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Crítica: Valery Gergiev dirige 'Tristán e Isolda' en el Liceo

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Autor: Alejandro Martínez
19 de marzo de 2015

IMPRUDENTES Y HONESTOS

Por Alejandro Martínez

Barcelona. 18/03/2015 Gran Teatro del Liceo. Wagner: Tristan und Isolde. Robert Gambill (Tristan), Larisa Gogolesvskaya (Isolde), Mikhail Petrenko (Marke), Yulia Matochkina (Brangäne), Evgeny Nikitin (Kurwenal), Yuri Alexeyev (Melot), Dmitry Voropaev (Voz de un marinero/Pastor), Miquel Rosales (Timonel). Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. Coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Valery Gergiev

   Hay una interesante vinculación de las huestes del Mariinsky con la obra de Wagner que Gergiev, que cumple 25 años en el cargo, se ha afanado por cultivar allí, no sólo en los últimos años sino ya incluso desde sus inicios, cuando fue nombrado titular en 1977. Ya en 1981 Gergiev tuvo la ocasión de dirigir un primer Lohengrin, estrenó Parsifal en San Petersburgo en 1998 y recientemente ha vuelto a interpretar un Anillo completo en el en aquel teatro, tras dirigirlo en 2003 por vez primera de forma íntegra y en su idioma original en San Petersburgo, tras 90 años en los que se había representado en ruso. Y al mismo tiempo Gergiev ultima la grabación de Siegfried y Götterdämmerung, los dos títulos que faltan para completar la integral editada por el sello discográfico del propio teatro. Gergiev mismo recuerda también que se le ofreció a Wagner el puesto de director musical general de San Petersburgo que él mismo ahora ostenta. El compositor aceptó la propuesta, aunque finalmente no se llevó a término porque Luis de Baviera sedujo a Wagner con sus ofrecimientos. Por todo ello tiene un singular sello el Wagner que interpreta la orquesta del Mariisnky, bajo la batuta de Valery Gergiev, que comanda en Rusia una suerte de “ejército cultural”, como dice Marta Porter en las notas al programa.

   Por lo que hace al trabajo de Valery Gergiev con este Tristan, tras un preludio para nuestro gusto un tanto destensado, demasiado expositivo, su dirección fue cogiendo músculo y la orquesta no tardó en entonarse. Asistimos a un Tristan de líneas amplias y claras, de gesto contundente pero de articulación transparente y con hallazgos de un gran lirismo. Hablamos de un enfoque un tanto genérico y rutinario, también es cierto, pero hablamos de una rutina de altura, claro está. Gergiev no estuvo particularmente atento a los solistas, a los que tapó en más de una ocasión y a los que no dio apenas un par de entradas, como si el asunto no fuese con él. La orquesta del Mariinsky es una formación de medios suntuosos, con una gran capacidad técnica y con un sonido claro, denso y de indudable riqueza, ideal para una partitura como la de este Tristán. Por otro lado, a pesar de serlo de hecho, no tuvimos apenas la sensación de estar asistiendo a un “bolo” más, entre tantos, dentro de una gira del Mariinsky. Lo que no empece para afirmar que la anterior visita de Gergiev al Liceo, con Netrebko protagonizando Iolanta, superó con creces a esta cita wagneriana, que ha tenido muchas sombras.

   El papel de Isolda recaía en la veterana Larisa Gogolesvskaya, una mujer que habrá tenido sus días de gloria, ya pasados, en el Mariinsky cantando todo lo cantable, singularmente papeles para una soprano dramática de armas tomar. Presentó una voz agria e ingrata, más bien ajada y de emisión muy destemplada, aunque con esporádica pegada arriba, donde aún le queda algo de metal y empuje. A decir verdad, con ese material tan sólo pudo ofrecer una Isolda feroz, de armas tomar, temperamental en exceso y muy vengativa, casi truculenta y un punto ponzoñosa. Es una cantante valiente, que no se arredra ante la partitura, pero los medios, que son los que son (más aptos ya hoy para una Ortrud o una Kostelnicka), no siempre le siguen y termina por machacar un tanto la parte de Isolda, incapaz de cualquier lirismo, ajustándose apenas a la parte, más por temperamento que por resolución vocal, durante el primer acto. Su Isolda fue de una honestidad un tanto hiriente, a veces obscena y un punto irritante.

