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Crítica: Nacho Laguna, María del Buey e Irene Serrano presentan «Ferrarese» en la Fundación Juan March

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Autor: Mario Guada
13 de noviembre de 2025

El joven tiorbista español, uno de los más destacados de su generación, firma un memorable recital a solo y un magnífico espectáculo multidisciplinar en el que música, texto y estética se engarzan para rendir homenaje a lo Ferrarese como concepto y personificación del compositor Giovanni Pittoni

Nacho Laguna, Ferrarese, Fundación Juan March, Irene Serrano, María del Buey, Giovanni Pittoni

Evocaciones de Ferrara

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid, 10-XI-2025, Fundación Juan March. Ciclo Jóvenes intérpretes. Ferrarese. Obras de Giovanni Battista Vitali, Giovanni Pittoni Ferrarese, Benedetto Ferrari, Alfonso dalla Viola, Maurizio Cazzati y Claudio Monteverdi. Nacho Laguna [tiorba], Irene Serrano [narración], María del Buey [texto], Alba Segovia [diseño de iluminación, Diego García [plástica escénica y vestuario].

En el enigma de este viaje descubrimos que hay países sin lugar, igual que hay relatos sin cronología. Para contar esta historia, será irremediablemente necesario dejar de escribir. Tendremos que atrevernos a prestar oídos ciegos y cruzar su puerta.

María del Buey Cañas.

   Ferrara, ciudad evocada aquí a través del vocablo Ferrarese, es una de esas ricas ciudades-estado italiana que a través de los siglos han construido una vasta y poderosa historia en la que la cultura, como no podía ser de otra forma, desplegó sus alas como entretenimientos, instrumento de poder y símbolo de riqueza. Este trabajo del tiorbista Nacho Laguna, a la sazón con la investigadora María del Buey, toma forma en el año 2022, para convertirse en el primer disco editado a solo del intérprete aragonés y en uno de los escasísimos registros con obras de este autor bastante desconocido –que toma el nombre de Giovanni Pittoni Ferrarese (c. 1630-1677)– que existen en la discografía. Aquí, se han traslado aquel concepto al escenario de la Fundación Juan March, dentro de su Ciclo Jóvenes intérpretes, para lo que se ha contado con la presencia de la narradora Irene Serrano, maravillosa de inicio a fin, así como la sutilísima plástica escénica y el vestuario a cargo de Diego García, añadiendo el subyugante diseño de iluminación de Alba Segovia, que sin duda comparece como un intérprete más, dada su relevancia y lo mucho que aporta al resultado final de este inteligente y refinadísimo espectáculo. Todo ello con músicas que evocan Ferrara y su entorno, las cuales se acompañan –¿o acaso es a la inversa?– de los excelentes textos de la propia María del Buey.

