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CRÍTICA: RUTINARIA 'VALQUIRIA' EN LA STAATSOPER DE VIENA. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
1 de julio de 2013
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Anja Kampe
BRILLANTE INDIFERENCIA

Die Walküre (R. Wagner). Wiener Staatsoper. 23/06/13


      Como verán los lectores, venimos asistiendo al Anillo de la Staatsoper de forma ciertamente arbitraria e ilógica, puesto que acabamos de ver Die Walküre tras hacer lo propio, hace unas semanas, con Götterdämerung. Confiamos en cerrar la Tetralogía el año próximo con las dos jornadas restantes. Como ya dijimos con ocasión de su Ocaso, la propuesta escénica de Sven-Eric Bechtolf, con escena de R. Glittenberg y vestuario de M. Glittenberg, naufraga por su vacuidad. No dice nada y uno se pregunta si acaso quiere decir algo, o ni siquiera. Nos guste o no, una propuesta como la suya, palidece ante las propuestas, llenas de personalidad, de La Fura o de Carsen, por citar dos extremos de nuestros días. Bechtolf ni siquiera busca una dirección escénica que gire en una clave meramente estética. Como mucho, encontramos un par de detalles interesantes en la dirección de actores, pero todo el conjunto de su propuesta nos parece indigno de un gran teatro como la Staatsoper, que debiera presentar un Anillo memorable también en el apartado escénico. La Walkiria que nos ocupa no fue memorable en ninguno de sus apartados, en contra de lo que cabría esperar, y en manifiesto contraste con el magnífico Tristán del día anterior.
      Volvíamos a encontrarnos con el sudafricano J. Botha, que tanto nos decepcionó como Parsifal en Salzburgo hace unas semanas. Era aquí el intérprete del rol de Siegmund y lo cierto es que nos convenció apenas un punto más que en la anterior ocasión. Su voz es ideal para esta parte, con la dosis justa de lirismo y con la consistencia suficiente el el centro y el grave, amén de un agudo resuelto y grande. Lo mejor de su recreación vino de la mano de los momentos más líricos, incidiendo incluso en una lograda media voz. Pero su mayor inconveniencia como Parsifal volvió a repetirse aquí de nuevo: es un cantante por lo general desapasionado, que no transmite el sufrimiento, el ímpetu, la pasión, y cuantos sentimientos discurren por la partitura de Siegmund. Tiene las notas, sostiene el fraseo, pero no consigue comunicarnos con verdadera pasión lo que su texto se trae entre manos. Es una lástima, pero lo cierto es que sigue siendo una voz importante, en bruto, antes que un cantante comunicativo.

      Anja Kampe, de quién hablamos ya en Codalario al hilo de su Senta en el Holandés errante de Zurich, sustituyó finalmente a la prevista Martina Serafin, a quien teníamos franco interés por escuchar en esta parte. Kampe fue sin duda un buen recambio, dada su general solvencia y su plena adecuación vocal a este repertorio. Posee sin duda una voz ideal para el rol, con un punto de dramática y con el lirismo suficiente. Aunque es también una intérprete menos variada y magnética que una Meier o una Stemme. Fue en todo caso, con diferencia, la más lograda intérprete de la representación, vocal y escénicamente entregada en todo momento. Se le puede reclamar, eso sí, una mayor interiorización, un canto más meditado y psicológico y no tan exuberante y efusivo, con más contrastes y matices. Una Sieglinde solvente, aunque no arrebatadora.
      El bajo-barítono Tomasz Konieczny encarnaba en esta ocasión a Wotan. Es un cantante de la casa, un habitual en Viena en roles más pequeños y al que ya habíamos escuchado como Amfortas, sin especial entusiasmo. Su Wotan fue un tanto mejor, pero de nuevo por debajo de lo que cabe esperar en la Staatsoper de Viena para un rol de tal entidad. Compuso un Wotan esforzado y a menudo convincente, por sus acentos, aunque lastrado siempre por un timbre de muy escaso atractivo, marcado además por una emisión gutural. El resultado fue una caracterización falta de grandeza, lejos de esa paradójica humanidad que convierte a Wotan en un personaje fascinante. Hoy en día no faltan las opciones más o menos seguras para este papel, para todos los gustos: Pape, Terfel, Volle, Dohmen o Held cubren perfectamente las exigencias del rol, con el gramaje necesario de personalidad.
      Ain Anger, un bajo también salido de la casa, y en creciente proyección, ofreció un Hunding demasiado monolítico y fiero, un tanto vociferante y muy poco sinuoso en su expresión. Decepcionante a todas luces la Brünnhilde de K. Dalayman, que fue Kundry junto al aclamado Parsifal de Kaufmann en el Metropolitan de Nueva York, donde encarnó también a Brünnhilde en todas las jornadas del último anillo representado allí. Ni el material de partida ni el fraseo reclaman una especial atención, y la emisión incidió a menudo en un agudo agrio y desabrido, a menudo abierto y estridente. Estupenda, eso sí, la Fricka de Fujimura, entregada, dramática y vocalmente impecable.
      Peter Schneider era el responsable de la dirección musical de esta representación.  Algunos lectores le recordarán por ser el responsable de dirigir el Tristán de la visita de Bayreuth al Liceo. Su labor en la Staatsoper de Viena fue francamente mejorable con esta Walkiria y desde luego quedó a años luz de lo que ofrecen hoy con este repertorio nombres como Barenboim, Thielemann, el veterano Janowski o el propio Welser-Möst, generalmente impersonal, pero solvente. Schneider planteó una elección a menudo caprichosa de los tiempos, generalmente impetuosa en exceso, llevando a la orquesta por un fraseo a menudo falto de poesía y de tensión dramática. Nos dio la sensación de que Schneider buscaba casi siempre un sonido excesivo y alborotado, de trazo grueso en la exposición. La orquesta de la Staatsoper respondió algo por debajo de anteriores prestaciones, con una cuerda menos deslumbrante e inspirada en el fraseo y con un metal incluso accidentado en un par de deslices. Así las cosas, una Walkiria que no emocionó ni arrebató en el plano orquestal, lejos de lo que cabía esperar, lastrando con ello una función que nos dejó un tanto indiferentes, por más atractivos y brillantes que fueran algunos de sus mimbres.
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