   Mi primer recuerdo referente a Robert Gambill se remonta a su Narraboth en el Covent Garden, allá por 1997, en una Salome comercializada en DVD, dirigida por Christoph von Dohnányi y protagonizada por Catherine Malfitano y Bryn Terfel. Su carrera sin embargo había empezado mucho antes, allá por 1980, habiendo cantado incluso el Lindoro de L´italiana in Algeri. No estamos, desde luego, ante una reconversión de repertorio y medios vocales semejante a la que experimenta hoy Gregory Kunde, por lo que la idea de cantar Tristan, en el caso de Gambill, pudiera parecer una temeridad. Pero no es menos ciero que ya lo había hecho en Glyndebourne, en 2007, precisamente junto a la Isolda de la gran Nina Stemme. Obviamente los medios de Gambill no son los adecuados para el papel de Tristán, pero que quieren que les diga, me quito el sombrero ante su osadía, de la que sale vivo contra todo pronóstico. Y es que Robert Gambill no es un heldentenor ni nada que se le parezca. Pero díganme cuál es el último Tristan que han escuchado en la voz de un heldentenor comme il faut. Lo cierto es que desde los tiempos de West, tan sólo Gould se aproxima a esa vocalidad. Ni Seiffert, ni Storey, ni Dean Smith se ajustan de hecho al tipo de voz que pide el papel y sin embargo lo cantan, mejor o peor, con sus días buenos y sus días malos. Porque la única certeza evidente es que el papel es tremendo, casi incantable. Por eso mismo tiene un mérito tremendo que Gambill, con esa voz mínima, fabricada desde la nada y en las antípodas de lo que pide el papel, sea capaz de cantárselo y salir vivo del intento. La voz, de timbre áfono, falto de brillo y de empaque, no corre apenas y está cogida con alfileres y sin embargo el intérprete la maneja con seguridad, es comunicativo y supo plantear un Tristan que se salva a base de mínimos, con una honestidad intachable. Pero a veces con la honestidad no es suficiente. Les confieso que soy de quienes entienden que el abucheo es una medida muy excepcional, que no me verán nunca practicar, y que sólo se sostiene, si acaso, cuando el espectador es víctima de una flagrante tomadura de pelo. En este caso es cierto que Gambill entró antes de tiempo en el “O sink hernieder, Nacht der Liebe”, pero no merecía los abucheos, de muy mal gusto a nuestro entender, que unos pocos espectadores arrojaron al final del segundo acto, para sorpresa de los dos protagonistas y visible enfado de Gergiev. Los dos protagonistas ,y el propio Gergiev por escogerlos, podrán ser tachados de imprudentes por cantar sus respectivos papeles sin ser las opciones ideales para ello, pero nadie podrá criticarles por no ser honestos.

   Al margen de los dos protagonistas, las mejores prestaciones vocales vinieron de la mano de los secundarios, el bajo Mikhail Petrenko como Marke, en una de las mejores actuaciones que le recordamos, nada tosco, más bien lírico, muy matizado y atento al texto; y la mezzosoprano Yulia Matochkina, un tanto taimada y anónima de expresividad, pero dueña de un material espléndido, grande, hermoso y bien timbrado, que supo manejar a las mil maravillas en los avisos del segundo acto. Mas zafio y envarado, y no del todo familiarizado con su parte, encontramos a Evgeny Nikitin como Kurwenal. Muy buen desempeño, por último, del resto de voces, Yuri Alexeyev como Melot, Dmitry Voropaev como la voz de un marinero y un pastor y el español Miquel Rosales como Timonel.

Fotos: A. Bofill

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