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Crítica: Xavier Díaz-Latorre en el XIV Festival 'Pórtico de Zamora'

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Autor: Mario Guada
5 de marzo de 2016

El intérprete catalán abre la segunda jornada del festival zamorano con una selección de piezas compuestas originalmente para otros instrumentos, en transcripciones para laúd barroco.

UN JARDÍN QUE NECESITA MUCHOS CUIDADOS

Por Mario Guada
Zamora. 5/III/2016 | 12:00. Iglesia de San Cipriano. Festival Internacional de Música «Pórtico de Zamora». Entradas 15 €uros. Rosas robadas. Obras de Johann Sebastian Bach, Georg Philipp Telemann y Johann Paul von Westhoff. Xavier Díaz-Latorre.

   Es de agradecer que un artista tengo el valor de arriesgarse, aún más cuando el panorama de la música [llamada] antigua es, en muchos momentos, un gueto para que haya quien se acomoda en la elección de ciertos repertorios en ningún modo novedosos y faltos, a estas alturas de siglo, de interés. Vaya por delante nuestro reconocimiento a Xavier Díaz-Latorre, por ser capaz de presentar una visión en gran medida renovada, pero sobre todo, muy arriesgada y de gran complejidad intrínseca. Rosas robadas, ese es el sugerente título del programa que el intérprete de cuerda pulsada catalán presentó en el marco de la decimocuarta edición del Pórtico de Zamora, un festival que sigue demostrando, año tras año, que las provincias también pueden, y tienen derecho, a presentar al público nacional un evento de magnitudes más que considerables. ¿Y en qué consistía?, se preguntarán. Básicamente en transcripciones, propias y ajenas, de obras originalmente concebidas para otros instrumentos, que posteriormente se han adaptado a la escritura del laúd barroco.

   Un programa repleto de interés, con música de una calidad superlativa, que a priori presentaba algunas dudas sobre la idoneidad de dichas transcripciones. El período Barroco presenta, en lo musical, una doble vertiente en la música instrumental que cabe destacar aquí. Por un lado, su lenguaje en las composiciones instrumentales resulta tremendamente idiomático, esto es, supone un excepcional avance en la escritura muy concreta para un instrumento dado en relación con la producción instrumental desarrollada hasta el momento. Por otro, no era algo ajeno para los compositores del momento la adaptación, de una obra dada para un instrumento concreto, para otro instrumento distinto, incluso en ocasiones ni siquiera perteneciente a la misma familia instrumental. Una actividad no exenta de peligros, cuyos resultados distaban, en algunas oportunidades, de resultados no tan positivos como cabría esperar.

   Con estos mimbres construyó Díaz-Latorre su arriesgado recital. Comenzó el concierto matinal con una adaptación propia del compositor, Johann Sebastian Bach (1685-1750), de su quinta suite para violonchelo solo [BWV 1011, en el original, BWV 995, en su transcripción para laúd]. Bach es, como ningún otro compositor en la historia de la música, un genio absoluto en la creación de obras de una calidad y escritura idiomática tan descomunal, que escapan al entendimiento humano. Es por eso que esta lectura fue, sin duda, la que mejor funcionó en cuanto al equilibrio de líneas, el contraste entre el basso y la melodía, el contrapunto escrito en su punto justo, el tratamiento armónico… Es, a pesar de tratarse de una obra no concebida originalmente para el laúd, una suite de una calidad absolutamente estratosférica, pues, como siempre tratándose del Kantor, se sustenta en un concepto que excede lo puramente técnico: es, simple y llanamente, arquitectura musical de  primer orden. Como es habitual, los movimientos lentos, especialmente la Allemande y la Sarabande, ofrecieron los momentos de mayor belleza sonora.

   Las siguientes dos obras que componían el recital se sustentaban en arreglos del propio intérprete sobre obras originalmente compuestas para violín solo. De Georg Philipp Telemann (1681-1767) se interpretó su Fantasia n.º 1, en Si bemol mayor TWV 40:14, de los que cabe destacar la belleza de sus movimientos lentos: Largo/Grave, que enmarcan a un Allegro –que se repite para el segundo y cuarto movimientos–, de alegre y virtuosística escritura. De Johann Paul von Westhoff (1656-1705), un excepcional compositor alemán, especialmente dotado para la escritura violinística y gran exponente de la escuela de Dresden para dicho instrumento, se interpretó el arreglo de Suite n. º 1 en La menor,  compuesta en cuatro movimientos, entre los que destacan las pausadas y hondas Allemande y Sarabande,  además del uso exquisito uso del cromatismo, especialmente avanzado en el comienzo de la Gigue conclusiva.

   Se cerró el recital con otra transcripción propia del intérprete, de una de las grandes obras para la literatura violinística en la historia; la Ciaccona de la Partita para violín n.º 2, en Re menor BWV 1004, de Johann Sebastian Bach. Palabras mayores, pues se trata de una obra de excepcional complejidad, se interprete con el instrumento con el que se interprete.

   La versión de Díaz-Latorre estuvo plagada de claroscuros. Estamos ante un intérprete de gran calidad, atesorada y demostrada a la largo de una sólida carrera, tanto como continuista, como solista, por eso resulta especialmente dolente ver cómo se desdibujó en exceso durante muchos momentos del recital. La extrema complejidad del programa y la inadecuada adaptación del instrumento a un espacio como el de San Cipriano terminaron por pasar cruenta factura al intérprete. No sabemos si se trata de un programa de estreno, pero por momentos el laudista se vio superado por el repertorio, al que quizá accedió con demasiadas autoexigencias. El tempo elegido resultó en algunos pasajes más rápido de lo que parecía ser capaz de mantener. Además fueron varios los momentos en los que pareció desconectar, como si se fuera del escenario, para luego regresar de manera increíblemente airosa –algo solo a la altura de intérpretes con una calidad elevada y muchos años de carrera–. La obra mejor parada fue sin duda la suite BWV 995 de Bach, en la que, aunque con algunos problemas de afinación y ciertos altibajos, dotó de una arquitectura interna a la altura de la creación, con una visión evocadora y hermosa. Las obras de Telemann y Westhoff no terminaron de funcionar por completo, si bien sus propias transcripciones resultaron más laudísticas de lo que se podía temer –la ganancia en la línea del bajo y el aporte multidimensional a través del laúd fueron notables–, no resultaron tan absolutamente creíbles como hubiera sido deseable. La mayor desgracia recayó en la Ciaconna bachiana, una obra ya extremadamente compleja en su original, que requiere en su versión para laúd de una técnica exorbitada y una presencia escénica que sobrepasa los límites de lo razonable.

   Un recital, en conclusión, que llevó al extremo a su intérprete. Díaz-Latorre se arriesgó, y nos tememos que salió perdedor. Aun así, hay que felicitarle por tal atrevimiento y por los grandes momentos que regaló al público en un recital irregular. Cabe congratularse de que el Pórtico sea un espacio tan pendiente de la cuerda pulsada y sus intérpretes, cubriendo así un enorme hueco en el panorama de los festivales de música antigua española. No obstante, deberían plantearse, para sus futuras ocasiones, la idoneidad de su espacio principal para la celebración de este tipo de recitales, en la que cualquier mínimo ruido termina por resultar más que molesto.

Foto: Xavier Díaz-Latorre.

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