   Para ilustrar esta crítica, tomo prestado algunos de los textos que aparecen en las notas al programa de la grabación, editada por el sello Gemelli Factory, comenzando por estas palabras de la propia María del Buey: «Contar historias no es escribirlas, ni siquiera sobre la superficie inestable del tiempo. Es un gesto más próximo a la encarnación, contar historias es hacerlas pasar por el propio cuerpo. No sólo a través de la lengua y los labios, la punta de los dedos, los párpados o los pulmones, sino también por esa apertura de la intimidad que es el aliento. Lejos del uso capital de la Historia, contar historias es habitar el espacio que nos separa para atrevernos a cruzarlo otra vez, desde la ignorancia de lo que nos espera al otro lado. Es un acercarnos a lo desconocido para poder reconocernos de nuevo. Que esta historia sea difícil de contar se debe, en parte, a que esa otra Historia mayúscula fijó su destino en una memoria sin aliento, en unos manuscritos ignorados por el tiempo. Digamos, por ahora, un lugar: Ferrara; y digamos también un momento: 12 de noviembre de 1677. El cuerpo de Giovanni Pittoni, ‘ferrarese, celeberimo Musico Suonatore di Tiorba e Confratello della Venerabile Compagnia della Morte’, yace por primera vez sin vida en una alcoba de la que no sabemos nada. Es autor de las últimas obras para tiorba originalmente escritas en tablatura italiana, un gesto que, hasta donde conocemos, no volverá a repetirse en el repertorio de este instrumento. Apenas ocho años antes de su muerte, Giovanni Pittoni –el Ferrarese de nuestra historia– veía publicados bajo el cuidado de Giacomo Monti dos de los tres libros que escribiría para tiorba y bajo continuo. De ellos diremos también un lugar y momento: Bolonia, 1669. Pese a que sólo el tercero de los libros compuestos por Pittoni está incompleto –del que únicamente se conserva la parte de violín de una partitura originalmente escrita para tiorba, violín y bajo continuo–, la música contenida en estos libros raramente se interpreta. El suyo es un cuidado que ha viajado en silencio por las sombras de los días, los meses, las estaciones y, en la largura de ese mismo silencio, también los siglos. Del viaje no conocemos más que lo que su llegada revela: la posibilidad de una música en forma de veinticuatro sonatas esbozada en números y pentagrama cifrado, la caligrafía propia de la tablatura italiana y el bajo continuo. Puede que todas las historias sean difíciles de contar, pero, si podemos enmendar la mayúscula que una de ellas a veces derrocha es, precisamente, gracias al entramado de voces que encierran. Cada una a su manera, estas voces susurran que las historias no tienen lugar hasta que se cuentan. Así, del viaje incierto de estos libros olvidados sólo intuimos una aritmética cautelosa a la espera de su cálculo».

Partitura Giovanni Pittoni Ferrarese

Portada y primera página de la Sonata XII en la edición impresa de Intavolatura di Tiorba nella quale si contengono dodeci Sonate da Camera, per Tiorba sola, col Basso per il Clavicembalo, Opera seconda, de Giovanni Pittoni Ferrarese [Bologna, 1669, Bayerische Staatsbibliothek].

   Por su parte, Nacho Laguna comenta lo que sigue: «Además de dar nombre a este disco, ‘ferrarese’ es también el término utilizado para designar todo lo perteneciente o relativo a la ciudad italiana de Ferrara. A pesar de sus orígenes modestos, Ferrara se consolidó como uno de los grandes centros políticos y culturales del Renacimiento italiano y europeo gracias al legado de los Este. Sus muros vieron las creaciones de importantes músicos como Josquin des Prés, Girolamo Frescobaldi o Luzzasco Luzzaschi. Alrededor de 1630, en una Ferrara la que ya había vivido sus momentos de mayor auge cultural y musical, nace Giovanni Pittoni Ferrarese. Poco se sabe de este icónico personaje de Ferrara, autor de libros publicados en 1669 para Intavolatura di Tiorba y continuo. Debido al escaso repertorio conservado para tiorba, especialmente si lo comparamos con la producción de la que gozaron instrumentos como el violín o el clavicémbalo, los dos libros de Pittoni constituyen uno de los grandes acontecimientos de la literatura de este instrumento. Sin embargo, a pesar del gran valor histórico y musical de su obra, esta no ha gozado de la atención y popularidad que otros compositores como Giovanni Girolamo Kapsberger coma y Bellerofonte Castaldi o Alessandro Piccinini tienen dentro de la escena musical actual. Siendo conocedores de la escasa literatura musical existente para tiorba, y del carácter autodidacta de Giovanni Pittoni (que estudió este instrumento ‘día y noche durante 25 años’), surge la siguiente cuestión: ¿qué repertorio estudió el ferrarese, y cómo fue su acercamiento a la tiorba durante todos estos años? La idea del de repertorio fue incorporada en la pedagogía musical con la creación del conservatorio de París a finales del siglo XVIII. Sin embargo, la práctica musical en la época de Pittoni era bien distinta. Los músicos tenían el hábito de adaptar a su instrumento a cualquier tipo de pieza sin importar la instrumentación original para que estuviera escrita. Así, Pittoni en su labor autodidacta no se debió limitar exclusivamente al estudio del repertorio de intavolatura para tiorba, sino que, muy probablemente el ferrarese estudiaría diferentes formas musicales de la época coma como recitativos, madrigales o sonatas, trasladándolas a su instrumento. Esta práctica –mucho más cercana a hacer artesano que a la labor de genio creador acuñada en el siglo XIX a partir de esa nueva noción de repertorio– convivió en el siglo XVII con la labor compositiva de los músicos. Del mismo modo cohabitan una selección de algunas de las sonatas de Pittoni con arreglos de diferentes piezas musicales que también compartieron la época y el lugar del Ferrarese. Esta selección de obras nos permitirá recorrer la historia de Ferrara coma desde sus momentos de mayor auge musical y cultura con la tradición madrigalista y uno de sus mayores exponentes, Alfredo dalla Viola, hasta su declive con Antonio Vivaldi y el frustrado estreno de su Farnece. Además, la concepción de la práctica musical como una labor de artesanía dibuja un puente que también nos sirve para conectar a Giovanni Pittoni, en su faceta de tiorbista autodidacta, con la arraigada tradición de luthería de Ferrara, que cristalizó en esta ciudad un sinfín de talleres y maestros dedicados a la construcción de laúdes, tiorbas, guitarras y muchos otros instrumentos. La historia de Pittoni no podría contarse sin Ferrara. Este desconocido músico y su ciudad son los personajes de este viaje. Sin embargo, hasta donde sabemos, esta es la primera vez que la historia de Ferrara va a ser contada a través de su ilustre ciudadano. Es un viaje que no puede narrarse sólo con palabras, ya que las sonatas de Giovanni Pittoni y la música de Ferrara son la verdadera voz de este relato hasta ahora olvidado».

