El icónico director griego, nacionalizado ruso, se puso al frente de su agrupación y los solistas de la Anton Rubinstein Academy para ofrecer una Gala Handel que apenas alcanzó cotas de excelencia y la que la firma del compositor estuvo totalmente desconfigurada en aras de una espectacularidad superficial
Ni tan genial, ni tan historicista, ni tan Handel
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid, 17-X-2025, Auditorio Nacional de Madrid. La Filarmónica. A Dedication Ceremony to George Frideric Handel. Artistas de la Academia Anton Rubinstein: Tatiana Bikmukhametova, Ksenia Dorodova, Diana Nosyreva, Iveta Simonyan, Sofia Tsygankova [sopranos], Yulia Vakula [mezzo-soprano], Andrey Nemzer [contratenor] • musicAeterna | Teodor Currentzis [dirección].
Milord, debería lamentarlo si sólo conseguí entretenerles, dado que pretendía lograr que fueran mejores.
George Frideric Handel, en un comentario a Lord Kinnoul tras una interpretación de su oratorio Messiah [Handel, de Percy M. Young].
El caso del director greco-ruso Teodor Currentzis –nacido en Grecia, nacionalizado y residente en Rusia– resulta paradigmático como ejemplo de una figura que ha alcanzado un estatus de absoluto icono de la música clásica. Merecido o no, ese es un debate que llevaría tiempo resolver con numerosos argumentos a favor y en contra. De lo que no cabe duda es que su presencia en cualquier temporada le aporta un halo de evento especial y asegura, incluso en una función nocturna como esta –anunciada para las 22:30 horas, pero iniciada, por una lamentable organización, media hora más tarde–, un lleno a rebosar en toda una sala sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid, que cuenta con más de dos mil trescientas localidades. No resulta de sorprender el empuje que puede tener la presencia de figuras icónicas como esta en una sala de conciertos; la mitomanía está, parece, más vigente que nunca. Para la ocasión, La Filarmónica y el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM], dentro de su ciclo Universo Barroco, han colaborado* para hacerse cargo de un espectáculo que, a tenor de lo visto, ha tenido que costar unos cuantos miles de euros a las arcas de ambas institucione, siendo la primera quien parece haber llevado la mayor carga organizativa y programática del espectáculo.
Titulado originalmente como A Dedication Ceremony to George Frideric Handel –La Filarmónica lo tituló sencillamente como Gala Handel, pero sin duda el título original tiene mucho más sentido, sobre todo una vez presenciado el carácter ceremonial de esta velada–, se trata de un espectáculo –que ha sido objeto de una gira por ciudades rusas, griegas y hasta tres citas en nuestro país [Madrid, Valencia y Barcelona]– protagonizado por musicAeterna, orquesta y coro bien conocidos y fundados hace algunos años por el propio Currentzis, los cuales son el vehículo que este utiliza para desarrollar e investigar sus poco ortodoxas propuestas. Se trata de un gran proyecto semiescenificado dedicado a celebrar el 340.º aniversario del compositor nacionalizado británico, que cuenta con la participación solista de cantantes salidos de la primera promoción de la Academia Anton Rubinstein, jóvenes y prometedores voces que están siendo formadas en este centro. El programa monográfico es un pasticcio con varios sus grandes éxitos tomados de algunos de los majestuosos oratorios basados en el Antiguo Testamento, arias de sus óperas italianas más afamadas, intercalando algunos pasajes orquestales y corales de poderoso virtuosismo. Y todos ello bajo la inspiración de una supuesta interpretación historicista, aunque cabe reflexionar sobre este aspecto más adelante. «La naturaleza pastiche de la acción sigue los principios de la extravagancia barroca con su carácter ilusorio, multidimensional, el juego constante de escalas y la atención a la voz y al espacio. George Frideric Handel nació hace casi tres siglos y medio, pero es difícil nombrar a un artista de su época que, paradójicamente, nos resulte tan cercano. Como auténtico ser humano del siglo XXI, se reinventó incansablemente a lo largo de su vida: pasó de ser un brillante novato teatral en Hamburgo a convertirse en un virtuoso del clavicémbalo, un joven favorito de la nobleza romana, autor de sensacionales óperas italianas en Londres y creador de oratorios ingleses. Handel se movió orgánicamente entre culturas y géneros, sin dejar de ser independiente internamente. El teatro de Handel es el más cercano al oyente moderno: psicológicamente auténtico, lleno de personajes fuertes, peligro y drama, pero encerrado en estructuras inmaculadamente claras y perfectas; responde a la necesidad de verdad y pasión, al tiempo que encarna la dignidad, la claridad estructural y una reconfortante sensación de forma». Intenciones obligan –como explicita este fragmento de la propia agrupación describiendo el espectáculo–, resultado decepciona.
