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Crítica: La Ritirata participa en la 'Primavera Barroca' del CNDM en Oviedo

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Autor: Mario Guada
23 de abril de 2014
Foto: La Ritirata

DE LA CANTADA A LA CANTATA

Por Mario Guada

21(04/2014, 20:00. Oviedo, Auditorio – Palacio de Congresos Príncipe Felipe [sala de cámara]. Ciclo «Primavera Barroca». Obras de Francesco Mancini, Alessandro Scarlatti, Antonio Caldara, Manuel Ferreira, Juan Francés de Iribarren, Domenico Zipoli y anónimos. María Eugenia Boix, Nerea Berraondo • La Ritirata | Josetxu Obregón.

   Tercero de los conciertos del ciclo «Primavera Barroca», que presentaba al conjunto español La Ritirata bajo la dirección del violonchelista barroco Josetxu Obregón, con un programa titulado ¡Albricias, oh morales!, en el que se transitó durante una hora y media, por música española, sudamericana e italiana, con clara influencias de esta última en las dos primeras.

   Un programa concebido entre el concierto, la sonata, en el que se interpretaron piezas de compositores bien conocidos, pero también de algunos bastante más ignotos, vertebrando el programa en torno a la cantata y cantada –distintas denominaciones por países para el mismo género. Comenzó el mismo con una pieza instrumental de Francesco Mancini [1672-1737], compositor napolitano, del que si interpretaron su Amoroso y Allegro del Concerto da camera in Re minore [1725], conservado en una colección con conciertos de diversos autores que se encuentra en la biblioteca napolitana del Conservatorio Statale di Musica «San Pietro a Majella» –lugar que alberga decenas de joyas del Barroco napolitano. Música de claro estilo napolitano, que contrasta la dulzura de la flauta de pico, con la mayor contundencia de los violines y el continuo. A esta le siguieron dos piezas del maestro palermitano –aunque napolitano de adopción y estilo– Alessandro Scarlatti [1660-1725]: «Allegro» de su Concerto nº. 9 in La minore, al que siguió su «cantata da camera» para soprano, cuerda y continuo, Quella pace gradita, introducida con una hermosa Sinfonia, a la que siguen seis movimientos en relación recitativo-aria-recitativo-aria-recitativo-aria, maravilloso ejemplo de la calidad que atesora en el género el que es, sin lugar a dudas, uno de los grandes dominadores de este repertorio en la Italia del Barroco. Del veneciano Antonio Caldara [1670-1736], otro de los grandes representantes de la música vocal de Barroco italiano –especialmente merced a sus magníficos oratorios y óperas–, se interpretó, sin embargo, una pieza instrumental, perteneciente a una de sus 16 sonatas escritas para violoncelo y bajo continuo, en concreto el «Adagio» y «Allegro» de su Sonata in Sol maggiore, repleto de un hermoso lirismo y una escritura idiomática exquisita. El portugués –aunque afincado en España– Manuel Ferreira [c. 1670-c. 1727] hizo una breve aparición a través de su obra más conocida, El mayor triunfo de la mayor guerra [c. 1700] –se siguen suscitando dudas sobre si la obra pertenece al Manuel Ferreira «mayor» o el «menor», puesto que se sabe que hay dos músicos del mismo nombre, probablemente padre e hijo–, de la que se interpretó su aria Huye con ella, para alto y bajo continuo. La primera parte se cerró con dos obras vocales de Juan Francés de Iribarren [1699-1767], rescatadas del archivo de la Catedral de Málaga para la ocasión, e interpretadas como estrenos en tiempos modernos –aunque de nuevo desconocemos por parte de quién, puesto que en el programa no se apunta el dato: el «área al Santísismo» Bello Esposso, dulce Amante [1760] y la cantada para alto Albricias, oh mortales [1756], ambas de gran influencia italiana en su escritura, en la que destaca la fantástica y enérgica aria Ronda la luz ansiosa de esta última.

   Para la segunda parte más trasiego entre países, volviendo a Italia y  la figura de Scarlatti, para interpretar su «Adagio» y «Allegro» del Concerto nº. 23 in Do maggiore per flauto, due violini e continuo [1725], seguida de otra «cantata da camera», Tu sei quella che al nome sembri [entre 1706 y 1710], para alto, dos violines, flauta de pico y continuo, con una introduzione y cuatro números con la alternancia habitual entre recitativos y arias. A esta pieza le siguieron dos breves piezas anónimas extraídas del Archivo musical de Moxos [Bolivia]: Aquí Ta Naqui Iyai y Chapie, Iyai Jesu Christo, que se anuncian como recuperación histórica a pesar de que existe ya una grabación de estas por parte de Florilegium en 2005, para el sello Channel Classics –sería bueno saber qué hay de nuevo en estas supuestas recuperaciones. A estas le siguieron, ya para finalizar el programa, dos obras de Domenico Zipoli [1688-1726], uno de esos compositores italianos que ayudaron sobremanera al establecimiento del Barroco italiano en los países de América del Sur, a través de las misiones jesuíticas, que tanto predicamento tuvieron en aquellos territorios durante buena parte de los siglos XVII y XVIII. Zipoli desarrolló especial labor en Bolivia, Paraguay y Argentina. De él se interpretaron dos piezas: su Sonata per violino e continuo in La maggiore, un fantástico ejemplo de escritura para violín y continuo en la que puede atisbarse hasta una sonoridad «händeliana»; para cerrar con la cantata O Daliso, da quel di che partisti [entre 1710-1716], para soprano y continuo, de clara estilo italiano, en dos recitativos y sus correspondientes arias.