Nacho Laguna, Ferrarese, Fundación Juan March, María del Buey, Irene Serrano, Giovanni Pittoni

   De entre la penumbra absoluta de la sala se intuye la aparición del protagonista, que amén del propio Pittoni, no es sino Nacho Laguna, quien hace su aparición para tomar la tiorba [véase la N.B. al final del texto] depositada en un soporte. Se sienta y comienza a mascullar algo con el instrumento, una piececilla de un tal Giovanni Battista Vitali (1632-1692), compositor boloñés bien conocido por sus obras para el violonchelo, instrumento que tañía, de quien interpretó un arreglo propio de «Quale ferisce più la lingua ò la spada», Cantata quarta per l’Accademia, con su correspondiente recitativo «Così scaltra e prudente» y posterior aria «Se poi fingo pietosa o zelante». Y es ahí que la voz imperativa, pero maravillosamente reflexiva y rebosante de inflexiones y colores, de Irene Serrano –dado que este recital se celebró en sendos días consecutivos, en el primero de ellos la narración corrió a cargo de la propia del Buey, autora de los textos– toma forma para guiar al escuchante en su devenir casi hipnótico entre los acogedores sonidos de la cuerda y los evocadores textos a los que da vida. Y es así, con el cálido toque de Laguna, tan certero como delicado y escrupuloso, que la figura de Giovanni Pittoni Ferrarese aparece por vez primera en la velada, con su Sonata n.º 7 (Intavolatura di Tiorba, Opera prima, Bologna, 1669), que es en realidad un arreglo de Laguna, pues el original requiere de una parte de continuo para la tecla. Las tres secciones [Grave, Larga y Presto] y el posterior enlace con la Sonata n.º 9 –del mismo libro I– apenas se perciben y distinguen. Esta es música para iniciados, qué duda cabe, pero el hecho de que las obras no se anuncien ni se puedan consultar fácilmente dada la obscuridad de la sala, quizá facilita ese acceso, se acerca al público, y desde luego Laguna parece demostrar que un recital de tiorba sola, si bien es un bocado maravilloso, puede ser degustado por aquellos que quizá nunca se pararon a pensar si les podría gustar. Es como acercar el sushi a los que creen que sólo les gusta el pescado al horno.

