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Crítica: 'La valquiria' de Wagner en el Teatro del Liceo de Barcelona

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Autor: Alejandro Martínez
29 de mayo de 2014
Iréne Theorin y Albert Dohmen

LA FRUSTRADA LIBERTAD DE AMAR

Por Alejandro Martínez

25/05/2014 Barcelona. Gran Teatro del Liceo. Wagner: Die Walküre. Klaus Florian Vogt, Anja Kampe, Albert Dohmen, Irene Theorin, Mihoko Fujimura, Eric Halfvarson  y otros. Josep Pons, dir. musical. Robert Carsen, dir. de escena.

Das andre, das ich ersehne,

das andre erseh' ich nie:

denn selbst muß der Freie sich schaffen:

Knechte erknet' ich mir nur!

   Continuaba el Liceo con su coproducción del Anillo, a título por año, y después del planteamiento expuesto en el Oro del Rin que pudimos ver la pasada temporada, cabía esperar de Carsen un discurso en continuidad. Defrauda un tanto, pues, percibir un viraje algo desnortado y confuso, como si la Valquiria no terminase de cuajar con ese planteamiento inicial. Sea como fuere, el problema no es propio de Carsen, sino casi intrínseco a esta segunda jornada. Y es que ya al propio Wagner le costó encajar en la gran historia del Oro el trasunto más específico de la pareja de welsungos. Y sin embargo, al mismo tiempo, estamos ante el momento crucial en la evolución de la autoridad de Wotan. En el citado Oro de la temporada pasada, Carsen sugería una propuesta que ilustraba de algún modo el destino trágico de la burguesía. En parte, esta Valquiria continúa con ese discurso, sin tanta fortuna, abundando ahora en la deriva autoritaria y militarista, poniendo sobre la mesa el binomio capitalismo/guerra, habida cuenta del discurso escenográfico que impera durante casi toda la función. Carsen, no obstante, logra también centrar la atención en Wotan y en su conflicto para trasladar con él, de un modo quizá no tan evidente, el problema de la libertad burguesa, sometida a tantas servidumbres que al final no es dueña de sí misma. Y es que la tragedia de Wotan es la tragedia de este Occidente nuestro, tal y como se ha venido entendiendo durante los dos últimos siglos, como una aspiración hacia la libertad de amar, nunca resulta y siempre frustrada. Como dice Wotan en su extensa intervención del segundo acto ante Brünnhilde:

Das andre, das ich ersehne, das andre erseh' ich nie: denn selbst muß der Freie sich schaffen: Knechte erknet' ich mir nur!

Al Otro, al que aspiro, al Otro nunca lo hallo: pues el libre a sí mismo ha de crearse, ¡sólo me hago servir por esclavos!

   La escueta, aunque eficaz, escenografía de Patrick Kinmonth y la esmerada iluminación de Manfred Voss deparan momentos de notable fuerza dramática, como la sombra de Wotan proyectándose al final del segundo acto, las puertas cerrándose a ambos lados para él también al cierre de este cuadro o la iluminación sobre Brünnhilde cuando interviene ante Wotan (War es so schmählich…), recordando aquí al Carsen de la Elektra que vimos en París. Falta espectacularidad, por ejemplo, en la última escena, con un fuego que arranca, de forma casi caricaturesca, de un simple encendedor de mano. De alguna manera estamos en el extremo opuesto al bien conocido Anillo de La Fura dels Baus, que es pura espectacularidad, exaltación del artificio, pero que hace aguas en la distancia corta, en el detalle, donde Carsen sin embargo consigue sugerir una densidad interpretativa mucho mayor, más meditada.

