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Crítica: Ton Koopman repite en el "Universo Barroco" del CNDM con un recital de clave

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Autor: Mario Guada
12 de octubre de 2016

El clavecinista holandés abrió también el Universo Barroco en la sala de cámara, con un recorrido por la Europa barroca en el que mostró su inmenso bagaje aunque no logró deslumbrar.

MÁS VALE EXPRESIVIDAD EN MANO QUE TÉCNICA VOLANDO

    Por Mario Guada
Madrid. 10/10/2016 | 18:00. Auditorio Nacional de Música | Sala de cámara. Universo Barroco. Entrada: 10, 15 y 20 €uros. Obras de Jan Pieterszoon Sweelinck, William Byrd, Louis Couperin, Pablo Bruna, Joseph-Hector Fiocco, Antoine Forqueray, Jacques Duphly, Dieterich Buxtehude, Henry Purcell y Johann Sebastian Bach. Ton Koopman.

   Ton Koopman se ha convertido –si no me equivoco– en el primer artista que inaugura el ciclo Universo Barroco, del Centro Nacional de Difusión Musical, tanto en su sala sinfónica como en la de cámara en una misma temporada, con un concierto que, para los que pudimos presenciar los Brandemburgo del día anterior, habría de redimir en cierta manera la sensación amarga producida. Puedo decir que lo consiguió, pero solo a medias. El programa presentó un recorrido por un siglo y medio de música europea destinada al teclado, lo cual es decir mucho. No soy especialmente partidario de este tipo de recitales en los que no se aprecia un hilo conductor, sino que simplemente se van sucediendo una serie de piezas, con el único fin, imagino, de mostrar un amplio espectro del vastísimo repertorio que hay para el instrumento en este período. Quizá para el público más general es una buena fórmula, pues probablemente permite descubrir algunos autores y piezas desconocidas, pero para los conocedores del repertorio resulta un tanto anodino, a pesar de que todas las obras presentadas son un dechado de técnica y hermosura.

   El recital comenzó de la mano de Jan Pieterszoon Sweelinck (1562-1621), llamado por sus contemporáneos el Orfeo de Amsterdam, pues fue sin duda uno de los maestros de la tecla de su tiempo. De él se interpretaron tres obras de sumo interés: la Fantasía en Re menor, de gran carga cromática –que sirvió para enmarcar, junto a la célebre Fantasía cromática & Fuga de Bach, que cerró el concierto, el programa aquí presentado–; el Ballo del Granduca, una de las melodías más populares de la época, sobre la que muchos compositores realizaron composiciones y variaciones; además de su Paduana lachrimæ, construida sobre esas cuatro notas iniciales de las célebres Lachrimæ de John Dowland. Le siguió la Fantasía en La menor de William Byrd (1543-1621), magnífico ejemplo de la escritura para tecla del genio inglés y buen ejemplo de la línea de unión de la escuela de virginalistas ingleses con los autores barrocos para tecla, de cuya presencia en el concierto me alegré sobremanera, pues apenas se interpreta por estos lares. Louis Couperin (1626-1661) es otro autor muy poco presente en el panorama de conciertos españoles, a pesar de su importancia, suponiendo un puente de unión entre la escuela de laudistas franceses del XVI con la escuela de clavecinistas del XVII y la generación que entronca ya con los del XVIII, de entre los que destaca su sobrino, François Couperin le Grand. De su tío se interpretaron su maravillosa Chaconne en Do mayor, de un refinado gusto francés y un maravilloso desarrollo armónico, para concluir con la Pavane en Fa sostenido menor, con esa elegancia y sonoridad tan sombría de la que los galos son unos maestros. Pablo Bruna (1611-1679), llamado el Ciego de Daroca, fue el representante de la escuela española, con uno de sus tientos –ese género tan típicamente hispánico–, concretamente el más afamado de ellos, construido sobre la letanía de la Virgen. Se cerró la primera parte –de casi una hora de duración– con la Sonata en Sol mayor de Joseph-Hector Fiocco (1703-1741), en la que nos adentramos de golpe en el estilo italiano plenamente desarrollado ya en la tradición del Barroco tardío, cercano en sonoridad a las sonatas de Domenico Scarlatti. Koopman estuvo muy bien en momentos puntuales, como la Chaconne de Couperin, el Ballo del Granduca de Sweelinck y la Fantasía byrdiana; notable en otros, como las Pavanas de Sweelinck y Couperin; y entre poco convincente y desmedido en el Tiento de Bruna y especialmente en la Sonata de Fiocco, de nuevo con momentos bastantes extraños y desconcertantes.

   La segunda parte se abrió con dos piezas del repertorio francés: La Leclair –adaptación de un original para viola da gamba y continuo–, de Antoine Forqueray (1671-1745), y La Forqueray, de Jacques Duphly (1715-1789), dos hermosos ejemplos de esas obras de carácter tan típicamente francesas, que los compositores dedicaban a autores que admiraban. Saltando a Alemania, se interpretó el Preludium manualiter en Sol menor BuxWV 163, obras del genial Dieterich Buxtehude (1637-1707), uno de los grandes maestros de la escuela de organistas alemanes, de quien Koopman en uno de sus grandes valedores en las últimas décadas. Henry Purcell (1659-1695) fue el otro representante británico, ahora culmen del Barroco en las islas, de quien se pudo escuchar su maravilloso Ground –denominación de un típico basso ostinato en Inglaterra– en Do menor Z 221. Concluyó el programa con la otra gran fantasía cromática, la del inigualable Johann Sebastian Bach (1685-1750), ejemplo indestructible de su genialidad e inmensidad creadora, con esa fuga absolutamente descomunal. Koopman se mostró de nuevo excesivo en Forqueray, con un tempo rápido en demasía, que complicada mucho la inteligibilidad de la escritura, en una pieza por otro lado maravillosa. Algo mejor en Purcell, aunque de nuevo demasiado acelerado, y un tanto deslavazado en Buxtehude –las escalas y el contrapunto terminaron por resultar algo confusos–, Koopman intentó arreglarlo con Bach, de nuevo otro de sus estandartes, y aunque la Fantasía volvió a mostrar momentos excesivos, la Fuga dejó destellos de su calidad, de su bagaje y su profundo conocimiento. El abrumador éxito del recital se vio recompensado con un extra, la hermosísima Sarabande de la Suite francesa n.º 5, que ahora sí demostró que Koopman puede deleitar con elegancia y sobre todo con expresividad, algo que eché de menos en el grueso del recital. Un concierto de redención, pero solo a medias, que confirma que especialmente en el aspecto técnico y cuando se fuerzan algunos tempi, la musculatura, por una simple cuestión física y de paso del tiempo, se va debilitando. Esperemos recuperar al Koopman expresivo y comedido de hace años, por el bien de la música.

Fotografía: Eddy Posthuma de Boer

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