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[C]rítica: Oksana Dyka, Roberto Aronica y Miren Urbieta-Vega en el segundo reparto de «Turandot», de Giacomo Puccini, en el Teatro Real

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Autor: Codalario
15 de diciembre de 2018

Luisotti y la orquesta lideran una atractiva Turandot

Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. 08-XII-2018. Teatro Real. Turandot (Giacomo Puccini – Final de Franco Alfano / Giuseppe Adami y Renato Simoni). Oksana Dyka (Turandot), Roberto Aronica (Calaf), Miren Urbieta-Vega (Liù), Giorgi Kirof (Timur), Raúl Giménez (El emperador Altoum), Joan Martín Royo (Ping), Vicenç Esteve (Pang), Juan Antonio Sanabria (Pong), Gerardo Bullón (Un mandarín). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: Robert Wilson.

   «Grazie, grazie, grazie, grazie, grazie». Hasta cinco veces Nicola Luisotti repitió la palabra «grazie» a los miembros de la Orquesta Titular del Teatro Real al término de la representación del pasado 8 de diciembre. Lo hizo aún desde el podio, con la batuta en la mano, mirando hacia los músicos, mientras el público comenzaba una ovación de las que se reservan a las grandes ocasiones. El agradecimiento del director italiano a la orquesta estaba plenamente justificado. El resultado musical de la función fue excelente, probablemente el mejor que he visto a esta orquesta desde finales de 2014, cuando Michel Plasson dio una clase magistral de dirección orquestal en el Romeo y Julieta de Gounod junto a Roberto Alagna y Sonya Yoncheva.

   La función, la sexta de las dieciocho programadas por el Teatro Real para el canto del cisne pucciniano –obra que estaba ausente del coliseo madrileño desde hace 20 años– tuvo su puntal principal en el director de Viareggio. Tras unas primeras funciones en las que predominó la eficacia y la contundencia mas que la claridad y el sonido refinado, en ésta el Sr. Luisotti hizo honores a la primorosa orquestación del de Lucca, resaltando detalles por aquí y por allá –sobre todo un segundo acto soberbio de principio a fin–, clarificando texturas, y consiguiendo un sonido de las cuerdas que fueron puro terciopelo. Los metales, con un sonido redondo y pleno, también muy por encima de prestaciones recientes, y las maderas precisas y atinadas contribuyeron al éxito musical. Pero siendo esto importante, la dirección del Sr. Luisotti resaltó por la claridad de su concepto musical. Fue una Turandot con empaque, teatral y con pulso que llamó la atención en el primer acto, embriagó en el segundo y apabulló en el tercero, con un dúo final rutilante, donde entre los dos protagonistas se mascaba una tensión –que no era correspondida por la escena– que terminó de la manera más brillante posible. ¡Bravo! por el Sr. Luisotti que me recordó más al flamígero y emotivo del Trovatore del 2007, que al más brusco de la Aida de la pasada temporada.

   Lamentablemente, la dirección escénica no acompañó. No voy a ahondar mucho en ella ya que comparto casi en su totalidad los comentarios de Raúl Chamorro en su crítica del primer reparto. Mi única salvedad es referente a como el espectador puede o no recibir un trabajo de Robert Wilson. Mi experiencia me dice que la primera vez que ves una de sus escenografías, sueles salir fascinado. Así salí yo de su Einstein on the beach de Philip Glass cuando se estrenó en Madrid en 1992. Fascinante, embelesado, absorto. La segunda y tercera experiencia suele seguir atrayendo –su Osud de Janacek en el Real, o su Mujer sin sombra de Amsterdam– aunque su estatismo suele empezar a pasar factura. A partir de ahí, la sensación que te produce es que «vista una, vistas todas». Ahí es donde el Sr. Wilson cae definitivamente del pedestal. Su obra es como cuadros de museos, en muchos casos bellísimos, pero con un estatismo que los deja sin alma, como muertos. Esta Turandot no me ha hecho cambiar de opinión. Sin embargo, entiendo que haya personas que les haya encantado si éste ha sido su primer contacto con el Sr. Wilson.

   En un punto intermedio se situó el plantel canoro, con tres protagonistas que no pasarán a la historia de sus respectivos papeles, pero que sin duda nos dieron una función muy seria, agradable y atractiva. La ucraniana Oksana Dyka, no llegó al gran nivel que mostró hace un par de años en su Jenufa del MET junto a Karita Mattila, pero nos ofreció una Turandot solvente, pujante e intensa donde hizo valer la brillantez de su registro agudo y su buena dicción italiana. Aunque su instrumento dista de ser el ideal –es una lírica de voz timbrada y con volumen pero sin el peso necesario para este papel– y su registro grave es pobre, se las ingenió para dar con la tecla. Su Turandot fue hierática y no terminó de humanizarse –en ese sentido su «Padre augusto, conosco il nome dello straniero!...Il suo nome... è Amor!» fue revelador– pero a base de agudos metálicos y brío continuo terminó por meterse al público en el bolsillo.

   No las tenía todas conmigo respecto a Roberto Aronica. El tenor de Civitavecchia me ha dado alguna de las peores tardes de mi vida. Su estado vocal no está para tirar cohetes, pero lo que nadie puede negarle es su arrojo y valentía enfrentándose a papeles que le exceden pero donde siempre trata de dar lo mejor. Tiene volumen, y cuando timbra la voz, es brillante en el registro alto. Estas virtudes, para Calaf son muy importantes. Sin embargo la lista de defectos es amplia. Los registros central y bajo están en horas bajas, su emisión es irregular, el fiato empieza a ser problemático y su fraseo es casi inexistente. Fue paradigmático como dejó pasar buena parte del «¡Nessun dorma!» para centrarse en su punto fuerte, los agudos del «¡Vincerò!».  En cualquier caso dio una buena réplica a Oksana Dyka y su prestación global fue aceptable.

   La tercera pata del trio protagonista no desmereció. La donostiarra Miren Urbieta-Vega se ganó el cariño de público con una Liù muy hermosa. La voz es pequeña y su timbre es atractivo aunque algo impersonal, aunque está muy bien manejada. Además, le echó muchas ganas y su línea de canto tuvo nivel. Un fraseo variado y cuidado, lleno de matices, y un adecuado nivel técnico, le permitieron entre otras cosas hacer filados de escuela. No desaprovechó ni el «Signore, ascolta!» ni su aria final «Sì, Principessa, ascoltami! - Tu che di gel sei cinta» cantada con la emoción a flor de piel.

   Un trio protagonista por tanto, que distando del ideal, fue capaz de darnos una agradable función. En los personajes secundarios tuvimos de todo. Desde un insuficiente Timur, en el que un Giorgi Kirof, de voz engolada y mate, con timbre casi áfono, no estuvo a la altura de la función, hasta un sobresaliente Gerardo Bullón, que con su atractiva y sonora voz de barítono, fue un lujo como el mandarín que abre la escena de los enigmas. Otro lujo también a estas alturas volver a ver a Raúl Giménez como el Emperador Altoum.  Tanto Joan Martín-Royo como Vicenç Esteve y Juan Antonio Sanabria cumplieron con los cometidos de los tres ministros Ping, Pang y Pong, en unos papeles a los que la dirección escénica del Sr. Wilson hizo particularmente cargantes.  

   Al término de la obra, el público se entregó. Se notaba que había hambre de Turandot. Dentro del éxito global, las mayores ovaciones fueron para Oksana Dyka, Miren Urbieta-Vega y Nicola Luisotti.

Fotografía: Javier del Real.

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