Las obras instrumentales primeras corrieron a cargo de Cesare Bendinelli (1542-1617), a las que siguieron una serie de entonaciones sobre el Kyrie y Christe eleison de la misa, de Andrea, ascendiendo en número de partes [5, 8, 12 y 16]. Fantástico el motete Deus qui beatum Marcum a 10, de Giovanni, interpretado aquí con sendos falsetistas para ambos superius, completando el resto de partes con instrumentos. Especialmente destacable la célebre Sonata VI à 8 pian e forte, de Giovanni –en la que se introducen ya indicaciones de tipo dinámico–, así como el maravilloso y fascinante O sacrum convivium a 5, de Andrea –la obra más arcaica del programa y alejada todavía de la influencia policoral, en hermosa escritura en stile antico–. Especialmente impactante resultó el final de la velada, inteligentemente escogido, el Omnes gentes a 16, del sobrino Giovanni, con su resplandeciente escritura repleta de energía y optimismo.

   La música de los Gabrieli se extrae de sus colecciones Concerti [Venezia, 1587] y Sacræ Symphoniæ [Venezia, 1597]. En ella se observan muchas de las cualidades de sus composiciones: instrumentos que o doblan las voces a la octava o se mueven de forma independiente, creando contrastes rítmicos; tratamiento avanzado de las disonancias, que se observa en el uso de intervalos que hasta entonces no eran adecuados, con la intención de remarcar la importancia textual; fluidez rítmica que conserva el tactus, pero existiendo ya cambios de compás y una clara complicación rítmica; uso de la pretonalidad; escritura de ciertos ornamentos, como variaciones, disminuciones…; contraste como base: tempo, textura, intensidad, ámbito, timbre… recursos antes considerados un mero color decorativo; discontinuidad formal y multiseccionalidad; utilización de ritornelli como medio organizativo; factores de diverso tipo que se convierten en definidores de la estructura.

   Un programa absolutamente magnífico, inusual y apenas interpretado en España. De hecho, supone todo un lujo poder disfrutar de algo así en directo. Pero como decía más arriba, por desgracia estos Gabrieli Consort & Players ya no son los de hace años. Por supuesto no los de 1990, pero tampoco los de 2005 o 2010. Muy poca pasión puesta en el escenario, en una música que brilla precisamente por su calidez y luminosidad. Parece como si estuvieran ya cansados de interpretar un programa que, sí, les ha colmado de éxitos, pero que parecen tener ya un poco atragantado. No se atisba prácticamente nada de aquella ilusión de los inicios, de aquella energía tan apabullante y de aquel sonido tan extraordinaria y descomunalmente arrollador de antaño. Por muchos de sus miembros, aunque se ha ido renovando por exigencias del guion, han pasado los años notablemente, y ha resultado triste observar palmariamente dicha degradación. La luminosidad de un repertorio como este, originalmente más concebido en un La=465 hz., denota claramente esa bajada de medio tono –como en este concierto, a 440 hz.–, aunque algunos de los solistas los agradecieron especialmente, pues sufrieron ya las exigencias en el registro agudo de muchas de las voces, a veces con resultados angustiosos. Por su parte, McCreesh –que sigue manteniendo, de manera anacrónica y sorprendente, la batuta para dirigir– conoce el repertorio hasta el más mínimo detalle; tanto es así, que no tuvo necesidad de utilizar la partitura en ningún momento del concierto. Sin duda, un dominio que se nota, y mucho, en su dirección milimétrica, ajustada, precisa e inteligente. Diría que nadie como él para este repertorio, aunque ya no sea, tampoco, el de hace años.

   En resumidas cuentas, un lujo a medias, dado que el resultado brilló por debajo de lo esperado. Aun con todo, uno sigue teniendo de ver algo muy especial cuando tiene delante a estos intérpretes haciendo la música de aquellos a los que llevan por nombre. Un cierre espectacular y muy digno para una temporada barroca del CNDM que ha rendido, como es habitual, en un nivel medio-alto –con destellos superlativos–.

Fotografía: gabrieli.com.

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