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Crítica: The Amsterdam Baroque Orchestra y Ton Koopman interpretan los 'Conciertos de Brandemburgo'

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Autor: Mario Guada
11 de octubre de 2016

El conjunto historicista holandés inaugura, con más sombras que luces, el ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical.

GRANDEZA ENMASCARADA

   Por Mario Guada

09-X-2016 | 18:00. Auditorio Nacional de Música | Sala sinfónica. Universo Barroco. Entrada: 15 a 40 €uros. Obras de Johann Sebastian Bach. The Amsterdam Baroque Orchestra | Ton Koopman.

   Es curioso lo que pueden llegar a marcar las expectativas a la hora de presenciar un concierto. Por eso, quizá la labor del crítico está sujeta aún a una mayor complejidad. Una de las reglas de oro de la crítica debe ser despojarse de toda expectativa, de todo conocimiento previo –no estrictamente musical, sino en lo referente a las versiones y conocimiento de los artistas protagonistas– y por supuesto de cualquier prejuicio. Eso, y la absoluta pulcritud y objetividad a la hora de escribir, por supuesto. Pero a veces resulta no ser tan fácil. Cuando uno va a disfrutar de toda una integral de los Six Concerts à plusieurs instruments bachianos –más conocidos aquí como los Conciertos de Brandemburgo–, y más si está interpretada por una de las agrupaciones más destacadas del panorama de la interpretación histórica desde hace décadas, no puede menos que esperar lo mejor. Pero a veces uno sale decepcionado de lo que ha presenciado, precisamente porque no ha sabido eliminar toda prueba de expectativa previa. Ese ha sido mi error en este caso, me temo.

   El Centro Nacional de Difusión Musical decidió, hábilmente, abrir este nuevo Universo Barroco –en su edición de la sala sinfónica del Auditorio Nacional, pues hay que recordar que hay otro ciclo paralelo en la de cámara– atrayendo al público de manera masiva, y eso solo es posible hacerlo de la mano de un garante de la popularidad: Johann Sebastian Bach (1685-1750). Y si además lo hace con una de sus obras más célebres, el éxito está garantizado. Nada que reprochar. La elección del conjunto para interpretarlos parece, a priori, absolutamente lógica y acertada. De nuevo nada que reprochar. Pero en algunas ocasiones no todo va como se espera. The Amsterdam Baroque Orchestra y Ton Koopman acudieron al concierto con el halo de estrellas –bien merecido por tantos años de carrera–, pero el resultado global del concierto resultó mucho más discutible de lo que cabía esperar. La agrupación, con una plantilla de auténtico lujo, se presentó en diversos formatos, que iban desde lo puramente camerístico, incluso acercándose a los preceptos OVPP –esto es, una voz por parte– hasta lo más orquestal, con un total de veinticinco instrumentistas. El orden presentado en los conciertos resultó un tanto desconcertante, y personalmente no sé a qué obedeció. Desde luego, hubiera sido más cómodo mantener el original, especialmente porque se hubieran evitado las afinaciones permanentes –ya que el primero y el segundo, así como el tercero y el cuatro de los conciertos comparten la misma tonalidad– y los excesivos cambios en escena.

   En cualquier caso, el primero de ellos –indicado por Bach: Concerto 1mo à 2 Corni di Caccia, 3 Hautb, è Bassono, Violino Piccolo concertato, 2 Violini, una Viola col Basso Continuo– presentó serios problemas de balance, especialmente porque las trompas, con exceso de sonoridad, se comieron literalmente al violín solista, que por otro lado lució bastante desafinado en varios de los pasajes en los que se le llegaba a oír con algo de nitidez. Incluso en momentos dedicados exclusivamente al viento, las trompas ejercieron demasiado su reinado, dificultando hasta la escucha de oboes y fagot. En general, las partes solísticas resultaron bastante desajustadas, en cierta medida porque el ritmo adoleció de un rubato considerable, que hizo confuso el diálogo entre las líneas. Una lástima, porque en los pasajes del tutti el conjunto sonaba sólido y realmente poderoso, enérgico y hasta elegante. Para el Concerto 5.º à une Traversiere, une Violino principale, une Violino è una Viola in ripieno, Violoncello, Violone è Cembalo concertato, se contó con la presencia de unos solistas de lujo: Wilbert Hazelzet al traverso barroco, Catherine Manson al violín barroco y el propio Koopman al clave. Hazelzet aportó el momento de mayor refinamiento y calidad, con un sonido hermoso y repleto de elegancia; secundado por Manson, que aún por momentos se mostró aún algo dubitativa. El momento más extraño llegó de la mano del propio Koopman en el célebre pasaje a solo del clave en el primer movimiento, pues la elección del tempo resultó tan desmesurada que el propio Kopoman se vio desbordado a la hora de interpretarlo, con notables errores de notas y una especie de caos contrapuntístico que tuvo su punto álgido en uno de los pasajes centrales, repleto de cromatismos y una complejidad técnica desorbitada, en el Koopman casi llegó a emular a una estrella del rock, tocando el teclado con absoluta violencia e introduciendo incluso un pasaje de dudosa autoría bachiana. La primera parte concluyó con el Concerto 3zo a tre Violini, tre Viole, è tre Violoncelli col Basso per il Cembalo, en el que Koopman tomó la elección de introducir una viola da gamba que sustituyera así al tercero de los violonchelos, una visión distinta, que si bien no aporta nada especialmente sustancial además del color, resultó impactante e interesante. Una notable interpretación, que excepción hecha de algunos desajustes en la imitación de las melodías principales –que maravilloso, pero qué complejo es siempre Bach–, brindó al público el mejor momento del concierto hasta entonces.

