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Crítica: Vox Luminis ilumina el 'Universo Barroco' del CNDM

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Autor: Mario Guada
2 de febrero de 2018

El extraordinario conjunto fundado en Namur ofreció un recital para el recuerdo, en el que engarzó de manera magistral el genio de Schütz con la fascinante música de la genealogía bachiana.

Se obró el milagro belga

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 31-I-2018. Auditorio Nacional de Música, Sala de cámara. Centro Nacional de Difusión Musical. Universo Barroco. Heinrich Schütz y la familia Bach. Obras de Martin Luther, Heinrich Schütz, Johann Bach, Johann Michael Bach, Johann Christoph Bach y Johann Ludwig Bach. Vox Luminis | Lionel Meunier.

   Los milagros en la música, todavía tienen cabida. En un mundo en el que sorprender al oyente desde la honestidad y el rigor parece algo sobrevalorado; en el que plantarse en un directo, cara a cara con el público armado únicamente de doce voces, un órgano positivo y una viola da gamba es como presentarse invitado en una cena con una botella de vino del Bierzo –no vaya a ser que si no llevas un Ribera o un Rioja la cosa no se pueda ni llegar a beber–; y en el que presentar un programa absolutamente impresionante, cargado de espiritualidad, retórica e intelecto puede resultar aún toda una osadía –si acaso alguno del público se nos queda dormido…–. Son todos ellos actos de alto riesgo, por lo que observar cómo Vox Luminis y Lionel Meunier hacen frente a tales vicisitudes de la manera más hermosa y contundente posible es todo un milagro. Este programa, que lleva por título Heinrich Schütz y la familia Bach, presentado en el Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical es la mejor tarjeta de presentación posible, toda una declaración de intenciones del milagroso conjunto belga.

   Personalmente esperaba este concierto con muchas ganas, pues sigo a Vox Luminis prácticamente desde sus orígenes, allá por 2007, cuando el magnífico sello Ricercar sacó a la luz una esplendorosa versión del celebérrimo Stabat Mater a 10, de Domenico Scarlatti. Lo difícil de hacer algo bello, lleno de verdad a la vez que fresco con esa obra, que se ha grabado tanto y tan bien previamente, me puso sobre la pista de un grupo de nuevo cuño –por aquel entonces solo llevaban tres años de existencia– que tenía algo de especial a tenor de lo escuchado en aquel registro. Por otro lado, si Jerôme Lejeune –un auténtico visionario con los ensembles de la llamada música antigua– había apostado por aquel ignoto conjunto, es que algo muy bueno debía esconder. Y así fue, como fueron demostrando sus excepcionales grabaciones, las cuales llegaron de manera fulgurante, especialmente las dedicadas a las Cantiones Sacræ de Samuel Scheidt o las Musikalische Exenquien de Heinrich Schütz. No fueron las únicas, como quedó patente con English Royal Funeral Music –con obras de Purcell, Morley y Tomkins–, el doble cedé dedicado a la estirpe Bach –absolutamente maravilloso–, sus recientes aportaciones con los Requiem de Johann Caspar Kerll –un descubrimiento descomunal– y Johann Joseph Fux, su versión del Actus Tragicus y otras cantatas bachianas, o su penúltima aportación discográfica, que sirvió para celebrar la efeméride reformista con un imprescindible disco-libro doble repleto de obras de la Alemania del período –acaba de ser nominado a los BBC Music Magazine Awards 2018 en la categoría de música coral–. Todo esto, amén de algunos vídeos de sus conciertos que podido disfrutar a lo largo de este tiempo, han hecho la espera larga. Pero llegó el día, y a fe que esta ha merecido la pena…

   El repertorio, que va como anillo al dedo al ensemble belga, se dividió en dos partes claramente diferenciadas, aunque bien imbricadas, como fueron las Musikalische Exequien, del genial Heinrich Schütz (1585-1672) –en la primera parte– y una selección de obras de la familia Bach –en la segunda–. Las primeras son un descomunal ejemplo de la magistral mixtura de la música alemán e italiana que cohabita en Schütz, y que merced a su talento casi inagotable es brindada de una manera nunca vista hasta entonces. Esta composición, datada en 1635, se gestó para ser interpretada como exequias en los funerales de Heinrich II, conde de Reuss-Gera. Conformada por tres piezas, la primera de ellas ocupa el 80% de su duración: Concert in Form einer teutschen Begräbnis-Messe, SWV 279, auténtico dechado de la habilidad del autor germano en el desarrollo del Geistliche Konzert [concierto sacro], en el que, a lo largo de 27 pasajes que lo conforman, se van presentando diferentes textos –que el mismo Heinrich II escogió– de entre lo más granado de los escritores luteranos del siglo XVI, incluido el propio Lutero. La capacidad creadora en la alternancia de los pasajes a cappella –a 6 partes, SSATTB– junto con los soli –en los que hace uso de una gama de plantillas fabulosa– resulta descollante. La segunda pieza, Herr, wenn ich nur dich habe, SWV 280, es un impresionante motete a 8 en doble coro –también con continuo–, quedando en último lugar Herr, nun lässest du deinen Diener, SWV 281, una composición realmente especial a 5, con un conjunto a cappella y trío de solistas que interpretan los serafines I & II y el alma sagrada, y que el propio Schütz dejó indicado en la partitura que sería bueno situar en una posición alejada al coro principal cercano al órgano. Y así se hizo, aportando un maravilloso efecto sonoro, cuya interpretación sincronizada con el coro fue [casi] perfecta, con las complejidades rítmicas que ello comporta. La música del gran autor germano, repleta de sensualidad intelectual, que utiliza la retórica de forma magistral, es, a su vez, tremendamente espiritual. Una conjunción accesible únicamente a lo más grandes; y es que Schütz sin duda lo es. No quedar totalmente sobrecogido, por ejemplo, con el número 23, Ach, wie elend ist unser Zeit, resulta imposible.