   En términos vocales, la noche deparó un resultado mucho más que satisfactorio, brillante por momentos. Ya nos hemos referido en varias ocasiones aquí a la Sieglinde de Anja Kampe. Cabe reiterar en esta ocasión lo dicho anteriormente: más que solvente defensora del rol, aunque sin llegar a arrebatar en ningún momento. A su lado, no esperábamos tan buen rendimiento, hay que reconocerlo, del Siegmund de Klaus Florian Vogt, que demostró sin embargo saber muy bien lo que se traía entre manos con este rol. Plantea un Siegmund lírico, es cierto, de resonancias juveniles, de un heroísmo menos abrumador y más vital, por decirlo de alguna forma. Hace “su” Siegmund, en las antípodas de los últimos grandes Siegmund, como Domingo ayer o Kaufmann hoy; pero funciona. Y funciona por la entrega, por la solvencia de la emisión. Se echa de menos, eso sí, un color más baritonal y un derroche de medios más heroico. Pero hay personalidad y convicción en su interpretación y vocalmente, ya decimos, supera las expectativas que pudieran tenerse habida cuenta de su singular emisión y su peculiar naturaliza tímbrica.

   Por otro lado, sólo cabe aplaudir, y mucho, al Wotan de Albert Dohmen. Desde los tiempos de Hotter, no ha habido otro Wotan con semejante oficio, con una suma tan acabada de interiorización vocal y temperamental del rol. Si bien cansado ya, tras una carrera larga y exigente, el instrumento se mantiene más en forma de lo que cabría esperar, llegando con medios suficientes a su esperada e intensa página final ante Brünnhilde. Inmenso en los adioses, con esa forma de decir, de contemplar con la palabra, abundando en una media voz emocionante y acariciadora. Un Wotan memorable. Bravísima, al margen de un tercio agudo más árido a veces, la Brünnhilde de Irene Theorin, ejemplar por temperamento, carácter e intensidad. Junto a Dohmen, firmaron un extraordinario tercer acto, reduciendo ella con increíble solvencia ese inmenso caudal que posee a un hilo de voz perfectamente audible y matizado.

   Pocos Hunding mejores que el de Eric Halfvarson cabe encontrar hoy en día, como ya dijéramos al hilo de su intervención en los Proms londinenses. El timbre ha tenido días más frescos, sin duda, pero la autoridad en la palabra no tiene parangón, salvo en un ya casi retirado Salminen, por ejemplo. Fujimura es una Fricka ideal por temperamento aunque se nos antojó un tanto destemplada vocalmente. Irregular desempeño, por último, del grupo de walkirias, no siempre bien coordinadas, con alguna entrada a destiempo. Sin duda es en esta ausencia de empaste donde más se dejó entrever la irregular comunicación entre foso y escena. A destacar, por su contundencia en la primera frase de las walkirias, la Helmwige de Daniela Köhler.

   En el foso, la dirección de Josep Pons, sin ser excepcional, rindió a un nivel cuando menos solvente. Consciente de los mimbres que maneja, dispuso una versión medida, sin duda ayuna en variedad dinámica y riqueza de contrastes, pero muy clara, con un discurso diferenciado, destacando y subrayando con solvencia todo cuanto está escrito en la partitura. Pocas veces se escuchan tan nítidas y marcadas las intervenciones del arpa, por ejemplo, en los adioses de Wotan. Sin duda, un enfoque sinfónico en demasía, más preocupado Pons de diferenciar entre secciones de la orquesta que de concertar las voces con total precisión. En suma, una versión muy académica, si queremos verlo así, a la que la orquesta titular del Liceo respondió con rutina, sin genialidad, pero asentando su continuada mejoría desde que Pons es su titular. No faltaron un par de habituales deslices en los metales, que siguen mostrándose menos seguros y firmes de lo que debieran. La cuerda no alcanza, qué duda cabe, la nitidez y densidad de la que acostumbramos a escuchar en las formaciones alemanas. No fue una gran versión musical, qué duda cabe, pero se nos antoja a todas luces superior a la anterior Walkiria escuchada en el Liceo, en mayo de 2008, con Sebastian Weigle a la batuta. Viendo el vaso medio lleno: Pons consigue resultados solventes, aunque no sea un director de foso ni encuentre aquí su repertorio más afín. Y viendo el vaso medio vacío: sigue lejos la orquesta de rendir al alto nivel que debiera, por franca que sea su mejoría, y Pons quizá no sea la solución definitiva para asentar su rendimiento.

Foto: Gran Teatro del Liceo

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