   Con Benedetto Ferrari (1603/04-1681) la tiorba se hace canto, al menos de manera mucho más evidente, sobre todo para los que conozcan una versión original de su hermosa melodía «Son ruinato, appasionato» (Musiche varie a voce sola, Venezia, 1633), para voz y continuo. Más conocido por su labor teatral, tanto como compositor de óperas y libretista, pero también como empresario, no muchos saben, quizá, que era conocido como Ferrari «della Tiorba», pues tañía dicho instrumento, el cual incluso llegó a tocar en algunas producciones de ópera en Venezia –su actuación en la orquesta del Teatro San Cassiano (1637) para la ópera L’Andromeda, un libreto suyo musicalizado por Francesco Manelli, está bien documentada–. Y las notas fluyen por el mástil ágiles y certeros, elaborando con ductilidad y amable articulación el discurso vocal reconvertido en las cuerdas, que se fusionan con la línea del continuo de manera tan natural como efectiva. Y el trino parece volar en sus dedos, hasta que la música se va desvaneciendo en un discurso fragmentario que apela a las ganas de seguir con la escucha. Entonces se va mezclando, casi sin quererlo, con el inicio de unas bellísimas improvisaciones propias sobre los afamados Canarios. Laguna abandona la tiorba, se traslada hacia un pequeño escritorio y apunta en una partitura lo que canturrea, no vaya a ser que lo que viene a la mente se olvide… «Contemos las historias, y al contarlas agradezcamos haberlas escuchado primero», anuncia Serrano –¡cuánta verdad!–. Es entonces cuando Laguna retoma el discurso para elaborar esas virtuosas y exquisitamente ornamentadas improvisaciones, que quizá no lo son tanto, pero qué más da, si realmente evocan tanta belleza y emoción… Firma aquí uno de los momentos más subyugantes e inolvidables de una velada ya per se memorable.

Nacho Laguna, Ferrarese, Fundación Juan March, Irene Serrano, Giovanni Pittoni, María del Buey

   Regresa a la figura del Ferrarese, con su Sonata n.º 12 [Intavolatura di Tiorba, Opera seconda, Bologna, 1669], que en sus cuatro secciones [Grave, Sua Corrente, Sua Sarabanda y Sua Gigue] llega de nuevo en arreglo propio, pues si la primera requiere de un órgano para la línea de bajo, se prescribe aquí el clave como el mejor instrumento para ello. Para Laguna tiorba y clave son uno, y en la claridad del discurso, sus articulaciones diáfanas y el sonido tan cuidado y límpido se alcanzan lecturas vibrantes del Ferrarese.

   «Océanos de tiempo y materia en movimiento se mecen en el interior de la tiorba. Su arquitectura encierra la contradicción entre el afecto y la condena, el amor y la justicia». Así, ofrece Serrano el pie para la presencia de una nueva figura, la del ignoto Alfonso dalla Viola (1508-1573), otro compositor ferrarese del que se ofrece su madrigal «Ingiustissimo amor», tomado de Il primo libro de madrigali diversi [Ferrara, 1539] y arreglado por el intérprete con sabia mano. Aquí, los acordes de las cuatro partes vocales y el intricando contrapunto se mecen con dulzura, exponiendo las líneas con claridad, en una evocación al pasado renacentista de la ciudad que hasta ahora no se había transitado. Música exquisita, que plantea toques de individualidad en su declamación y color tonal, en una interpretación a su altura. Y, créanme, no es habitual escuchar con tanta limpidez instrumentos de cuerda pulsada a solo.

