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Crítica: David Afkham y Carolin Widmann con la Orquesta Nacional de España

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Autor: David Santana
30 de noviembre de 2020

Sobre el amor platónico

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 27-XI-2020. Auditorio Nacional de Madrid. Orquesta Nacional de España, David Afkham, director. Carolin Widmann, violín. Serenata para violín, cuerda, arpa y percusión de L. Bernstein y Sinfonía nº 6 en fa mayor «Pastoral», op. 68 de L. van Beethoven.

   Ay que ver, con esta nueva moda de no repartir programas, parece que a más de uno se le ha olvidado programar. Cuan lejana parece aquella época en la que un concierto tenía una narrativa subyacente: una historia, un hilo conductor o un tema que unía a través de los tiempos a compositores geográfica y temporalmente separados. ¿Será acaso esta señal de dejadez otra de las nuevas facetas de la «nueva normalidad»?

   La verdad que no era tan difícil. Se podría haber hecho una narrativa en torno al programatismo presente en ambas piezas. Bernstein se inspira en El banquete de Platón, en siete de los personajes que intervienen en esta obra cumbre de la filosofía clásica, mientras que Beethoven se inspira en el ambiente rural de los Alpes austríacos. Dos temas muy diferentes que, en realidad, transmiten un mismo concepto: el amor platónico.

   En la obra de Bernstein nos es fácil dejarnos fascinar por la aparente simpleza de la monodia con la que arranca el violín. Esta primera idea requiere, para conseguir ese «enamoramiento» musical, de una destreza no técnica, sino expresiva, que Carolin Widmann supo demostrar desde el primer instante. La violinista alemana supo, además de destacar en su papel, trabajar muy bien junto con la orquesta. Los graves, especialmente las violas, tuvieron un papel fundamental a la hora de recrear el universo sonoro en el que Bernstein sitúa este «banquete», mientras que los violines funcionaron muy bien como ramificaciones del papel solista de Widmann, sabiendo desarrollar las ideas que ésta engendraba.


   En el último movimiento, quizás el más reconocido, tuvo la oportunidad de lucirse una sección de violonchelos y su solista que, esta velada trabajaron de forma excelente, así como invitar al público a moverse con los elaborados ritmos de origen jazzístico que tanta personalidad aportan a esta obra única. Este amor platónico que Bernstein envuelve en danza y cierto hedonismo también aparece en Beethoven, aunque el maestro de Bonn va más allá en el quinto movimiento de esta peculiar sinfonía. Pero vayamos paso por paso.

   Los vientos, ausentes en la primera mitad del concierto, tuvieron en la Pastoral la oportunidad de lucirse. El oboe primero, marcando ese tema inicial con garbo, dirección y valentía. En seguida el protagonismo se traslada a otros timbres, manteniendo siempre un motor rítmico del que son responsables los graves de las cuerdas que, al igual que en Bersntein, realizaron una labor excelente.

   En la segunda parte destacaron el resto de las maderas: flauta, clarinete y fagot y, por supuesto, una bien coordinada sección de primeros violines que, compacta y prístina como el agua del arroyo que han de representar, saltaron sobre el bajo de violas y chelos.


   Los tres últimos movimientos se hacen de una sola tirada, sin descanso, teniendo que interpretar en primer lugar la alegría y efusividad de la danza, después el terror de la tormenta –en la que la percusión reclama su lugar– y, finalmente, en una de las páginas más gloriosas de la historia de la música, un himno de agradecimiento.

   A este movimiento final supo Afkham sacar todo el partido. Su conducción fue natural, orgánica, permitiendo pequeñas cesuras y cambios de tiempo a petición de las necesidades de la obra. Supo destacar las partes más importantes: los delicados pizzicati, el solo del cello, las sinuosas contramelodías y, casi al final de la obra, supo retardar y dotar de solemnidad el momento cumbre: el «religioso» solo de cuerdas, un Deus ex machina, un cambio radical en el que el la idea del amor se hace música y, tal y como lo supo dirigir Afkham, es capaz de reconfortar el alma, siguiendo plenamente la idea de amor platónico. ¿Será posible que Beethoven hubiese leído El banquete, o quizás antes que en Platón estuviese en la propia naturaleza toda esa sabiduría sobre el amor?

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