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Crítica: Matthias Goerne cierra su temporada como residente en el CNDM con otro concierto en el Ciclo de Lied

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Autor: Codalario
11 de mayo de 2018

Porque el cisne cantará eternamente

   Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 08-V-2018. Teatro de la Zarzuela. XXIV Ciclo de Lied del CNDM. Franz Schubert (1797-1828), Schwanengesang, D 957 (1828). Matthias Goerne (barítono), Alexander Schmalcz (piano).

   Por etapas, de forma dosificada, disfrutando de cada encuentro, de cada ciclo, de cada lied, de cada poema, de cada palabra y de cada nota… Como cierre, ha sido gracias a este recital cuando hemos podido degustar –en un corto período de tiempo– los más famosos e introspectivos ciclos schubertianos –además, en el orden que a nosotros nos gusta-, partiendo del caleidoscópico Die schöne Müllerin, asimilando después el terrible Winterreise, para acabar rematando ese camino infinito de sensaciones con las últimas y sempiternas notas escritas por el genio vienés. Además, con el plus de haber sido interpretados todos ellos por el mismo artista, Matthias Goerne (1967), lo que dota al triple ciclo de una supra-unidad que lo hace si cabe mucho más atractivo y trascendental. Así, en Schwanengesang, pueden reconocerse, como destellos, lieder que nos llevan a uno o a otro de los ciclos anteriores, aunque también los haya radicalmente distintos.

   Un año después de la muerte de Schubert, el editor vienés Hanslinger reunió 14 de las canciones compuestas entre agosto y octubre de 1828, sobre versos de tres poetas distintos, y las editó con el llamativo título de El canto del cisne, si bien podrían haberse editado más bajo ese título, ya que prácticamente hasta sus últimos instantes el autor estuvo escribiendo música de una intensidad arrebatadora. Y es en este complicado contexto, circunscrito a esa supra-unidad que hemos comentado, pegado a lo psicológico, a lo filosófico y casi a lo metafísico, lo que ha logrado transmitirnos Goerne, soslayando múltiples dificultades musicales, técnicas, expresivas y textuales. Opinamos que pocos cantantes –y no sólo por sus méritos vocales– pueden abordar actualmente, con la solvencia, profundidad y la concentración adecuadas este complejo repertorio que él domina como nadie.

   Y es que Schwanengesang alberga una temática variopinta, en algunos casos hasta teatral o semi-escenificada, que bascula entre los desengaños y sufrimientos por culpa del amor (Ihr Bild, Su imagen), la necesidad de abordar mitológicos universos (Der Atlas), o amores sí correspondidos (Liebesbotsschaft, Mensaje de amor): un carrusel de saltos emocionales que se refleja en la música que acompaña los versos, combinando los poemas de forma muy efectista. Como debe ser en Schubert, no se admiten “desmayos” en su interpretación. Por tanto, la baza más importante de Goerne se basa en la variedad en la expresividad, en la multiplicidad de sonidos que es capaz de emitir, así como en la gradación de timbres –esmaltados y broncíneos; ásperos y suaves– de que dispone.

   Pero no sólo ello: Siente lo que dice y es capaz de transmitirlo al escuchante. Pudimos comprobarlo en Der Doppelgänger (El doble), una de las piezas más dramáticas, la última de este recital, ejecutada muy lenta, y en la que no recurre a la exhibición vocal (como por ejemplo sí hizo en Der Atlas, con agudos un tanto desaforados), sino a unas dinámicas muy contrastadas que reflejan y transmiten trabajadas tensiones psicológicas internas.  

   En cuanto a su acompañante, el experimentado Alexander Schmalcz –que sustituyó en el último momento a Markus Hinterhäuser, por enfermedad debidamente justificada- respetó a pies juntillas una de las reglas más importantes del Lied que dice que “la tercera mano del piano siempre es la voz”, es decir estuvo a la misma altura y aportó todo lo necesario para multiplicar los efectos del instrumento en pos del camino marcado por Goerne, creando un maridaje armónico muy sutil que sirvió para encuadrar palabras y frases del texto dependiendo del efecto buscado. Quizá fue en Am Meer (Junto al mar), y en Die Stadt (La ciudad) donde la conjunción Goerne-Schmalcz alcanzó puntos extra, creando en la segunda atmósferas oníricas y desubicadas, así como una desolación angustiante en la primera, con los acentos de la mano izquierda y la repetitiva inclusión de arpegios, a los que el canto añade hirientes tintes muy marcados.

   Tampoco podemos dejar de comentar la recreación quintaesenciada por ambos de Ständchen (Serenata), a un tempo más lento que de costumbre, en la línea del refinamiento melódico del Ave María, aunque realicen una versión menos almibarada que de costumbre al evitar adornos innecesarios en el instrumento pianístico, razón por la cual algunas versiones –e incluso orquestaciones– han quedado con un regusto de artificial “afectamiento”. Como sexta del recital, se introduce el lied Herbst (Otoño), un tanto lineal en su espíritu desesperanzado, y ejecutada quizá con propensión hacia un monótono “piloto automático”… Cualquier excusa parece buena si sirve para romper la mala suerte que puede provocar programar 13 canciones.

   En suma, no fue éste sólo un recital para recordar, sino más bien una ocasión especial en la que el público pudo agradecer de forma calurosa, con sus aplausos y vítores, la tríada de los ciclos ofrecidos, como prueba de que un artista de la talla de Matthias Goerne es capaz de redescubrir y explicarnos estos complejos ciclos a la manera de que, en realidad, son universos que anidan unos dentro de otros, y que nunca deben intentar cerrarse sobre sí mismos, sino que deben buscar una expansión multiforme, hacia el infinito. Entendiéndolos de esta manera, siempre será posible conseguir que el cisne cante eternamente. Porque ese cisne es el mismísimo Schubert.

Fotografía: Marco Borggreve.

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