   La figura del veneciano Antonio Vivaldi (1678-1741), vinculado de manera aciaga a la ciudad de Ferrara, como se ha visto, toma prestado brevemente el escenario por medio del recitativo «Dite che v’hò fatt’io, ditelo, ò cielo!» de su ópera Il Farnace, RV 711, antes de dar paso de nuevo al protagonista Giovanni Pittoni Ferrarese, con una selección de su Sonata n.º 9 (Intavolatura di Tiorba, Opera seconda, Bologna, 1669): Grave y Sua Gigue, que dan de nuevo la oportunidad a Laguna de mostrar la calidad de su música, notablemente idiomática y que bien merece una mayor atención.

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   Aunque documentada, no es muy conocida la vinculación de Maurizio Cazzati (1616-1678) con el Ferrarese, pero es bien cierto que la relación maestro-alumno que ambos mantuvieron resulta muy atinada aquí, en tanto que la música instrumental de aquel toma vida en su Balletto quarto [Partitura di Correnti e Balletti, Bologna, 1662], aquí en un magistral arreglo para tiorba sola, que resuena en plenitud estilística, especialmente si se tiene en cuenta que el compositor –tan vinculado a la célebre basílica de San Petronio, en Bologna– fue creador de algunas sonate y canzone para conjunto que siguen la tradición veneciana de la canzona, bien en su estilo imitativo, con secciones cortas y contrastadas con fórmulas cadenciales estereotipadas, que serán el germen de buena parte de las obras instrumentales que desembocarán años después en el modelo «corelliano» de sonata.

   Para concluir, regresa la figura de Benedetto Ferrari, a través de Claudio Monteverdi (1567-1643) y el celebérrimo dúo «Pur ti miro», de su ópera L’incoronazione di Poppea [Venezia, 1642]. Cuántos disgustos ha protagonizado la autoría de este hermosísimo dueto, sobre todo al confirmarse que su firma es de Ferrari y no del todopoderoso «Il divino Claudio» –es bien conocido hoy día que en esta ópera colaboraron algunos otros compositores, además del propio Monteverdi–. Pero así es la historia de la música, repleta de préstamos, adopciones e incluso engaños. Pero, como bien dicen los protagonistas: «[…] estas prácticas quizá deban conservar siempre su misterio». Qué deleitoso su sonar en manos de Laguna, quien hilvanó con absoluta sutileza las voces y el continuo que convergen en el dúo, otro momento tan impecable en su musicalidad como magistral en su destreza técnica. Y así, el levemente decorado escenario volvió a quedar a oscuras, no sin antes ofrecer una exquisita iluminación. Enhorabuena a todos los implicados, incluyendo este trabajo a cargo de Alba Segovia, que brindó momentos visuales para guardar verdaderamente en la memoria largo tiempo. Me quedo con dos: uno, con el tiorbista de espaldas, en una iluminación que proyectó su imponente sombra sobre el fondo del escenario; la segunda, este final, con una especie de móvil creado de espejos, el cual refleja la tenue luz que le inspira hacia toda la sala, manteniéndose el resto a oscuras.

Nacho Laguna, Giovanni Pittoni, Ferrarese, Fundación Juan March, Irene Serrano, María del Buey,

   Tras los calurosos aplausos, regresaron Laguna y Serrano al escenario para repetir un pequeño fragmento de este cuidadísimo espectáculo que sin duda aporta mucha esperanza al vislumbrar que aún quedan ganas y saber hacer para construir un recital a solo en que la música es, a la vez, epicentro y excusa, en el que otras artes toman presencia, pero sin forzar, y que, como se ha visto, realmente funciona excelentemente para el público. Ferrarese es un extraordinario devenir de música y palabra que ha supuesto uno de los recitales a solo más memorables, inteligentes y sumamente cuidados que recuerdo en años.

   N.B. Aprovecho para enlazar aquí un artículo que publiqué hace tiempo en Codalario y que titulé La tiorba y otras tipologías similares del láud, pues me parece apropiado para la ocasión y puede servir de información extra para quien así lo considere.

Fotografías: Alfredo Casasola/Fundación Juan March.

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