   La segunda parte, concebida como continuidad del ser alemán a lo largo del XVII –aquello que nace de Schütz y llega hasta el mismísimo Bach–, contó con una selección de maravillosas piezas escogidas de entre algunos de los más inspirados miembros de la genealogía bachiana, como fueron Johann Bach (1604-1673), Johann Ludwig (1677-1731) y especialmente Johann Christoph (1642-1703) y Johann Michael (1648-1694), a los que Bach admirada, como no puede ser menos conociendo una música tan descomunal. Son motetes instaurados en la tradición germana del motete sacro, concebidos para plantillas diversas y contando siempre con el órgano como sustento armónico fundamental –al que se unió aquí la siempre expresiva y cálida sonoridad de la viola da gamba–. Motetes funerarios –Weint nicht um meinen Tod [SATB; Johann], Der Mensch, vom Weibe geboren [SSATB; Johann Christoph], Herr, ich warte auf dein Heil [SATB/SATB; Johann Michael]–, Ich weiß, daß mein Erlöser lebt [S (cantus firmus) ATTB; J.M.], Halt, was du hast [SATB/ATTB; J.M.]; motetes para el tiempo de Pasión –Das Blut Jesu Christi [SATB, Johann Ludwig]–; y motetes navideños –Lieber Herr Gott, wecke uns auf [SATB/SATB; J.C.], Herr, nun lässest du deinen Diener in Friede fahren [SATB/SATB; J.C.]– fueron conformando una segunda parte absolutamente gloriosa, absoluto y merecido tributo a la más profusa y genial dinastía musical de la historia de la música occidental.

   La interpretación de Vox Luminis fue simplemente modélica. No faltó, pero, por encima de todo, no sobró nada. Técnicamente son voces de gran nivel, forjadas en una tradición de canto que valora de forma excepcional el trabajo conjunto. Son suficientemente buenas como para acometer de manera fantástica las complejas partes solistas, y excepcionalmente buenos a la hora de hacer frente las partes de coro de forma magistral. Esta, y solo esta, es la verdadera clave para conseguir que este repertorio funcione en la forma que merece. Además, la profundidad del trabajo es asombrosa, cuidando cada detalle, con una naturalidad que aporta verdad a cada nota, a cada pasaje. El texto se paladea y expresa de forma tan íntima y directa, que acude automáticamente a la entraña del oyente. Si algo tiene la música alemana del XVII –bien sea esta música sacra o bien sea la música instrumental a solo y en conjunto– es que consigue introducirse dentro de ti y desestructurarte de forma asombrosa, logrando que se te remueva todo. Si un conjunto consigue evidenciar esta magnífica cualidad y hacerla suya, el resultado no puede ser otro que lo que Vox Luminis es capaz de hacer: un verdadero milagro. Trabajan sin director en escena –aunque el trabajo artístico proviene principalmente de Lionel Meunier, bajo y fundador del ensemble–, lo que le aporta aún mucho más mérito, porque la sincronía perfecta en entradas, finales, además de un empaste y una afinación asombrosas, no son flor de un día. El trabajo permanente con una plantilla bastante estable casi desde sus orígenes genera esta simbiosis única. Escuchar la delicadeza y refinamiento de las sopranos Zsuzsi Tóth –que dulces punzadas las que proporciona en su registro agudo–, Sara Jäggi, Victoria Cassano y Stefanie True; el color carnoso y el equilibrio de los contratenores Barnabás Hegyi y Jan Kullmann; el robusto sonido, la energía y belleza del registro agudo de los tenores Olivier Berten, Robert Buckland, Philippe Froeliger y Raphael Höhn; así como la serena línea grave, que sustenta la monumental arquitectura de este repertorio, en las voces de dos magníficos bajos, Lionel Meunier y Sebastian Myrus, supone una experiencia muy poco común en estos días.

   Por su parte, el aporte instrumental de Bart Jacobs al órgano –cuyas transiciones sobre melodías corales alemanas dan paso entre pieza y pieza de forma magistral– y Ricardo Rodríguez Miranda a la viola da gamba –qué sutil y expresivo su empleo de los registros del instrumento, del arco y del pizzicato– es realmente ejemplar. En algunos momentos del inicio el sonido del órgano positivo parecía estar un tanto desequilibrado con el conjunto, pero rápidamente el problema fue subsanado para ofrecer un continuo robusto pero delicado, siempre presente, aportando en todo momento el color y carácter requeridos.

   Por otro lado, el uso sumamente inteligente de las disposiciones en todas las obras ayudó mucho a la comprensión de los textos, de su esencia, del carácter particular de cada pieza. Movimiento ágiles y efectivos, que buscan el afecto por encima del efecto. No se puede pedir más, salvo quizá un regalo extra como el que nos ofreció el conjunto belga: el maravilloso motete Unser Leben wahret siebezing Jahr, otro epatante ejemplo de motete luctuoso de Johann Michael, para soprano en cantus firmus sobre un conjunto conformado por alto, doble tenor y bajo, con estos sobre el escenario mientras las cuatro sopranos se situaron en las tribunas central y del órgano respectivamente, ofreciendo la hermosa melodía coral que sustenta la composición. Personalmente hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un recital tan honesto, en el que la música es simplemente eso, música con mayúsculas y sin aditamentos. La emoción y sobrecogimiento que sentí en Ich weiß, daß mein Erlöser lebt sencillamente no pueden explicarse. Pasa en contadas ocasiones y solo de la mano de los más grandes. Tan solo por eso ya les estaré eternamente agradecido. Volved pronto.

Fotografía: Ola Renska.

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