   La segunda parte se abrió con el Concerto 6.º à due Viole da Braccio, due Viole da Gamba, Violoncello, Violone e Cembalo, el segundo de los conciertos de la colección dedicado íntegramente a la cuerda, y personalmente mi favorito. La sonoridad tan arcaizante y plúmbea de la que se dota gracias a la elección del instrumentario refleja un Bach genial y poderoso. John Crockatt y John Ma fueron los encargados de las partes de las violas, con solvencia, aunque sin alardes; mientras que las líneas del bajo recayeron en Robert Smith y Sara Ruiz –la intérprete española que sirvió de refuerzo al conjunto en este y el tercer concierto–, para las viole da gamba, además de Werner Matzke para el violonchelo barroco, que sin duda protagonizaron lo mejor del concierto, tanto aquí como en el desarrollo del continuo a lo largo de los restantes brandemburgueses. El Concerto 2.º à 1 Tromba, 1 Flauto, 1 Hautbois, 1 Violino, concertati, è 2 Violini, 1 Viola è Violone in Ripieno col Violoncello è Basso per il Cembalo fue lamentablemente lo más incómodo del concierto, especialmente porque el pobre David Hendry se vio absolutamente sobrepasado con la descomunal línea de trompeta; no tuvo su mejor día, e incluso se vio obligado a abortar misión en varios pasajes, provocando –al menos en el que escribe– una enorme sensación de desasosiego y ansia de que el concierto llegase a su fin. Mejor por su parte el violín de David Rabinovich y la flauta de pico de Reine-Marie Verhagen, que tuvieron que bregar con la incomodidad del momento, pero lo hicieron con brillantez y un fantástico savoir faire. El concierto se cerró con el Concerto 4.º à Violino Principale, due Fiauti d'Echo, due Violini, una Viola è Violone in Ripieno, Violoncello è Continuo, que deparó el mejor momento del concierto, junto al tercero de ellos. Manson pudo al fin redimirse de sus comienzos y se presentó absolutamente espectacular, segura, expresiva y con liderazgo. Verhagen se unió a Inês d’Avena para completar un trío solista de lujo, repleto de nobleza y belleza sonora, con un equilibrio magnífico. El tutti se volvió a mostrar muy solvente, con gran limpidez y tersura en las cuerda y la magnífica presencia del continuo –como a lo largo del concierto–.

   Koopman es un grande de la interpretación histórica, nadie puede dudar de ello a estas alturas. Quizá por ello, uno se esperaba algo más de él en un concierto de este calibre, con la interpretación de obras de tanta complejidad y con la firma de un autor al que conoce con tanta profundidad. Koopman brilló en el continuo –¿cuándo no lo hace?–, pero personalmente eché en falto liderazgo, más feedback con los solistas y la orquesta e incluso algo de trabajo de fondo, porque esos problemas de balance y desajustes rítmicos podrían haberse subsanado previamente. Por lo demás, me sorprendió comprobar una interpretación carente en general de expresividad, por momentos casi mecánica, además de una elección de los tempi excesivamente rápida, que terminó por desvirtuar tanto los movimientos ya excesivamente rápidos, como los lentos, que perdieron gran parte de su poder de evocación. Interpretar los Brandemburgo es siempre una tarea brutal, destinada a los más grandes, y es por eso que uno espera siempre lo mejor de artistas con estas prestaciones. No fue el día de ABO y Koopman. A pesar de ello, el público recompensó a los intérpretes con una ovación como la de las grandes ocasiones, que se vio recompensada con un regalo en forma de Bach –como no podía ser de otra forma–: el Air de la suite orquestal n.º 3, en la que personalmente disfruté de todo aquello que me hubiera gustado poder hacer a lo largo del directo. Al menos nos fuimos con un buen sabor de boca.

Fotografía: Marco Borggreve.

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