Lo deseable, cuando uno acude a cualquier concierto –máxime cuando va a realizar una labor de crítica musical, como es el caso–, es asistir lo más virginal posible, dejando los prejuicios y todo lo que pueda conocer de un determinado artista libre de expectativas que puedan nublar o influir el juicio de uno. Con Currentzis es difícil, porque el halo de genialidad que le acompaña desde hace años conlleva esperar siempre los resultados más apabullantes. Me temo que no fue el caso. Debo decir, con cierto asombro, que no se atisbó ni un mínimo de ese genio que se le atribuye, y es que quizá la música de Handel no es para él, o él no es para la obra de Il caro sassone, pero ni el espectáculo fluyó, ni la música alcanzó las cotas que desprende –y eso que la elección, bastante trillada, incluía varias de las obras que hacen elevarse a cualquiera–, y el devenir de las obras soporto difícilmente toda la parafernalia concebida alrededor, contando con una escenografía milimétricamente concebida para la ocasión por Elizaveta Moroz y con el vestuario de Sergey Illarionov –túnicas por doquier–. Y es que en el espectáculo en sí mismo radicó parte del problema. Tiene su público, qué duda cabe –así lo hizo saber la mayor parte del enfervorecido público–, pero más allá del ambiente intimista, casi a oscuras e iluminado de manera sutil por unas bombillas en escena, este dificultó notablemente la visión que de los músicos se tiene desde las butacas –un concierto en directo, no se nos olvide, es también performance, sí, pero esta incluye la vista y no sólo el oído–, además de imposibilitar, para el que así lo quisiera, la lectura de las traducciones de los textos cantados que se adjuntaron al escueto programa de mano. Por cierto, tampoco se entiende por qué no se explicitó con claridad qué cantantes interpretaron qué obras ni se mencionó los nombres de las respectivas plantillas de orquesta y coro, una información esencial que resulta increíble se omita en pleno 2025.
Por otro lado, el planteamiento historicista, un punto siempre substancial en lo que a la interpretación de repertorios barrocos se refiere, resultó ambiguo aquí. No es musicAeterna una agrupación especializada, ni siquiera una orquesta que transite estos repertorios con frecuencia. Sin embargo, la supuesta ductilidad y la calidad misma de la agrupación en otros repertorios bien pueden habilitarla para acometer música de Handel con cierto criterio y la calidad necesaria. Pero una aproximación históricamente informada –como se anuncia en este proyecto– va más allá de usar o adaptar los instrumentos a los de la época, con arcos barrocos, menos vibrato y plantear articulaciones concretas. Desde luego, el deje de orquesta moderna se hizo notar en numerosas ocasiones, demasiadas, sobre todo en una sección de cuerda que no terminó de resultar convincente en estas lides, a pesar de lo nutrido de la misma –al carecer de plantilla y dada la situación es escena es difícil asegurarlo, pero hablamos de entorno a 12/10 violines, 4/5 violas, unos 4 violonchelos y cuatro contrabajos–. El sonido, de gran empaste y afinación en muchos momentos de la velada, resultó menos aquilatado y profundo de lo esperado, y entre las cuerdas se vislumbraba la presencia de muchos violinistas modernos reconvertidos al barroco para ocasiones puntuales –comenzando por una concertino, que estuvo bastante desafortunada en varios momentos de la velada, por cierto, a la cual le costó demasiado esconder los dejes del violín moderno–, y ni siquiera la obsesiva –hasta extremos innecesarios– dirección de Currentzis logró arreglar algunos de esos desaguisados. Algo mejor las maderas, destacando un dúo de oboes barrocos y un solista del mismo que defendieron con convicción, notable afinación y articulaciones precisas la mayor parte de su recurrente presencia. Algo menos deleitosos resultaron los metales, con trompas naturales, es cierto, pero trompetas con agujeros. El dispendio de efectivos fue tal, que hubo incluso espacio sobre el escenario para las placas afinadas que Handel prescribió para su monumental oratorio Saul –quizá el mejor de su producción–, así como campanas y celesta –en su día se utilizó una especie de carillón, dado que la celesta no se había inventado–. Por supuesto, también un arpa. Y por su cuenta y riesgo, el director greco-ruso decidió introducir un instrumento de cuerda frotada bastante extemporáneo a la formación, una especie de rebec que incluso tuvo presencia solista, con no demasiada fortuna.
«Ni tan Handel», reza la última de las afirmaciones en el título de esta crítica. Y es que la heterodoxia reinó por doquier en esta velada, hasta el punto de que la música de Handel se tornó caso irreconocible en varios momentos, en algunos de ellos con inusitado ahínco por desfigurar su música, como en la maravillosa aria «Eternal Source of Light Divine», de la Ode for the Birthday of Queen Anne, HWV 74 o en el no menos esplendoroso dúo «De torrente in via bibet» de su Dixit Dominus, HWV 232, por mencionar dos de los más dolorosos ejemplos perpetrados.