   Las interpretaciones vocales rindieron por debajo del nivel general del concierto, pues ni la soprano María Eugenia Boix, ni la mezzo Nerea Berraondo estuvieron realmente brillantes, sino más bien todo lo contrario, solventando con un aprobado ramplón los pasajes destinados a cada una de ellas. La soprano oscense tiene aún muchos detalle por pulir; su registro agudo brilla con cierta facilidad, pero su dicción es netamente mejorable, y apenas se consigue entender algo de lo que canta –este es un problema que se está convirtiendo, desgraciadamente, ya en toda una epidemia entre las cantantes españoles, salvo dos o tres excepciones–, además de que su línea de canto resulta excesivamente manierista –el camino de la expresión no va por esos derroteros, al menos no como yo lo entiendo–, y menos delicada y elegante de que lo que sería deseable. Por su parte, la mezzo pamplonica carece de la brillantez tímbrica que hace grandes a las mezzos, y su timbre se torna tremendamente obscuro, especialmente en el registro grave; además, su dicción es absolutamente mejorable, y también resulta toda una odisea conseguir comprender algo del texto que sale de sus labios –especialmente el español, lo cual es ya insólito. Insistimos en esto, porque para un cantante el texto es una de sus principales herramientas, con la que debe esculpir las líneas y dar significado a la música que interpreta, al igual que un violinista tiene su arco para hacerlo –o empiezan a tomarse más en serio esta labor, o desgraciadamente terminaremos por necesitar pantallas de subtítulos para todos los conciertos.

   Bastante mejor el apartado instrumental, especialmente los violines barrocos de Hiro Kurosaki y Miren Zeberio,  que poco a poco van conformando un equipo más que bien avenido, con  momentos de empaste y afinación entre ambos realmente conseguidos.  Kurosaki regaló a la audiencia probablemente el mejor momento del  concierto, con la sonata de Zipoli, en una brillante lectura repleta de  contrastes y una sonoridad fantástica. Siempre solvente Tamar Lalo  a las flautas de pico, dominó sobre la música especialmente con la  flauta contralto, dando buenas muestras de cómo articular en este tipo  de repertorios –es fantástico ver cómo y cuándo respira, pero también  como lo hace la música. El continuo se sostuvo de manera realmente  notable gracias al buen hacer de Enrike Solinís –a la  tiorba y guitarra barroca–, tan imaginativo como siempre, aunque aquí  más comedido que lo que sus labores de solista le llevan a acometer en  ocasiones –lo que es de agradecer; así como el de Daniel Oyarzabal  al clave, siempre presente, manteniendo su plano sonoro en el punto  adecuado y ayudando de manera constante a la fluidez de la música –la  labor de los continuistas es siempre tan importante y a veces tan poco  valorada.

   La otra parte del continuo, además de la dirección musical, corrieron por cuenta de Josetxu Obregón,  violonchelista bilbaíno de talento, que está probablemente en el mejor  momento de su carrera –relativamente corta pero ya asentada–, que se  mostró bien en las partes solistas –especialmente en Caldara– y en  aquellas arias que necesitaban de cello «obbligatto», pero también solvente en su aportación al continuo, resultando sus lecturas siempre apasionadas y realmente expresivas.

   Un concierto que resultó variopinto en las obras interpretadas, en el  que se nota un trabajo detrás –lo que siempre es de agradecer–, aunque  el programa a veces desconcertaba, precisamente por esa variedad tan  amplia. Lamentablemente decayó poderosamente en el apartado vocal,  brillando más en el instrumental, jugando la sonoridad de la sala de  cámara del auditorio ovetense malas pasadas en ciertas ocasiones a los  intérpretes –no es un sitio cómodo para hacer música. El escaso público  –la cosa va decreciendo poco a poco, así que al final del ciclo no  sabemos si quedarán veinte personas, si nos regimos por la tendencia de  los tres primeros conciertos– aplaudió considerablemente las  interpretaciones, por lo que fueron correspondidos con una obra extra,  la célebre Damigella tutta bella, del gran Claudio Monteverdi,  en una animosa y colorista lectura en la que se aprovecharon todos los  efectivos del conjunto para cometer su interpretación en una especie de  fin de fiesta, como no italiano.

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