Entre las voces solistas, a cargo de jóvenes cantantes desconocidos fuera del entorno ruso, tan sólo algunos destellos lograron ofrecer momentos de algo cercano a la excelencia artística, destacando el color vocal de Yulia Vakula; la ligereza y agilidad, con un agudo luminoso, ofrecida por la soprano Iveta Simonyan; la delicada expresividad de la también soprano Tatyana Bikmukhametova; o el desparpajo escénico –aunque sobreactuado– y la notable solidez técnica, con poderosa proyección del contratenor Andrey Nemzer –que es, además, el coach vocal de la Anton Rubinstein Academy–, que firmó una versión de la conocida como «escena de la locura» [recitativo y aria «Ah! Stigie larve - Vaghe pupille»] de la ópera Orlando, HWV 31 de ciertos quilates. Arias muy conocidas por el público general, como «Disserratevi, o porte d’Averno» [La resurrezione, HWV 47], «As with Rosy Steps the Morn» [Theodora, HWV 68], «Penna tiranna» [Amadigi di Gaula, HWV 11] o «Piangerò la sorte mia» [Giulio Cesare in Egitto, HWV 17] fueron desfilando por el escenario, en muchas ocasiones con más pena que gloria.
Quizá el mayor logro vocal lo aportara la muy nutrida agrupación coral –preparada por Vitaly Polonsky–, con más de cuarenta jóvenes voces bien entradas, que ofrecieron lecturas sopesadas, con cuidado sonido, una afinación muy ajustada y bien balanceadas entre las líneas, por más que Currentzis se empeñó en obligarles a realizar serie de movimientos gestuales y escénicos que poco o nada aportaron a la interpretación, au contraire, desvirtuaron el trabajo de un elemento tan fundamental en la música sacara de Handel como es el coro. Sus versiones de «Zadok the Priest, del Coronation Hymn n.º 1, HWV 258; «Oh, Let the Merry Bells Ring Round», de L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato, HWV 55; «He Saw the Lovely Youth» y «O Love Divine, thou Source of Fame», de Theodora, HWV 68; así como el aria coro que cerró la velada, «Sing Ye to the Lord», Israel in Egypt, HWV 54 estuvieron entre lo verdaderamente salvable de la velada.
Ni siquiera algunos de los monumentales momentos orquestales lograron impactar, y si lo hicieron fue por la querencia hacia lo extremo: si algo es rápido, tóquese aún más rápido; si algo el lento y expresivo, alárguense las frases hasta el máximo posible; si algo impacta por su poderío tímbrico, inténtese que todo se mezcle y el impacto se cree más por el volumen sonoro –que en realidad no fue tal– que por la pureza de los colores que aporta cada línea. Un verdadero desconsuelo «handealiano».
Me gustaría creer que este tipo de espectáculos no interesan a una gran masa, pero me temo que estoy equivocado, dado no sólo el poder de convocatoria, sino también el desaforado entusiasmo con que este programa fue recibido al concluir. Público en pie y ovaciones muy intensas, que hicieron a Currentzis –que de autopercepción anda sobrado– ofrecer no menos que cuatro bises, incluyendo muchas de las arias más conocidas que todavía no habían sido interpretadas hasta el momento, incluyendo auténticos grandes éxitos como «Tornami a vagheggiar», de la ópera Alcina, HWV 34 o «Lascia la spina», versión sacra de la célebre aria para el oratorio Il Trionfo del Tempo e del Disinganno, HWV 46a. Y así, tras algo más de dos horas –incluyendo el retraso de media hora– de extravagancias varias, un Handel que apenas sonó como tal, una interpretación muy por debajo de lo que sus mimbres podrían dar de sí y la ausencia de toda genialidad en una figura tan grandilocuente y atrayente para el público, como es la de Currentzis, algunos nos volvimos para casa con la sensación de estar desubicados de este mundo que hemos construido, en el que el verdadero valor del arte, ese que no requiere de aditamentos ni alaracas, está de capa caída. Qué nostalgia da pensar en los buenos tiempos que fueron y que parecen difuminarse…
Fotografías: Elvira Megías/La Filarmónica/CNDM.
* N.B. Al respecto de lo comentado acerca de la organización de este evento, pongo en conocimiento de los lectores los siguiente, tal y como se me ha hecho saber por parte de La Filarmónica: «La organización y gestión completa del concierto corrió íntegramente a cargo de La Filarmónica, incluyendo la contratación de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, así como la del maestro Currentzis y la orquesta y coro musicAeterna. Cabe señalar que La Filarmónica no cuenta con ningún tipo de subvención pública. En consecuencia, el CNDM no participó económicamente en la organización del concierto, sino que incorporó este evento a su programación, lo comunicó a su público y les facilitó ciertas ventajas, algo que valoramos y apreciamos sinceramente».
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